—¡Esas son las huellas de un conejo! —exclama Sayo con seguridad después de un buen rato en el que Tekay le ha estado enseñando sobre reconocer los rastros de los animales.
—¡Muy bien! Aprendes rápido —responde el cazador bastante conforme de la habilidad de su nueva alumna.—¡Sí, sí, lo hice! —festeja la muchacha dando saltos de alegría.—Si el conejo estaba cerca, ahora debe estar en la otra punta del bosque con esos gritos —advierte Tekay sin poder evitar esbozar una sonrisa ante la explosión de alegría de su compañera.—No me molesta, he cazado algo mucho mejor —murmura Sayo mirándolo con los ojos brillosos.—¿Qué has cazado? —pregunta el muchacho arqueando una ceja con curiosidad al no ser capaz de comprenderlo.—He cazador una sonrisa tuya, y creo que eso tiene mucho más valor que un conejo —confiesa la mujer manteniendo una sonrisa de satisfacción en sus labios.—Nunca te das por vencido, ¿Verdad? —c—No puedo creer que hayamos vuelto a esto, creí que luego de la guerra entre las cuatro grandes tribus ya no volveríamos a tener la necesidad de luchar de nuevo —comenta Juhión a su compañero mientras marchan a través del bosque Fuhure.—Ya estamos viejos para esto, uno creería que después de haber luchado en esa guerra ya no dejarían vivir en paz el resto de nuestra vida —coincide su compañero con una expresión de fastidio en el rostro.—Creo que desde entonces no he vuelto a usar un arco, espero no haberme oxidado demasiado —comenta Juhión preguntándose si será capaz de defenderse en el campo de batalla.—Y encima debemos enfrentar a los Nagutu, sus venenos son letales, y esta vez ni siquiera contamos con Tebiu, él era el único capaz de salvar a quienes eran envenenados —susurra el hombre con temor ante esa desventaja.—Tebiu… cuanto lo hecho de menos, ¿Crees que este sea realmente responsabilidad de su hijo? —cuestiona Juhión en un susu
—Por fin despiertas Denia, me tenías muy preocupada —murmura Cappoli con una sonrisa dulce en los labios.—¿Cappoli? ¿Tú estas bien? —interroga Denia tratando de levantarse de la cama.—¡No, no te esfuerces! ¡Aún estás muy débil, así que tienes que seguir recostada! —reclama la mujer ayudando a su hermana a acostarse nuevamente.—Pero… no lo entiendo... ¿Cómo llegaste a aquí? ¿Qué me pasó? —interroga Denia incapaz de recordar siquiera en qué momento perdió la conciencia.—El Jefe del Norte me liberó, y cuando me acerqué a ti tú estabas desmayada, tal vez sea por la herida que te hizo esa daga —murmura Cappoli mirando el vendaje que le ha hecho para detener el sangrado.—Esa daga, ni siquiera sé cómo fue posible que me hiciera daño —comenta la muchacha que prefiere no mencionar de quién la recibió.—Eso no tiene importancia, lo único que me importa es que mi hermanita está bien. Lo único que lamento es lo mucho que te
—Es consciente de lo peligroso que es esto, ¿Verdad? —advierte el mensajero caminando delante de Ferza y su marido.—Lo sé, pero no puedo permitir que a mis hermanas les suceda algo —responde la princesa con convicción, pensando que no le importa a cuanto peligro se deba enfrentar con tal de asegurarse de salvar a su familia.—Entrar a ese lugar no será nada fácil, tanto un bando como el otro nos considerarán enemigos —señala Veida con preocupación sabiendo que eso se asemeja a un suicidio.—Existen antiguos pasajes subterráneos que fueron construidos por los antiguos emperadores para poder escapar fácilmente junto a tu familia en caso de una invasión —revela el mensajero creyendo que es la única posibilidad con la que cuentan para llegar al palacio vivos.—¿Y tú vas a guiarnos? Creí que estabas en contra de esta invasión, no entiendo la razón por no querrías ayudarnos —cuestiona el Hazudo con desconfianza.—He sido testig
