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EL DEMONIO DE MARMOL 3

  Enzo hablaba como consigo mismo, dándose una explicación para convencerse de que todo andaba bien; pero su cuerpo, su espíritu y sobre todo sus ojos, decían lo contrario.

  El paso de los días le dio la razón al ayudante. El artista cayó aún más, bajo el influjo de este hechizo que lo absorbía, chupándole las carnes y hundiéndole los ojos. La figura de piedra cada vez era más espeluznante.

  El joven ayudante fue distanciando sus visitas sin que su primo se percatara, solo le traía frutas y bebidas, que era lo único que Enzo apetecía comer. Cada vez que visitaba el taller, el joven sentía más repugnancia hacia la enorme figura que tomaba forma definitiva, aunque la verdad era que tenía la seguridad de que algo muy raro e inquietante sucedía con la escultura. Primero pensó que eran ideas estúpidas y tontas, pero luego se convenció de que la estatua no solo se movía, sino que se transformaba. En primer lugar había crecido casi un metro desde que comenzó el trabajo, las garras y los dientes se alargaban y afilaban según pasaban los días.

  La sonrisa de la bestia, antes breve y casi imperceptible, ahora era evidente y diabólica, mostrando una lengua bífida que estaba seguro que Enzo nunca hizo. Y lo peor de todo eran sus ojos que parecían tener vida y no solo vida, sino que juraba que le seguían a donde quiera que se moviera, incluso en un par de ocasiones le pareció sorprender al monstruo girando la cabeza en su dirección.

  Lo único que le mantenía asistiendo a ese lugar era el cariño que sentía por el primo, la preocupación por su salud y la esperanza de una nueva y próspera vida después de terminar el trabajo. Aun así se cuidaba de mirar

directamente a la bestia que se erguía en el mismo centro del taller. Pasaba lo más lejos posible de puntillas y salía en cuanto cumplía con su deber, no sin sentir un inmenso vacío en el estómago y un frío sepulcral que se le metía en los huesos y le duraba horas.

  Un día, antes de entrar al taller, cuando ya se habían vencido los seis meses para la entrega de la obra, el joven aprendiz creyó escuchar una conversación que venía del interior. Al principio pensó que era el extranjero que había venido a ver el progreso del encargo, pero al pegar el oído a la puerta sintió un escalofrío indescriptible. Una voz más parecida a gruñidos de un perro rabioso que estuviese en el fondo de un pozo, discutía con su primo. No se comprendía lo que decían, pero nada bueno podría ser por el tono subido y amenazante de ambos.

  Abrió poco a poco la puerta y entró sin hacer ruido. No podía ver directamente la escena porque se interponía un largo lienzo, blanco y sucio, que servía de cortina colgando del techo hasta el piso, protegiendo la obra de la vista de los curiosos.

  La luz de cinco linternas dibujaba en el lienzo los objetos y personas que se encontraban al otro lado de la estancia, como si se tratase de un teatro de sombras. Se notaban claramente la silueta de Enzo y de la escultura de mármol, el movimiento de la tela, producto del aire que se filtraba por la claraboya, hacía parecer que la enorme estatua se movía sutilmente cada vez que la voz misteriosa llenaba el interior del taller con palabras graves que rebotaban en las paredes, haciéndolas ininteligibles para el oído exaltado del joven.

  Entonces vio como Enzo tomó una enorme masa y le asestó un golpe justo en la pata de apoyo de la bestia de piedra, causándole un gran daño a la obra, pero sin derribarla.

  Volvió a coger impulso para darle un segundo golpe que seguro derrumbaría al monstruo, pero sucedió algo que el joven aprendiz no hubiese creído si no lo hubiese visto. En un segundo, la silueta del demonio de mármol se movió, rápida y ágil como si estuviese viva; con uno de sus brazos detuvo el golpe, perdiendo dos de sus cinco garras y de un solo mordisco le separó la cabeza de los hombros a su primo Enzo y se la tragó, haciendo un ruido repugnante.

