Leí el mensaje de Jacob tres veces, sintiendo algo parecido a lo que todos llaman mariposas en el estómago. Tonto para alguien de mi edad ¿cierto? No debía estar experimentando emociones que debía vivir en la adolescencia ¿o sí? Porque me estaba pasando ahora, me estaba sucediendo por primera vez a mis treinta y seis años a causa del infame Juez Jacob Harris, el hombre que tenía la misma capacidad de sacarme de mis casillas que de excitarme; un hombre atractivo, poderoso, seguro de sí mismo, romántico y apasionado. Ignoren todo eso ¿pueden? Yo lo intentaba, de verdad, pero había algo más fuerte que mi determinación que me impedía hacerlo, no sabía qué y tenía mucho miedo de averiguarlo. Y ese miedo fue el que me condujo a responderle el email.
«Buenas tardes, señor Harris. Antes que nada, permítame recordarle que ese
Claire no volvió a escribirme esa noche. Ojalá no me hubiera dicho nada, Jacob fue una distracción para mí desde entonces. No había podido olvidar sus besos, era difícil borrar un momento tan ardiente. Pero debía concentrarme, estaba en Bloomington por un caso importante. Abrí la caja y comencé a leer el expediente. Steven Marshall, treinta años, CEO de Marshall Enterprise. En su declaración, dijo que la llanta de su vehículo se había averiado. Estaba cambiándola al momento que un Honda gris se detuvo detrás de su vehículo, de donde se bajó un hombre vestido de negro; se acercó a él ofreciéndole ayuda y, de un momento al otro, sacó un arma de debajo de su chaqueta y le disparó a su esposa por encima de su posición, asesinándola. No hubo testigos y, la cámara más cercana, no captó imágenes de la escena del crimen. Marshall tenía rastros de pólvora en las manos y la fiscalía basó su acusación en ello, aunque el arma nunca apareció. La teoría que manej
Estaba en un cubículo, sentada en una camilla. Su rostro tenía varios moratones, su cabello desordenado y su labio inferior roto. —¡Dios mío! ¿Quién te hizo eso? —expresé conmocionada. No esperaba verla así, ella dijo «un poco golpeada», pero eso era más que un poco. —Disculpe, señora, pero estoy tomando su declaración. Debe esperar fuera —indicó la oficial que estaba a su lado. —Ella puede quedarse —murmuró Claire con un quejido. —Bien —aceptó asintiendo—. Me decía que un hombre la atacó en el estacionamiento. ¿Lo conocía? —No. —¿Puede darme su descripción? —No le vi el rostro porque llevaba un pasamontañas, pero era alto, delgado, vestía ropa deportiva y me amenazó con una navaja, dijo que si gritaba, me apuñalaría —relató conteniendo las lágrimas. —¿Le dijo algo más? —Dijo que… —Cerró los ojos y espiró fuerte—. Dijo que me metería la polla en el culo, que me daría placer como ningún hombre lo había hecho jamá
Estuve despierta hasta tarde esa noche, la conversación con Jacob me había dejado pensativa y ansiosa. Me pregunté una y otra vez si estaba o no cometiendo un error al aceptar reunirme con él, pero al final me venció el sueño y me quedé dormida. La alarma del reloj sonó a las seis de la mañana, deseé poder silenciarlo y seguir durmiendo, pero no podía faltar al trabajo, así que me levanté y, somnolienta, me dirigí al baño para tomar una ducha que me terminara de despertar. Quince minutos más tarde, estaba eligiendo un atuendo en mi vestidor. Me decidí por una falda de tubo larga, negra con marrón, una blusa blanca de mangas largas y zapatos negros. Saqué un juego de ropa interior blanca del cajón y desanudé mi toalla tipo albornoz para vestirme, momento en el que escuché el timbre de mi apartamento. Tal vez es Claire. Me anudé de nuevo el albornoz y fui hasta la entrada, abriendo la puerta sin mirar antes si era ella o no. Pero qué iba a pensar que
Jacob me observaba, podía sentirlo, pero me hice la tonta y fingí que no lo había notado. No quería incrementar su inflado ego. Me subí al auto, lo encendí y puse a funcionar el aire acondicionado enseguida. Mi temperatura corporal estaba elevada, el deseo corría por mis venas como lava caliente. Deseaba más besos, más caricias, más de él… Lo anhelaba tanto que me desconocía, no sabía quién era cuando se trataba de Jacob. Se sesgaba la prudencia y la razón, me dominaban las emociones, gobernaban mi mente y mi cuerpo, me exigían que saliera del auto y que fuera por él, que no lo dejara ir. Estaba segura de que lo ha había hecho a propósito, que besarme así y luego irse fue algún tipo de juego de seducción que estaba empleando conmigo, un juego infalible porque no lograba dejar de pensar en él y en ese bendito beso. Lo mantendría en mi mente durante todo el día. Ese era su plan, y tuve que concederle un mérito por su hazaña. ¿Siempre se tomaba tantas molestias para sed
