Un rato después de haber llegado a aquel mugrienta lugar, Sarah comenzó a recuperar la conciencia. No fue un despertar rápido, como el que uno tiene cuando el despertador suena en un día de fiesta, no; sino que fue algo lento, y casi doloroso. Primero comenzó a sentir el frío de la cama sobre la que estaba en los músculos, fue una ligera sensación de incomodidad que la hacía moverse, acurrucarse, y buscar el poco calor que su propio cuerpo pudiera generar.
Luego empezó a despertar su cerebro, que casi parecía que luchaba por permanecer dormido, y Sarah sintió todos sus sentidos embotados, y un fuerte dolor de cabeza extendiéndose por sus sienes. Se llevó las manos a la cabeza, intentó masajearse un poco, pero pronto fue consciente de que no servía de mucho aquella acción.
Abrió los ojos con pereza
Néstor tardó mucho más que los diez minutos que había dicho que tardaría, y cuando volvió a la sala en la que Adam no paraba de dar vueltas, haciendo círculos, y mascullando en voz baja, sin darse cuenta; quiso gritarle al anciano que se diera prisa. Al final, se apenó de sus viejas piernas, y de su expresión cansada, y le pidió que se fuera a la cama, pues no creía que fuera adecuado que el pobre hombre estuviera dando vueltas por la parte más fría de la casa a esas horas de la noche.- Señor Adam, seré viejo,pero le aseguro que estoy en plena forma, y si usted ha llegado a esta hora, y es cuando necesita mi ayuda, se la prestaré.- Pero Néstor, ya has traído linternas, ropa, comida… no necesito que colabores más, has hecho mucho más de lo que podía esperar.- Señor Adam, puede que usted sea muy testarudo, pero le aseguro que no voy a dejar que un renacuajo al que he visto correr en pañales, me diga donde puedo estar o no, esta será su propiedad, pero yo he cuidado toda mi vida de es
Después de una eterna conversación en la que Adam no dejaba de amenazar a Sara con encerrarla de por vida en esa mazmorra, al final, se rindió, y la dejó en paz. Se fue de allí dejándole una lámpara de aceite, una manta gorda, y una cesta de comida, y aunque ella tenía hambre, la conversación que acababa de mantener había hecho que despareciera.¿Realmente Adam, el hombre al que amaba, pensaba que ella era una traidora que había viajado con él a su casa para hacerles daño o robar información? ¿Pero qué clase de loco piensa algo así?Sarah cogió la manta, se tumbó en el jergón, que esta vez no le pareció tan incómodo, y lloró. Hacía tiempo que no lloraba de esa forma, y desde luego, nunca había llorado por un corazón roto, pero esta vez
Bea había recorrido tantas veces las mazmorras, que a estas alturas ya sabía moverse en su interior, como pez en el agua. Había tardado un poco en volver a situarse, pero cuando escuchó un grito de mujer en la lejanía, supo que se trataba de Sarah.Corrió hacia alli en medio de la oscuridad, y cuando vio la tímida luz entre las piedras, supo que Adam había regresado. La encontró desorientada, con el rostro sucio, y las manos desolladas de tanto buscar la forma de escapar, y se asustó.- Sarah, he venido con Adam, llevo horas buscándote.- ¿Qué? ¿Por qué motivo?Bea pensó que no tenía ningún sentido explicarle todos los sucesos que habían llevado a que ella acabara buscándola, perdida en aquellas dependencias, así que decidió omitir esa parte.- Pues
Sarah aguantó como pudo el trayecto hasta el hospital, no le habían dado ningún calmante porque el criado de Adam no había localizado ninguno que le sirviera, y como el hombre temía darle una dosis demasiado alta, al final se negó a entregarle ninguno.Sarah sabía que habían conducido muchos más kilómetros de los necesarios para llegar hasta el hospital en el que estaba ingresado su hermano, pero Adam no había dicho nada sobre el largo trayecto. Iba tan concentrado todo el rato, preguntándole una y otra vez como se encontraba, y limpiándole el sudor de la frente con una bayeta mojada en agua fría, que no recordó mirar por donde iban.Cuando Bea al fin aparcó en un sitio que acababa de quedar libre, y que estaba muy cerca del hospital, Adam miró a través de la ventanilla, y se soprendió de que hubieran llegado hasta la ciudad.- &ie