—¿Y eso? No esperaba esa fortaleza —interroga Kopuru al ver las paredes de troncos que rodean a la tribu Nagutu.—Las levantaron para poder protegerse de los cazadores nocturnos, unas bestias creadas por el difunto Jefe —informa el chaman dándose una idea de lo peligrosas que pudieron haber sido esas bestias.—Sí tuvieron que levantar esto para detenerlas no quisiera tener que estar en frente de una de esas cosas —murmura el cazador meneando la cabeza.—Esas cosas están muertas junto al hombre que las creó, a lo que esta tribu debe temer ahora es a nosotros. Después de todo es madera, va a arder con el fuego —declara el anciano sin preocupación.—Sí, aunque esto llevará más tiempo del que esperaba —se queja el muchacho levantando la mano en alto para indicar a los guerreros que apunten sus arcos hacia arriba para comenzar con la lluvias de flechas encendidas.—Tenemos tiempo para ver arder esta tribu hasta que solo queden ceniza
—Sé que puede llegar a asustarte, pero no hay razón para que lo hagas —susurra Tekay en su forma humana acercándose lentamente a Sayo, como si esperara que ella fuese a salir huyendo en cuanto tenga la oportunidad.—¿Qué fue eso? ¿Cómo lo hiciste? —pregunta la muchacha pasando la mirada del cazador al cadáver del cazador nocturno sin terminar de creer lo que sus ojos han visto.—Es lo que Colmillo Blanco, el guardián de mi tribu me entregó. Aunque no estoy seguro de con qué propósito lo hizo, yo… yo entenderé si ya no quieres que siga permaneciendo en ti tribu y cerca de ti —murmura el muchacho con la cabeza gacha al considerar que podría llegar a ser considerado un monstruo no muy diferente de la bestia que ha matado.—¡Claro que no! Por ti no puedo sentir más que gratitud, has sa
—¿Cómo es posible, madre? Yo no… no lo entiendo… —solloza Ferza con los ojos inundados de lágrimas al ver a la mujer cuya piel parece ser de piedra.—Mi pequeña Ferza, cuanto has crecido, ya eres toda una mujer. Hubiese deseado verte crecer, pero el hecho de tenerte frente a mí significa que mi sacrificio no ha sido en vano —murmura la mujer con la voz ronca y cansada.—¿Tú sacrificio? Tú moriste, es lo que nos dijo nuestro padre, que un grupo rebelde te había emboscado y asesinado —relata la muchacha sintiendo como si le estuviesen apresurado el corazón.—¿Qué morí? Supongo que era la explicación que mejor podrían asimilar, pero la verdad es que el Imperio que tu padre había heredado estaba en peligro de derrumbarse, a pesar de sus muchos intentos de afirmarse en el poder y unir a los pueblos, no lo conseguía. Yo sufría mucho al verlo al borde de la desesperación, por las noches incluso el sueño huía de sus ojos por las preocupaciones que abrumaban su
—¿Quién diría que ese maldito Ruger se levantaría a resistirnos? Creí que esa rata se doblegarse en seguida, pero según parece la posibilidad de tomar el lugar de su difunto líder le ha parecido más atractiva —afirma el Jefe del Norte a su subordinado mientras clava su hacha en el pecho de uno de sus enemigos que ha tratado de embestirlo.—Hay que reconocer que lo esta haciendo bastante bien, sobre todo al lograr mantener al ejército unido cuando su Emperador ya ha sido quitado de en medio —responde el subordinado disparando una flecha al cuello de un guerrero que intenta atacar al Jefe por la espalda.—Sí, aunque no es una sorpresa, siempre ha sido un embustero que es más hábil con las palabras que con las armas. Puedo asegurarte que ni siquiera debe estar luchando, ha de estar escondido en algún agujero mientras sus hombres mueren por él —espeta el anciano que a pesar de la insistencia de sus compañeros se ha negado a mantenerse fuera de la batalla.—
—¡Se han escapado, no puedo creer que hayan huido justo en frente de nuestros ojos! —exclama Kopuru al ver la tribu de los Nagutu vacía.—¡Así que esa m*****a niebla fue una cortina para ocultar que estaban huyendo, han salido como un montón de ratas! Malditos sean todos ellos —masculla el Chamán furioso por haber sido engañado de esa manera.—No pueden haber ido muy lejos, si se han ido todos habrá quienes los retrasen. Así que los alcanzaremos sin mucho esfuerzo, y además con la prisa que han salido de seguro ni siquiera se han molestado en cubrir su rastro —afirma el muchacho que si bien cree que es un contratiempo, por ahora no tienen otra opción.—¡Quemen todo, que no les quede ni dos palos juntos en pie! —ordena el anciano yendo en dirección al bosque para descubrir la dirección que han tomado esos fugitivos, la verdad es que no se le ocurre un lugar al que puedan haber ido.—Sé supone que eres tú el que siempre mantiene la men