—¿No se te hace extraño? —pregunta un guardia de la gente de la montaña en su puesto situado en una cueva por encima del camino.
—¿El qué? —interroga su compañero arqueando una abundante ceja negra.—Se suponía que los guardias que escoltaron a la princesa pasarían por aquí al volver —contesta el guardia mirando el camino que no ha tenido transeúntes desde hace unos días.—Tal vez los Hazudos están celebrando no tener que medirse con nosotros, aunque a mi parecer no habría sido necesaria esta alianza. No pueden compararse con nosotros, los hubiésemos hecho trizas, como a tantos otros pueblos —determina el hombre con una sonrisa altanera en los labios.—Las cuatro grandes tribus podrían representar una gran fuerza si se unen, creo que nuestro emperador tomó la decisi&oa—Así que en este aburrido viaje no hemos topado con una bella flor —murmura Xako devorando con la mirada a la asustada muchacha.—¡Están muy lejos de su territorio, este es el bosque de los cazadores Fuhure! ¡No tienen derecho a estar aquí! —advierte Mahal retrocediendo unos pasos, pero intentando no mostrarse intimidada.—¿Se supone que eso debería asustarnos? ¿Temer a la moribunda tribu de los cazadores? —se burla otro de los muchachos meneando su cabeza llena de finas trenzas atadas en una cola.—¡Un solo cazador de nuestra tribu podría acabar fácilmente con ustedes cuatro, así que deberían marcharse antes de que sea demasiado tarde! —amenaza Mahal con voz firme apretando las manos en puños a los lados de su cuerpo.—Tienes una boca demasiado descarada, parece que los Fuhure ya ni siquiera son capaces de enseñarle respeto a sus mujeres —reclama Xako arrugando la nariz con disgusto, nadie le habla de esa manera y mucho menos una mujer.
Trego se detiene a la sombra de un árbol sintiendo que ya no puede avanzar más, su cuerpo agitado y sus piernas casi entumecido le obligan a parar, incluso a pesar de que ya puede divisar la cascada que oculta la entrada a su tribu. Sintiendo la frente caliente se sienta en la hierba bebiendo la poca agua que le queda en su calabaza, ha estado corriendo casi un día completo, y en varias direcciones, ya que no tomó un camino directo hacia su hogar por miedo a dejaron rastro que los cazadores nocturnos pudiesen seguir. Ha visto la destrucción que esas bestias han causado en dos pueblos, y no está dispuesto a permitir que su gente termine de la misma manera. O al menos si logra llegar antes que su corazón reviente, ni siquiera ese descanso está sirviendo para parar los latidos desbocados que le resuenan en el pecho.—¡Sabía que eras tú! —grita Sayo bajando del árbol de un salto con una gran sonrisa.—¡Maldita seas, Sayo! Casi me matas del susto —reclama el muchacho
En lo profundo del castillo del Imperio de la gente de la montaña, el soberano se encuentra mirando fijamente el mapa que le han tallado en arcilla sobre sus dominios. Está seguro de que podría llegar más lejos si se lo propusiera, los Hazudos han representado un contratiempo que le ha impedido extenderse hacia el sur, y aún hacia el norte no puede extenderse mucho más sin entrar en conflicto con el Imperio de los sabios del norte.—Señor, tenemos noticias de la parte más baja del Imperio —anuncia un guerrero haciendo una reverencia al presentarse ante su señor.—¿Qué sucede? —pregunta el gobernante molesto por la interrupción de sus pensamientos.—Ha habido una intromisión enemiga —informa el guerrero cerrando los ojos al saber que se convertirá en quien su líder derramará su ira.—¡¿Cómo ha podido suceder eso?! ¡¿Qué demonios sucedió con la guardia que hay allí?! —reclama el emperador volteándose con ira hacia el mensajero.—Todas
—Está haciendo mucho frío, ¿Cómo pueden aguantar estas tormentas? —se queja Erpo acurrucándose en la piel de guanaco que por suerte tuvo la idea de tomar de una de las tribus que destruyeron.—No estamos acostumbrados a esto, y eso es una desventaja —sostiene Kaitu entornando los ojos para ver a través de la nieve que el viento sigue trasladando.—Pero si nosotros no podemos ver a través de esta tormenta, nuestros enemigos tampoco, deberíamos pasar la noche tranquilos —comenta el joven debajo del toldo que han armado para hacer guardia.—Yo no me confiaría de eso, esta gente va a intentar todo lo que pueda para detenernos, si no lo hacen pueden arriesgarse a tener que soportar la ira de su emperador. Lo cual probablemente para ello resulta peor que haber caído en el campo de batalla —replica el guerrero experimentado sabiendo lo que los soldados desesperados son capaces de hacer para proteger su territorio.—Que lo intenten, con el ritmo