Bea se bajó apresuradamente del coche, pues a pesar de haber pitado para alertar a Sarah que parecía no escuchar sus gritos de alerta, su transformación no había concluido cuando Adam llegó hasta el lugar en el que estaba aparcado el coche. - Bea.- dijo él malhumorado.- ¡vamos! Ayúdame a ponerla en la silla de ruedas, no te imaginas la cola que había para conseguir una de éstas. Adam señaló la silla de ruedas medio desvencijada con la que había aparecido, y Bea se dio cuenta con pena de que estaba todo sudoroso, señal de que había corrido para legar cuanto antes hasta allí. - Si, si, pero espera, que como has tardado un poco, Sarah se ha quedado dormida y no me gustaría que se llevara un sobresalto. - ¿pero qué dices? ¿Cómo va a dormirse con una rotura de huesos? Si venía la pobrecita llorando. - Ya, ya, pues se ve que se ha quedado agotada. - Venga, Bea, deja de decir bobadas, y déjame colocarla en la silla, un médico debe verla, y cu
Sarah decidió que llegaría a la planta en la que su hermano estaba ingresado en menos de cinco minutos, y de ese modo, aún podría estar otros veinte minutos con él, y luego volver a lanzarse en otra loca carrera en dirección a urgencias. El plan era fácil, y ella conocía perfectamente el hospital y todos los posibles caminos que la llevarían hasta la habitación de Philip, pero la vida parecía interponerse en su camino: primero, encontró un dispositivo médico moviendo a un paciente por medio de urgencias, y se vio obligada a detenerse, y a cederles el paso; luego un grupo de acompañantes de pacientes le impidieron pasar, y tuvo que esperar el siguiente turno de ascensor, y aunque éstos se disculparon por no haber visto su apresuramiento, y haber despejado el camino, ella ni siquiera se molestó en responder a sus disculpas. Y cuando al fin pudo llegar al ascensor, subir en él y relajarse mientras éste la conducía hasta la planta de Philip, sintió que la ansiedad le mordía en el estóma
Bea se ató las zapatillas con toda la parsimonia que pudo reunir, pero lo cierto es que los nerviosos movimientos de Adam la estaban alterando. Miró el reloj de reojo, tratando de comprobar cuantos minutos faltaban para la hora en que había quedado con Sarah, y vio que aún restaban diez minutos para que la chica volviera a urgencias, ya que no sabía nada del descubrimiento que Adam acababa de hacer. Se puso nerviosa con solo imaginarse lo que diría Sarah cuando Adam apareciera junto al lecho en el que su hermano padecía los estragos de la enfermedad desconocida de la que estaba aquejado, y volvió a intentar estirar el tiempo, como si Adam tuviera paciencia para aguantar sus habituales jugarretas. - ¡BEATRIZ! ¿Te duele la pierna?.- preguntó él con un amargo tono de burla en su voz.- porque te aseguro que si no terminas de colocarte los zapatos en treinta segundos, te ayudo a ponértelos yo. Bea sintió la amenaza en aquella frase, y decidió que quizá no fuera el mejor día para jugar c
Sarah se levantó de un salto de la cama en cuanto escuchó las palabras de Adam, que parecía tan furioso que le congeló la sangre en cuanto lo miró. Esperó a que la puerta se cerrara tras la enfermera, otorgándolo ese pequeño reducto de intimidad, y se lavantó dejando ver la figura tumbada de Philip. Sarah, que no conocía a Adam desde hace mucho, pero consideraba que podía confiar en sus instintos, sabía que cuando fuera consciente de que el enfermo estaba consciente, no descargaría toda su ira, sino que esperaría a que estuvieran a solas; y exactamente así fue como sucedió. Philip levantó suavemente la cabeza, y movió la mano en un patético gesto de saludo que rompió el alma de su hermana; estaba tan desmejorado, y tenía tan poca fuerza, que la sensación de que estaba al borde de la muerte la apremiaba, cerrándole las vías respiratorias hasta que se veía obligada a boquear como un pez fuera del agua. - Buenas noches, amables visitantes, la enfermera dice que venís a verme a mi, per