Ático de los Rodríguez, New York, Estados UnidosAlicia estaba sentada con la espalda recargada en el respaldo acojinado de la cama, con las rodillas recargadas contra su pecho y rodeándolas con sus brazos. Vio caminar de un lado a otro a Emiliano decir que todo lo que había hecho fue imprudente, decía que se lo hubiera dejado a él, que pudo haberle hecho algo Beatrice, que era una confiada, que este mundo era peligroso y que eran sus problemas, hasta que se detuvo y miró en dirección de Alicia. —¿Estás escuchándome?—preguntó impaciente al silencio de Alicia, ella levantó su mirada y como niña regañada asintió. —¿Cómo no quieres que te escuche si estás gritando? Creo que hasta recepción te escuchan, Emiliano. —¿Piensas que esto es una broma?—exclamó poniendo las manos en su cintura. —No es una broma, sé lo que estaba haciendo, ¿Crees que no lo sabía? El miedo simplemente se fue y me aventé, me arriesgué y lo hice para que tú tuvieses la libertad, lo pude hacer…—¿Y si no? Beatrice
Emiliano sintió una opresión en su pecho cuando iba directo al ático, había cerrado un par de negocios y otros a los que había renunciado para poder marcharse de la ciudad cuanto antes, sin duda, debió de haber llegado a oídos de Beatrice, pero como todo hombre de negocios después de lo que había pasado anoche, estaba dispuesto a darse la mano para poder irse con Alicia tranquilo de New York y regresar sin problemas. Cuando se detuvo en uno de los últimos semáforos antes de llegar al edificio, escuchó a lo lejos las sirenas de los bomberos, estos iban rápidos y varios autos le cedieron el paso, cuando vio hacia donde habían dado vuelta, se tensó y no entendió por qué, se llevó una mano a su pecho y de nuevo esa opresión. El semáforo cambió a verde y avanzó en el tráfico de la calle principal, cuando dio la vuelta detuvo el auto a media calle, el edificio donde estaba el ático, estaba incendiándose, había mucha gente en las calles, más bomberos bajaban a toda prisa para usar las mangue
Horas después…Alicia estaba durmiendo en la cama grande que estaba en el centro de aquella habitación de hotel, Emiliano la miró dormir por horas, había tenido un miedo desbloqueado: Dejar sola a Alicia. Desde el sillón individual que estaba en una esquina, desde ahí estaba maquilando su siguiente paso. No permitiría que Beatrice se saliera con la suya. Atentar en contra de Alicia, sería lo último que haría en su vida. Poco a poco comenzó a cerrar los ojos, pero se negó a dormir, tenía que juntar las piezas importantes para tomar venganza antes de marcharse. Repasó mentalmente, los pasaportes y visas, las había guardado en el banco, en su caja privada, así como los documentos más valiosos, así evitaría que fuera de eso, se perdieran, bendito el consejo que le había dejado su padre, ahora entendía que por cosas de la vida, uno podía perder documentos necesarios. —¿Por qué no te metes a la cama conmigo, Emiliano?—escuchó la voz adormilada de Alicia, él finalmente se rindió, se quitó
Cuando terminaron de comer, Alicia y Emiliano, se dieron un baño y estaban de acuerdo que necesitaban dormir, por la mañana él buscaría a Michael y arreglaría cuentas. A eso de las dos de la mañana, el celular de Emiliano sonó una y otra vez, sobre la mesa de noche de su lado, él apenas abrió sus ojos y cuando revisó quien era, se tensó, era Michael.—Por la mañana hablaremos—dijo de manera tajante. —Soy yo, soy Vanessa. —la voz histérica de Vanessa al otra lado de la línea hizo que este despertara del todo. —¿Qué pasó, Vanessa?—preguntó Emiliano sentándose torpemente. —Es Michael, él, —balbuceaba algo, pero el llanto no la dejaba—Vino la policía a investigar lo del incendio en tu edificio, me enteré de que había comprado el piso debajo de tu ático, le enfrenté y le pregunté si era él quién inició el incendio, comenzó a gritar que estaba obligado por la viuda que no fue su intención provocarlo y…—más llanto—… Y empezamos a discutir y…—el llanto aumentó—Está encerrado en el baño y
