Una risa nerviosa e incontrolable se apoderó de él, una risa que se transformaba en llanto indistintamente mientras miraba el piso bajo el cual yacía ella.
— ¡Ríete ahora puta! —gritó, y todo lo que llevaba dentro brotó como un volcán. Se cayó al piso temblando y llorando. Se durmió a solo unos centímetros del cuerpo de su esposa, que poco a poco se enfriaba en su camino eterno hacia la muerte.
Tuvo un sueño intranquilo, lleno de sobresaltos que le estremecían todo el cuerpo. Alrededor de las seis de la mañana se despertó sobresaltado con una canción metida en la cabeza. La canción de él, la de ella, la de ambos. Los acordes aún sonaban cuando abrió los ojos.
—Alguien la está llamando —dijo para sí mismo.<
Hacía tres años que no tomaba unas bien merecidas vacaciones. Aprovechando la ocasión de que la empresa se remodelaba cambiando las oficinas a otro lugar, le pedí a mi jefe unos días libres para realizar un viaje que venía planeando desde hacía muchísimo tiempo. Fui al banco y saqué la mitad de todo el dinero que tenía, cogí el pasaporte, los boletos y me dirigí al aeropuerto. Allí tomé un avión directo a España para disfrutar de una de mis pasiones, la corrida de toros; pero como esta experiencia no forma parte del propósito de mi relato, no voy a profundizar en mis andadas por la península ibérica. Solo les diré que si gustan de este deporte tanto como yo, no pueden decir que han visto una plaza si no viajan a España. En el mío también se practica, pero lo que se vive en las plazas de allí no tiene com
Tengo que decir que no soy muy exigente en gustos y comodidades. Con una buena cama, aire fresco y agua caliente soy feliz, igual con cualquier comida, un trozo de pan y un vino aceptable. Todo lo demás me puede ser indiferente y prescindir de ello. El lugar donde me quedé tenía todos esos pequeños lujos y algunos más. La casona era de piedra y ladrillo, sin pintura de ningún tipo, en la planta baja estaba la cocina tradicional, organizada y espaciosa con todo tipo de ollas y cazuelas, un horno para pan y pizzas y ristras de cebollas y ajos colgando de las paredes. La sala, el comedor y la cocina apenas se diferenciaban, de tal forma que los que estaban en un lugar podían observar a cualquiera que estuviera en el otro sin mucho esfuerzo. Por eso cuando se preparaba la comida, el magnífico olor inundaba la casa entera, provocando el hambre y la salivación en todos los comensales. Así, al servir
Enzo hablaba como consigo mismo, dándose una explicación para convencerse de que todo andaba bien; pero su cuerpo, su espíritu y sobre todo sus ojos, decían lo contrario. El paso de los días le dio la razón al ayudante. El artista cayó aún más, bajo el influjo de este hechizo que lo absorbía, chupándole las carnes y hundiéndole los ojos. La figura de piedra cada vez era más espeluznante. El joven ayudante fue distanciando sus visitas sin que su primo se percatara, solo le traía frutas y bebidas, que era lo único que Enzo apetecía comer. Cada vez que visitaba el taller, el joven sentía más repugnancia hacia la enorme figura que tomaba forma definitiva, aunque la verdad era que tenía la seguridad de que algo muy raro e inquietante sucedía con la escultura. Primero pensó que eran ideas est&uac
Laura despertó sobre una colina de hierba verde. Con su espalda apoyada sobre el mundo, podía sentir el suave frío de la mañana que aún no escapaba del todo hacia la atmósfera. Al abrir los ojos tuvo que cerrarlos inmediatamente, el resplandor intenso del cielo azul salpicado de breves nubecillas blancas se lo impidió. El sol todavía no estaba muy alto, pero la refracción era muy fuerte para ella, adaptada a la oscuridad y a la luz artificial. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro; no le molestó quedarse allí, inmóvil un rato más. Llenó sus pulmones con el aroma a pasto fresco, a estiércol de animales salvajes; lo prefería así, al natural, con lo bueno y lo malo. Las yemas de sus dedos se humedecían con los restos del rocío posado sobre la hierba. Se volteó sobre el costado y ayudada por los brazos se incorporó a me
Yo era un hombre feliz hasta que conocí a Bruno. Permítanme explicarles. Tengo cuarentaicinco años y una salud de hierro. De mi primer matrimonio nacieron dos magníficos hijos que nunca me han dado el más mínimo problema. Me divorcié de su madre hace trece años en el mejor de los términos y ahora es mi mejor amiga. A los treinta escribí mi primer gran éxito y no ha dejado de crecer desde entonces. Así que el dinero no es problema en mi vida. Además, conocí a un ángel y hace un lustro que nos casamos. Mi bella esposa tiene la tierna edad de veinticinco años y no me ama por mi dinero, ni porque fui su profesor, sino por mi capacidad intelectual, por mi carácter y por supuesto, porque soy todo un animal en la cama. Además, luzco bastante bien y mido casi seis pies. Como ven tenía todas las razone
—Tal vez sea mejor así, no quisiera discutir contigo. Sé que piensas que te he sido infiel y eso me hirió un poco. Me di cuenta porque encontré los binoculares a tu lado el día de tu caída. Eso y el tiempo que pasé con Bruno me han hecho reflexionar sobre nosotros. Creo que soy muy joven para pasar toda mi vida esperando que vendas un libro para ir a dos o tres ciudades de gira promocional. Ya veía yo por donde venía la cosa y no me gustaba nada. Traté de protestar, pero solo gemí como un tor..., como camello. —Realmente te amo, pero descubrí con Bruno que puedo pedir más de la vida y hacer más por mí. Te amo mucho, no me mal intérpretes. El tiempo que pasé a tu lado no fue tiempo perdido, pero no puedo vivir tu vida y dejar pasar la mía. Un calor volc&aac
Cuando Roberto Barroso puso la primera losa del piso que reparaba, no pudo evitar que su mente volara cuatro años atrás. Los golpes que le daba al granito para alinearlo con el resto del piso, le hicieron recordar los martillazos que sonaban en el dormitorio del apartamento 15, del edificio Miranda en la calle 3ra. Allí, mientras reparaba el closet de un cliente que había solicitado sus servicios, conoció a Maribel. Desde que la vio quedó gratamente impresionado. Al principio pensó que era la hija o la hermana de su cliente, por la diferencia de edad y de físico, pero cuando él la saludó con un beso seco, frío e impersonal en la boca, casi sin mirarse, cayó en la cuenta de que eran pareja. Él no lo sabía, pero tras la indiferencia de aquel beso, se escondía toda una historia de antipatía, costumbres, resignaciones, engaños, mentira