—Espero que hayas tenido una agradable noche, muchacho —comenta Zanor dispuesto a acompañar al reducido ejército hasta el límite del territorio Nagutu.
—No ha sido como te imaginas —responde el joven dejando en claro que no ha tocado a la muchacha.—Eso significa solo una cosa, estás enamorado. Por alguna razón las emociones son mucho más fuertes durante la juventud —comenta el anciano rememorando tiempos pasados.—Considero que la fuerza del amor es abrumadora sin importar en qué época de la vida llegue —afirma Trego caminando nervioso por el bosque ante el recuerdo de la cacería en la que casi muere.—Supongo que tienes razón, puede ser una gran fuerza para ayudarnos a afrontar lo que se nos presente, o bien si no es correspondido o posible, se vuelve el mal más doloroso que un hombre podría llegar a conocer —determina Zanor habiendo visto demasiados corazones destruidos por eso.—Eso es algo que espero no tener que sufrir —murmura—Parece que esta lluvia nunca va a parar, llueve como si el cielo quisiera dejarnos bajo agua —murmura Ferza mirando a través de la entrada la violenta lluvia que comienza a inundar los caminos de la tribu.—Deberá hacerlo en algún momento, es solo una tormenta pasajera, en cuanto pade estaré listo para marcharme —responde Veida con las manos extendidas hacia el fuego de una fogata para calentarse.—¿Así que esa ave que trajo la tormenta es su guardián? —pregunta la muchacha sentándose frente al joven esperando poder ser enseñada en sus creencias.—Sí, cada una de las cuatro grandes tribus cuenta con un guardián. Un espíritu antiguo enviado por el Gran Espíritu para guiarnos, aunque ya no son muy cercanos a nosotros —explica Veida teniendo que elevar un poco la voz para ser escuchado por encima del golpeteo de la lluvia en el techo.—Pues para no ser cercano parece estar bastante interesado en hacer conocer su veredicto con respecto a esta gue
—¿Qué te han dicho? ¿Cómo está tu padre? —pregunta Zipul en cuanto ve salir de la choza a su amiga.—¡Por como lo he visto está muy mal, me temo que… que quizás…! —solloza la muchacha sin sentirse capaz de pronunciar que su padre va a morir.—Estaremos bien, hay que aceptar la voluntad del Gran Espíritu. Además sabes que me tienes a mí, no estarás sola —promete la amiga abrazando a la doliente para intentar consolarla en ese momento.—Lo sé, pero eso no lo hace menos doloroso. Ni siquiera puedo imaginarme una vida sin él, es mi padre, ha estado a mi lado en cada momento de mi vida, ¿Cómo podría no sentirme de esta manera? —cuestiona la joven mojando el hombro de su amiga con las lagrimas que caen de sus ojos.—Sí, deja salir el dolor, nadie te lo recriminará —susurra Zipul acariciando el cabello de su amiga para consolarla, incluso ella está comenzando a sentir que va a llorar, así como está segura que toda la gente que se ha reunido alrededor
Trego se arrodilla a la orilla de un arroyo para beber un poco de agua que se lleva a la boca con sus manos, cree que ha sido capaz de dejar atrás a los Nagutu, y que los cazadores nocturnos no han sido capaces de seguirlo el rastro. La verdad es que no estaba seguro de lograrlo, a pesar de haber corrido durante toda la noche le parecía que en cualquier momento una de esas criaturas saltaría desde las sombras sobre él para despedazarlo. Pero con la aparición del sol en el horizonte llegó también una descarga de alivio, hasta el momento nunca ha visto a esas bestias cazando de día, aunque se advierte a sí mismo que no debe dar por sentado que son seres puramente nocturnos.Levantando la vista para mirar a su alrededor puede determinar que aún le resta un largo viaje para llegar a su tribu, dos días más al menos. Cierra los ojos por un momento ante el cansancio que comienza a pasarle factura
—¿No se te hace extraño? —pregunta un guardia de la gente de la montaña en su puesto situado en una cueva por encima del camino.—¿El qué? —interroga su compañero arqueando una abundante ceja negra.—Se suponía que los guardias que escoltaron a la princesa pasarían por aquí al volver —contesta el guardia mirando el camino que no ha tenido transeúntes desde hace unos días.—Tal vez los Hazudos están celebrando no tener que medirse con nosotros, aunque a mi parecer no habría sido necesaria esta alianza. No pueden compararse con nosotros, los hubiésemos hecho trizas, como a tantos otros pueblos —determina el hombre con una sonrisa altanera en los labios.—Las cuatro grandes tribus podrían representar una gran fuerza si se unen, creo que nuestro emperador tomó la decisi&oa
