— Ara, yo… — intentó explicarse. Su interior había comenzado a bullir para ese instante — escucha.— Solo respóndeme, Leo. ¿Es verdad? — preguntó, tímida. Una parte de ella no quería saber la respuesta, se negaba — ¿Lo que dijo Renzo es cierto?Él ni siquiera la miró a los ojos, tan solo bajó la cabeza y asintió. Ella ahogó un asombro y se limpió una lágrima que comenzó segundos antes a rodar por su mejilla.— ¿Y… todo esto? — murmuró, su corazón estaba desquebrajándose de a poco — Me refiero, tú y yo... ¿hubo algo de real en esto?El muchacho arrugó la frente y alzó la vista, agobiado.— Por supuesto que fue real — explicó, eso ni que lo dudara.— La primera vez que nos vimos, ¿tú me estás vigilando? — quiso saber, siempre creyó que aquel encuentro no había sido una casualidad; sin embargo, no prestó atención porque se dejó inflar del sentimiento que poco a poco aumentaba.— Estaba cuidándote — aclaró y ella torció una sonrisa triste.— ¿Qué más era parte de tú… cuidado? — ironizó co
Una semana después…Observaba la ciudad desde la ventana de su habitación cuando escuchó la puerta.— ¿Puedo? — Era Emilio.No la había dejado sola ni un instante desde lo ocurrido, salvo para agilizar todo el asunto con los abogados por ella. Declararía la mañana del día siguiente y entonces, con todas las pruebas recaudadas en contra de Renzo, pagaría las consecuencias por lo que le había hecho a su hermana pequeña.La jovencita asintió, intentando incorporarse.— No, siéntate — le pidió su hermano, acercándose — recuerda que debes guardar reposo hasta qué… — un pequeño silencio se hizo entre ambos.— ¿Cuándo debo presentarme? — preguntó ella. Quería que todo acabase cuanto antes.— Mañana — le informó, tomando su mano entre la suya.Ella pasó un trago y asintió.— De acuerdo, estoy lista.— Cariño…— Emilio, estoy bien, lo prometo, puedo hacerlo — esa conversación la habían tenido días atrás. Por nada del mundo él quería que ella se enfrentase cara a cara con ese animal.Sonrió.—
— Gracias — musitó al taxista que hace pocos segundos la había dejado en el pórtico de su edificio y después tomó una respiración profunda.No tenía tiempo que perder. Lo amaba y necesitaba desesperadamente que él lo supiera, que los errores no importaban, que sus días, sin él, habían pasado de ser un cielo con nubes blancas a uno encapotado de gris.Subió las escaleras con prisas, el ascensor sabía que demoraba y no se detuvo hasta que llegó a su puerta. Tocó un par de veces con ansias, nerviosa. Esperó un par de segundos y volvió a insistir.Pasos aproximándose hicieron que su corazón brincara frenético, poco después, escuchó el seguro de la puerta.Una mujer de edad media se asomó y la miró con intriga.— ¿Sí?Sin comprender de quien se trataba, pasó un trago.— Hola — musitó con timidez, intentando mirar a través del hombro de la mujer — ¿Está Leo?Varios segundos de silencio se hicieron, lo que no hubiese tenido mayor importancia si ella de verdad no estuviese tan desesperadament
Una hora después, su pecho todavía dolía.Emilio le propuso que regresaran a roma y desde allí tomaran decisiones prudentes, además, ella tenía un brazo ileso y una costilla lastimada que aún necesitarían asistencia médica durante unas semanas más.Sin fuerzas para argumentar, aceptó, se limpió las lágrimas y empacó todo lo necesario, lo más personal, el resto su hermano se encargaría de que se lo hiciesen llegar en perfecto estado cuando ya estuviese instalada. De pronto, moviendo las cosas de un lado a otro, una fotografía de ellos dos se resbaló del interior de su bolsito.Se secó la humedad de las mejillas con el dorso de la mano y la tomó entre sus dedos blandos. En la imagen ella no miraba a la cámara, contrario a eso, tenía la vista clavada en lo que parecía ser su mundo entero: Él.— Hola, cariño — era su cuñada — ¿necesitas que te ayude con algo?Ella se encogió de hombros y mostró una sonrisa que con ella no logró mucho. Grecia notó en seguida su inmensa tristeza. Tomó una r