—¡Ha sido la mayor humillación de mi vida, allí esperando como un idiota a esa maldita! ¡Todos me miraban, todos tenían clavados sus ojos en mí, pensaban que no me seguirían, pensaban que si la que será mi mujer no me respeta ellos tampoco lo harán! —reclama Kopuru entrando en la choza de su padre hecho una furia.—Deja de exagerar, hijo. Estoy convencido de que es una gran ventaja que haya desaparecido, hasta creo que sería ideal que nunca regrese —murmura el anciano con una sonrisa de ilusión comenzando a revolver entre sus cosas.—¿Una ventaja? Pudo haber huido, o muerto, o quizás… quizás hasta puede haber planeado fugarse con Tekay —replica el muchacho pronunciando las últimas palabras con repugnancia ante el solo pensamiento de que el huérfano se haya atrevido a eso.—Pues si esos dos se han fugado juntos les desearía mucha felicidad, me estaría librando de dos dolores de cabeza y sin esfuerzo alguno —murmura el anciano pensando en lo fácil que ser
—¡Ya no debemos estar muy lejos, los cazadores nocturnos sienten rastro de humanos en estos árboles! —anuncia el Jefe Nagutu a su ejército que lo sigue temeroso de las criaturas que van delante de ellos.—¿Está seguro, señor? No hay ninguna evidencia de asentamiento alguno, quizás sea el rastro de viajeros que han pasado por aquí —replica uno de los guerreros que ya comienza a cansarse de seguir a esas bestias que se suponía los conducirían al lugar donde se esconden los Nagutu desertores.—¿Acaso dudas de mí? ¿Crees que no sabría si estamos siguiendo el rastro correcto? —interroga el Jefe con evidente molestia.—No, señor. Solo digo que el rastro se ha estancado en este lugar, hace ya bastante que las criaturas andan en círculos aquí —sostiene el guerrero sintiendo un escalofrío recorrerle el cuerpo al ver a uno de los cazadores nocturnos caminando por detrás del Jefe.—Está bastante claro lo que sucede, el rastro nos ha conducido hasta aquí
—¡No puedo creer que lo haya hecho, valemos tan poco para él! —solloza una muchacha morena mirando la fosa en el que el cuerpo de su hermana ha sido colocado.—Debemos pensar que ella ahora está en un mejor lugar, ella había con los dioses lejos de las penas de este mundo —intenta consolar su hermana mayor estrechándola entre sus brazos, aunque también ella tiene enrojecidos los ojos por el llanto.—Te consta que eso no es verdad, Cappoli ¡Él se ha convertido en un monstruo, la ambición de hacer más grande a este imperio lo ha vuelto loco! ¡Y nada lo detendrá! Derrama la sangre de sus hijos con tanta frialdad que parece que está quitándole la vida a un simple animal —reclama la muchacha sin quitar la mirada del cuerpo inerte de su hermana.—Tienes que calmarte, Denia. En este estado no te haces bien, y sin duda no es la manera en que deberías comportarte en el funeral de nuestra hermana —cuestiona Cappoli mirando con un poco de dureza a la joven.
Kaitu sale fuera de su tienda mirando con sorpresa que la tormenta sigue manteniendo la misma ferocidad, el fuerte viento y la fría nieve la aguijones la pieles haciéndole estremecer el cuerpo. Abrazándose a sí mismo para mantener el calor avanza lentamente por el blanco manto de nieve que ya le llega a las rodillas, por lo que ve parece que este temporal no amainará hasta taparlos por completo, o al menos lograr congelarlos. Con esto en mente se dirige hacia la choza de Veida, ya le ha dado suficiente tiempo para tomar una decisión, no pueden seguir quietos allí.—¿Señor? —llama Kaitu ingresando en la tienda con cautela.—¿Kaitu? ¿Q-qué pasa? —murmura Ferza media dormida debajo de una manta donde mantiene abrazada a la pequeña extraña.—¿Dónde está Veida? —pregunta el guerrero mirando la cama vacía de su líder.—Yo… no… no lo sé, quizás salió a dar una vuelta, ya sabes que no soporta quedarse quieto mucho tiempo —responde la muchacha levantán