  El joven no pudo retener un grito de horror que llamó la atención de la bestia, quien se volvió hacia él. La visión de su primo, cayendo lentamente sin vida como un muñeco de trapo y las salpicaduras de sangre sobre el lienzo blanco que salían a chorro de su cuerpo mutilado, pudo más que el estupor que le obligaba a permanecer clavado al suelo. Se abalanzó hacia el cadáver del maestro descorriendo la ensangrentada cortina, pero al ver al demonio de mármol sin el filtro de la tela, el miedo más inmenso del mundo se apoderó de todo su ser.

  Aquella cosa lo miraba directamente con ojos negros y vacíos, reflejando las entrañas del abismo del cual había salido, de la boca le colgaban densos hilos de espesa sangre. Se torció para tratar de devorarlo, pero la posición del joven se lo impidió en parte, alcanzando a morderle solamente la mano que el muchacho levantó en un gesto defensivo.

  No sintió dolor alguno por el susto, pero cuando cayó sobre su espalda, vio con incredulidad que le faltaban dos dedos y medio de la mano derecha, de la que brotaba sangre roja y caliente. Se arrastró hacia atrás sin poder quitarle la vista a la bestia que trataba de moverse para ir en su busca, pero seguía anclada a la base de piedra, contorsionándose y rugiendo sin lograr su objetivo.

  El joven, presa del más profundo pánico, se alejaba cada vez más del horrible animal. Chocó contra la puerta cerrada y el golpe lo sacó del trance, se volteó la abrió y salió corriendo. El secreto que mantuvo durante los seis meses que duró el trabajo le había ganado la apatía de cuantos lo conocían, así que por instinto se dirigió al embarcadero y subió al barco por la gruesa soga que le mantenía atado al muelle.

  Una vez dentro la emprendió a golpes con la puerta que daba al interior del mismo. Luego de unos minutos los tres hombres salieron a cubierta portando unas espadas medio curvas, con largos mangos que los extranjeros sostenían con ambas manos, separando mucho las piernas y flexionándolas, de modo que parecían aún más pequeños de lo que eran. Le rodearon en posición amenazante, pero sin atacar ni perder la compostura, como si estuviesen haciendo un ejercicio muchas veces practicado. Cuando se vio rodeado cayó en la cuenta de que no podía comunicarse por desconocer su idioma, así que trató con gestos y muecas de expresarse. Tan elocuente fue con los movimientos y tal era la cara de espanto que tenía, que parecieron entenderle después de unos minutos.

  Lo metieron a la fuerza en el interior del barco y vendaron sus heridas. Luego le ataron y se armaron con cuchillos extras, ataron cuerdas en sus extremidades, se pusieron una especie de armadura hecha de bambú y

salieron del barco luego de reunirse y hacer una especie de oración breve.

    Al cabo de varias horas regresó uno de los extranjeros, herido en varios lugares del cuerpo y partió sin hacer caso de las protestas del joven que debilitado por la pérdida de sangre se desmayó.

  Al parecer la nave derivó varias semanas en el mar, pues nadie la guiaba mientras el misterioso hombre se recuperaba de sus heridas. Únicamente se levantaba de su lecho para comer unas galletas duras y beber una bebida alcohólica blanca, las cuales compartía con el joven aprendiz, quien también se curaba de su mano.

  Cuando ya estaba convencido de que moriría a manos del extraño o debido a un naufragio y luego de casi seis meses de navegación, el pequeño hombre le desató y lo dejó en una costa completamente desconocida, sin pronunciar una palabra y con cinco barritas de oro.

  A partir de entonces el joven vivió una vida de aventuras y de viajes por extrañas y lejanas tierras que le llevó a conocer muchas lenguas y culturas. El temor del recuerdo que vivió y las dificultades de estar en tierras desconocidas le hizo dilatar el regreso a casa más de lo que planeó. Luego la vida se le fue complicando como siempre sucede cuando se tiene familia. Al envejecer y quedar sin responsabilidades decidió que era hora de volver y emprendió el largo viaje. Al llegar, nadie lo conocía ni lo recordaba.

