El amor todo lo puede.

La noche había transcurrido con una intensidad abrumadora. La pareja, presa de la desesperación, se encontraba a merced de Amanda, una mujer cuyo temple y violencia les hacían temer por sus vidas. Sostenía un arma con una frialdad capaz de matar sin remordimiento.

Rodolfo había preparado una carne que resultó estar poco cocida, goteando sangre, una visión repugnante para Debora, quien al verla, sintió un asco tan intenso que estuvo a punto de vomitar. En ese momento, Amanda, con una crueldad despiadada, tomó un pedazo de la carne y lo empujó a la fuerza en la boca de Debora, sabiendo que le provocaría arcadas. Debora no pudo tragar antes de vomitar bilis, el estómago vacío le causó un dolor insoportable y un mareo que la dejó al borde del desmayo. Su esposo la miraba con una mezcla de tristeza e impotencia, incapaz de ayudarla, mientras Amanda, con una risa sádica, disfrutaba de su sufrimiento.

—¡Déjala ir! —gritó Jarli, con voz firme a pesar del miedo—. ¿No ves que está embarazada? A
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