Casi cuatro semanas habían transcurrido desde que fue a buscarlo y hace dos se había instalado en una pequeña casa en las afueras de Berna, donde la soledad y el silencio eran su única compañía, y fuera de sentirse deprimida, estaba motivada.Pero no iba a mentirse, la primera semana fue dura y por demás complicada. Se dormía y despertaba con el corazón vacío, apabullado, evocándolo en cada cosa que hacía, hasta que decidió que no podía seguir así, y entonces se levantó, fue a su primera clase de arte y pintura y recordó lo mucho que eso alimentaba su espíritu.Por la tarde, compraba un café de una pastelería cercana al edificio donde tomaba sus clases y regresaba a casa después de recorrer la ciudad.Para la segunda semana, su corazón todavía tenía mucho por sanar, y aunque sabía que eso no iba a suceder de la noche a mañana, era paciente consigo misma. El lunes de esa misma semana comenzó a ir a terapia, que pese a no ser un proceso fácil, se sentía muy motivada.Era mediados de dic
Para dar con ella, tuvo que ser sincero sobre sus sentimientos y hacer una promesa: no volver a romper su corazón ni hacerla llorar. Era una amenaza qué, después de apostar por ese inesperado amor, Emilio se la hizo saber. En un principio no corrió con demasiada suerte, sabía que podía llegar primero a Grecia y a ella a su marido; él no veía por otros ojos que no fuesen los de ella, por lo que cuando obtuvo una dirección como respuesta, se sintió realmente agradecido. Cuando se enteró por Grecia que ella había ido a buscarlo el mismo día que dejó el apartamento para irse a casa de sus padres, se sintió miserable, ahora más que nunca debía recuperar su amor, su perdón. Ella estaba en Berna, así que tomó el móvil de camino al aeropuerto y comenzó a checar todos los vuelos que había para ese día. Miró el reloj en su muñeca y suspiró frustrado, el más temprano salía hasta dentro de siete horas y eso era demasiado tiempo. Él de verdad necesitaba estar con ella y suplicar que por favor
Ella se quedó perpleja por demasiado tiempo, pues todavía creía que todo aquello podría estar tratándose de una alucinación, de un espejismo, de su mente traicionándola.Él dio un paso al frente para corroborarle que no era así, al contrario, y entonces sus pulmones se vaciaron. Dios, negó, asombrada.— ¿Qué estás haciendo aquí? — consiguió preguntar, confundida, con cientos de emociones arremolinándose en lo más profundo de su corazón, evocando, cómo una película en reproducción rápida, todos los momentos compartidos, y en los que fue muy feliz.— Sé que fui un cobarde, lo acepto, pero por favor, rubia, permite que enmiende mi error — le pidió él, completamente sincero. Ella aún parecía recelosa, así que con cautela se acercó y levantó su barbilla — Hablemos, ¿sí?— Yo… yo no entiendo — musitó — ¿tú viniste hasta aquí por… mi?El muchacho esbozó una sonrisa, no daba crédito a tanta ternura.— Por supuesto que he venido hasta aquí por ti — le dijo — Ara, te amo, nunca he dejado de hac
— ¿Dónde está tu habitación? — le preguntó, pegándola firmemente a él y comenzando a moverse por el corto pasillo. — Derecha — fue lo único que dijo, anclada a sus labios, a ese sabor que mucho extrañaba. Tan pronto estuvieron en el interior de la habitación, empezaron a desvestirse hasta estar seguro de que nada se interpondría sus pieles. Leo se sentó en el borde la cama y la sentó a ella a horcajadas sobre sí, empalándose a él sin tanto preámbulo, pues la necesidad era más grande que cualquier otra cosa en ese momento, el simple resultado de haber estado tanto tiempo separados. Ella emitió un débil quejido al sentir que sus paredes se ensanchaban para recibirlo. Y tan pronto él se dio cuenta de algo importante, la tomó de las caderas y rompió el contacto de sus labios. — No estoy usando protección y tampoco he traído una — gruñó, contenido, no quería salirse de su interior por nada del mundo, aun sabiendo el riesgo que ese implicaba —. Después de ti y yo… Ella lo silencio volvi