  Al visitar el lugar donde le sucediera tan terrible aventura, el taller de su querido primo estaba cubierto de una gruesa lona negra, amarradas con cuerdas fuertes y firmes. La superstición de la gente le fue colgando cruces, maldiciones y hasta oraciones alrededor del antiguo taller, que se había convertido en un sitio maldito o de culto, según quien lo visitaba.

  Alguien le contó que en el pasado, un artista fue asesinado por su propio primo que le cortó la cabeza y huyó con ella al extranjero. Entonces el espíritu de la víctima se apoderó de una gran escultura que estaba realizando, la cual tomó vida propia y mató a dos guerreros del demonio e hirió a otro antes que la destruyeran, reclamando para su amo el alma del escultor, que mora en el interior de su taller desde entonces batallando con tan horrible monstruo cada vez que intenta salir de los restos de la escultura maldita.

  El homicida huyó tratando de llegar al extranjero, perdiéndose en el mar y muriendo devorado por una tormenta de arena que le hundió hasta el fondo del mediterráneo. Los habitantes, temerosos de que el demonio retornase a la vida para reclamar más almas, cerraron el taller con conjuros y agua bendita, y lo taparon totalmente con velamen pintado de negro. El cura del pueblo exorcizó el lugar y prohibió que entraran en él. Desde entonces y hasta el día de hoy, quienes se acercan al lugar sienten la presencia del mal que, después de muchos años, perdura como el primer día.

  Comprendió entonces que no podía revelar su identidad y salió nuevamente del país para nunca más volver. Se dice que murió lejos de su tierra, con la pena de pasar a la posteridad como un asesino, pero yo conozco la verdadera historia porque él me la contó personalmente”

  Después de tan extensa e intensa historia, no pude hacer otra cosa que admirarme de la imaginación del anciano ante mí. Fue contada con tantos detalles y con tal convicción que dudé de que fuera una ficción. Sus ojos brillaban y hasta se humedecían a través del relato tan genuinamente y sus manos temblaban bajo la manta con tanta violencia, que no solo yo quedé impresionado, sino que dos de los huéspedes que se unieron al relato se sintieron igual.

  Cuando estaba en la cama tratando inútilmente de dormir, me convencí de que el viejo deliraba con una especie de ilusión realista para él, por lo que transmitía esa sensación a quien le escuchara. Tuve un sueño agitado y nervioso, sin poder recordar al despertarme de qué se trataba.

  Así transcurrió el tiempo en aquel lugar magnífico. Durante el cual se formó una buena amistad entre el anciano y yo. Todas las noches contaba historias fantásticas sobre todos los lugares donde había estado en su juventud, pero ninguna con la seriedad y realismo de aquella primera, sino que las narraba feliz y sonriente, olvidando detalles y fechas, sin mostrar mucho interés en la trama.

  Llegó el día de la despedida. Embalaron la escultura que adornaría mi jardín interior y con la que quedé muy complacido y la guardaron en el último vagón del tren que me llevaría al puerto para volver a casa en barco.

  La cocinera de la casa donde me hospedé vino a despedirme con el anciano dueño del hostal me deleitó con sus historias a la luz de la gran chimenea, haciendo mi estancia en estas tierras mucho más interesantes. Venía en su sillón de ruedas y la manta gris sobre sus manos como siempre. Me conmovió este detalle de mi anfitrión. Le prometí volver sabiendo que era poco probable y me subí al último vagón.

  Desde la puerta trasera agité mi mano en señal de saludo a mi querido amigo y él respondió, después de dudarlo un poco, sacando la mano derecha de debajo de la manta e imitando mi gesto. En ese instante me quedé perplejo.

  A la mano que se agitaba en el viento le faltaban dos dedos y la mitad del otro. Mientras, la cara del anciano reflejaba un gesto de rara picardía.

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