Cuando terminé de hablar con el señor Davis, le informé a Jenny que estaría en la estación de policía atendiendo un caso, que se comunicara conmigo si necesitaba decirme algo importante. Y le dejé las llaves del auto de Claire con la dirección de dónde debían recogerlo y dónde dejarlo, con instrucciones de entregárselo al empleado de la empresa de traslados. El señor Davis se encontraba en la sala de espera cuando llegué a la estación y me puso al tanto de la situación. La policía ingresó en la mañana al dormitorio de Marcus en el campus con una orden de registro, incautaron su teléfono móvil y su laptop y lo trasladaron a la estación para tomar su declaración. Él estaba ahora en la sala de interrogatorios. Me acerqué a un oficial y le dije que representaba a Marcus Davis, solicitando me permitieran hablar en privado con mi cliente. El oficial asintió y me llevó con él, pero ya Marcus había terminado de declarar cuando entré a la sala. Me presenté con él y con
Volví a enfocarme en mi agenda y, fecha tras fecha, estaba llena de aburrida monotonía: ir a la peluquería, hacer mercado, cita de depilación, día de limpieza general en mi apartamento, lavar mi auto, llevar mis abrigos a la lavandería, salir al cine con Claire, devolver algunos libros… Nada del otro mundo. Cuando llegué a la fecha, sábado 22 de abril, donde puse “cita con Alessandro” suspiré audiblemente. Mi vida ha sido tan insípida que hasta mis momentos de placer están planificados. Para que entiendan, Alessandro no era un hombre, sino un consolador, un objeto de plástico con forma de pene que Claire me regaló en mi cumpleaños treinta cuatro. ¡Ni siquiera lo había elegido yo! ¡Qué deprimente! Cerré la agenda y resoplé con fastidio. Estaba aburrida, quería ocupar mi mente con trabajo, pero ese era un día de esos que se hacían eternos. ¿No podía ser como otros, cuando no podía ni tomar un respiro? Miré las flores que me envió Jacob
Mordiéndome la esquina del labio, miré a Jacob durmiendo plácidamente en mi sofá, su respiración acompasada hacía subir y bajar su pecho, sus labios rosados dejaban escapar pequeñas ráfagas de aliento y su rostro se veía sereno. No podía dejar de mirarlo, Jacob era dolorosamente atractivo, un deleite para la vista y un absoluto placer al tacto. Su tentadora piel color crema, con pequeños puntitos claros esparcidos en sus pectorales y abdomen, me invitaban a adorarla con besos, a deleitarme en cada surco y sinuosidad de su tórax. ¡Madre mía! No será nada fácil mantener mis manos alejadas de él. Pero tengo que poder, tengo que ser fuerte y resistir la tentación hasta que esté segura de a dónde va todo esto. Él despertaba en mí sensaciones y emociones inigualables, me hacía perder el juicio con el menor esfuerzo. Solo nos besábamos y yo ya quería arrancarle toda la ropa. Lo miré con embeleso un rato más y, con mucho pesar, fui a la cocina para preparar
Me uní a él en la mesa, ubicada cerca de los grandes ventanales que daban a la avenida. Las cortinas estaban abiertas, de modo que podíamos ver el cielo nocturno y las pequeñas luces de los edificios cercanos centellando. —Bien, es hora de ver qué tan buena cocinera eres. —Me guiñó un ojo de esa forma seductora tan suya y alcanzó el tenedor. Lo miré atenta mientras tomaba una pequeña cantidad y se la llevaba a la boca, saboreándola lentamente—. Umm, está realmente buena —dijo con un gesto de incredulidad. —Oye, no parezcas tan sorprendido —bromeé alzando una ceja. —Pues lo estoy, aparte de mi madre y mi hermana, nadie más había cocinado para mí. Suelo comer cualquier cosa que se pueda calentar en el microondas o pido delivery. —Odio la comida de microondas. Cocinar no es tan difícil, deberías intentarlo alguna vez. —Oh, lo hice, y tuve que usar el extintor de incendios. —Dios mío. —Me reí imaginándolo—. Sabe