Al pasar los días, Emiliano y Alicia habían regresado a la hacienda para olvidar el terror que vivieron los últimos días en New York, a ella ya no le quedaron ganas de volver a ir. El auto se detuvo frente a la gran casa, ella bajó a toda prisa y se detuvo a un par de metros, cerró los ojos y escuchó el ruido del lugar, el cacareo de las gallinas, los perros ladrar, el olor a café recién hecho, y el olor a césped recién cortado. Emiliano la contempló un momento en silencio con una de sus maletas en la mano, mientras que otros trabajadores ayudaban a descargar el resto que había en la parte trasera del auto. —¡Bienvenidos!—gritó doña María una vez que le anunciaron que habían llegado, Alicia abrió sus ojos y sonrió, corrió hacia ella y la abrazó con fuerza. —¡Alguien me ha extrañado!—dijo la mujer ya mayor. Emiliano se acercó, dejó en el suelo la maleta de Alicia y esperó a que su esposa soltara a su madre. —Yo también quiero abrazar a mi madre—dijo Emiliano, Alicia se limpió las
Hacienda «El patrón» Emiliano había subido a la habitación para cerciorarse que Alicia se encontraba en buen estado, pero para su sorpresa, estaba hecha un ovillo en la orilla de la cama, con media maleta desempacada, tenía sus labios entreabiertos, podría jurar que hasta roncando estaba, soltó un suspiro y luego sonrió a la imagen que estaba frente a él. La tomó en brazos con cuidado y la puso del otro lado de la cama, tiró de la cobija y la cubrió, dejó un beso contra su frente y luego se dio una ducha, se cambió y después bajó para verse con Ryan, quien estaba concentrado en la pantalla frente a él. —Hola, Ryan—él levantó la mirada y sonrió. —¡Jefe! ¡Bienvenido!—el acento mexicano se escuchó un poco en su saludo y eso le hizo sonreír, al parecer, Ryan sí que estaba bastante cómodo en la hacienda. —Gracias, ¿Cómo has estado estos últimos días?—él notó preocupación. —¿Qué?—se detuvo a medio camino de su escritorio. —Lo siento por lo sucedido en su nuevo ático, ¿Cómo está su s
Hacienda «El patrón» Había pasado un mes precisamente hoy de que habían regresado de New York, y tres semanas que Emiliano se había marchado para arreglar asuntos y recaudar pruebas en contra de Beatrice, quien ya estaba en Italia con sus negocios y no se esperaba lo que vendría en unos días más por parte de Emiliano. Esa mañana Alicia no había salido de la cama, tenía tanto sueño que podría estar todo el día en ella y no importarle si doña María la regañaba, ella quería dormir, se aferró tanto a la almohada de Emiliano que las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, abrió los ojos y se sorprendió como su humor había dado un giro hasta ponerla depresiva, tanto que tenía más ganas de llorar. —Estás loca, Lichita. ¿Qué zancudo te picó ahora? —murmuró para sí misma, se sentó y tiró de la sábana para descubrirse, se quedó mirando un punto fijo en la alfombra debajo de sus pies, quería organizar su mente para hacer su día productivo, pero sabía que si se ponía a hacer algo, de in
Hacienda «El patrón» —¿Entonces lo has conseguido?—preguntó Alicia a Emiliano una vez que entraron a la habitación de ellos, el tema de Beatrice estaba vetado comentarlo delante de cualquiera de la familia. Emiliano asintió y caminó hacia ella sin decir nada más, la tomó del rostro y lo elevó hacia él, ella tomó sus muñecas y se aferró. —Dime que podrás con ella. —él sonrió ampliamente. —Tengo lo necesario para que ella deje de ser la mujer poderosa e intocable que es ahora. Solo he venido un día y medio, el viernes tengo que regresar por petición de mis abogados. —el corazón de Alicia se aceleró. —¿Me ha extrañado, señora Rodríguez?—susurró inclinándose lentamente hacia ella hasta que se detuvo a un par de centímetros de su boca. —Sí, señor Rodríguez. Y no sabe cuanto. —Alicia se impulsó hacia él para besarlo, Emiliano devoró su boca al mismo tiempo que la puso contra la puerta, ella se separó para tomar un poco de aire. —Espera…—dijo Alicia y se separó de él para correr al baño,