—Así que en este aburrido viaje no hemos topado con una bella flor —murmura Xako devorando con la mirada a la asustada muchacha.—¡Están muy lejos de su territorio, este es el bosque de los cazadores Fuhure! ¡No tienen derecho a estar aquí! —advierte Mahal retrocediendo unos pasos, pero intentando no mostrarse intimidada.—¿Se supone que eso debería asustarnos? ¿Temer a la moribunda tribu de los cazadores? —se burla otro de los muchachos meneando su cabeza llena de finas trenzas atadas en una cola.—¡Un solo cazador de nuestra tribu podría acabar fácilmente con ustedes cuatro, así que deberían marcharse antes de que sea demasiado tarde! —amenaza Mahal con voz firme apretando las manos en puños a los lados de su cuerpo.—Tienes una boca demasiado descarada, parece que los Fuhure ya ni siquiera son capaces de enseñarle respeto a sus mujeres —reclama Xako arrugando la nariz con disgusto, nadie le habla de esa manera y mucho menos una mujer.
Trego se detiene a la sombra de un árbol sintiendo que ya no puede avanzar más, su cuerpo agitado y sus piernas casi entumecido le obligan a parar, incluso a pesar de que ya puede divisar la cascada que oculta la entrada a su tribu. Sintiendo la frente caliente se sienta en la hierba bebiendo la poca agua que le queda en su calabaza, ha estado corriendo casi un día completo, y en varias direcciones, ya que no tomó un camino directo hacia su hogar por miedo a dejaron rastro que los cazadores nocturnos pudiesen seguir. Ha visto la destrucción que esas bestias han causado en dos pueblos, y no está dispuesto a permitir que su gente termine de la misma manera. O al menos si logra llegar antes que su corazón reviente, ni siquiera ese descanso está sirviendo para parar los latidos desbocados que le resuenan en el pecho.—¡Sabía que eras tú! —grita Sayo bajando del árbol de un salto con una gran sonrisa.—¡Maldita seas, Sayo! Casi me matas del susto —reclama el muchacho
En lo profundo del castillo del Imperio de la gente de la montaña, el soberano se encuentra mirando fijamente el mapa que le han tallado en arcilla sobre sus dominios. Está seguro de que podría llegar más lejos si se lo propusiera, los Hazudos han representado un contratiempo que le ha impedido extenderse hacia el sur, y aún hacia el norte no puede extenderse mucho más sin entrar en conflicto con el Imperio de los sabios del norte.—Señor, tenemos noticias de la parte más baja del Imperio —anuncia un guerrero haciendo una reverencia al presentarse ante su señor.—¿Qué sucede? —pregunta el gobernante molesto por la interrupción de sus pensamientos.—Ha habido una intromisión enemiga —informa el guerrero cerrando los ojos al saber que se convertirá en quien su líder derramará su ira.—¡¿Cómo ha podido suceder eso?! ¡¿Qué demonios sucedió con la guardia que hay allí?! —reclama el emperador volteándose con ira hacia el mensajero.—Todas
—Está haciendo mucho frío, ¿Cómo pueden aguantar estas tormentas? —se queja Erpo acurrucándose en la piel de guanaco que por suerte tuvo la idea de tomar de una de las tribus que destruyeron.—No estamos acostumbrados a esto, y eso es una desventaja —sostiene Kaitu entornando los ojos para ver a través de la nieve que el viento sigue trasladando.—Pero si nosotros no podemos ver a través de esta tormenta, nuestros enemigos tampoco, deberíamos pasar la noche tranquilos —comenta el joven debajo del toldo que han armado para hacer guardia.—Yo no me confiaría de eso, esta gente va a intentar todo lo que pueda para detenernos, si no lo hacen pueden arriesgarse a tener que soportar la ira de su emperador. Lo cual probablemente para ello resulta peor que haber caído en el campo de batalla —replica el guerrero experimentado sabiendo lo que los soldados desesperados son capaces de hacer para proteger su territorio.—Que lo intenten, con el ritmo