El rugir del potente motor del reluciente Mercedes Benz 560 despertó ecos entre los edificios de la avenida, anunciando la llegada de Dominic a la imponente Kurfürstendamm. Al abrir la pesada puerta del auto, una oleada de aromas lo envolvió, el dulce olor a pan recién horneado de la panadería en la esquina, mezclado con el tentador aroma a café tostado proveniente de la cafetería vecina, era realmente embriagador. Los brillantes rayos de sol refulgían en los relucientes edificios de cinco y seis pisos que bordeaban la ancha avenida, con sus fachadas de piedra labrada y amplios ventanales enmarcados en roble. Las aceras de piedra pulida hervían de actividad, llenas de elegantes berlineses con sus mejores galas, sombreros y bastones. El incesante zumbido de las conversaciones en alemán, francés e inglés llenaba el aire, compitiendo con el estridente repiqueteo de los tacones sobre el empedrado y el vivo ritmo de jazz de un acordeonista callejero. Los vendedores pregonaban sus ofertas,
Bajo el sol abrasador del mediodía, Joseph aguardaba impaciente dentro de su Volkswagen T–36 negro como la noche. Estacionado a unos 300 metros de la majestuosa hacienda Santtorini, este acechaba entre las sombras proyectadas por un frondoso árbol. Sus ojos ávidos escudriñaban el camino de tierra que conducía a la imponente reja de hierro forjado. La brisa traía el perfume de los jazmines, pero estaba demasiado absorto en su misión como para percibirlo. Había sobornado al dueño de la humilde casa para poder aguardar junto al portón con vista a la recta y polvorienta carretera. Todo estaba fríamente calculado. Su primo Carlos aún se encontraba hospedado en la lujosa hacienda, pero sabía que ese día saldría a la ciudad. La noche anterior había escuchado a Carlos comentarle a su padre sus planes de ir a emborracharse a algún bar, según él que tenía mucho tiempo sin salir. Esa mañana Carlos no había abandonado su habitación, Joseph lo habia estado esperando desde entonces, sabía que en a
La plaza Ossenmarkt hervía de actividad bajo el sol de la tarde. El aroma a pan recién horneado flotaba en el aire desde la panadería del otro lado de la calle. Los niños jugaban alegremente, sus risas llenando el ambiente. Joseph observaba atentamente la entrada del bar Wilhelm's desde las sombras de un callejón cercano. Sabía que si intentaba entrar, los parroquianos lo reconocerían al instante. De pronto, un niño limpiabotas pasó cerca, tarareando una canción. Joseph vio la oportunidad y lo llamó ofreciéndole 30 marcos si espiaba a un hombre dentro del bar. Le describió detalladamente al sujeto moreno, barbudo, con camisa manga larga y pantalones azul marino. El niño aceptó gustoso, guardando el anticipo en su bolsillo y prometiendo informarle todo al terminar el trabajo. Dentro del bar, el aire estaba cargado con el aroma a cerveza, tabaco y conversaciones animadas. En una esquina oscura, alejado del bullicio, Carlos estaba sentado con una jarra de cerveza negra enfrente. Conte
En una de las calles más empobrecidas de "Ossenmarkt", Carlos estaba recostado contra la pared de ladrillos de una casa dentro de un callejón maloliente. Miraba impaciente el reloj mientras fumaba un cigarro, hastiado de esperar. El olor a humedad, orines y basura en descomposición inundaba sus fosas nasales. Dio un suspiro decepcionado soltando una bocanada de humo gris de su cigarro a medio fumar mientras observaba a un ratón escapar a duras penas de un gato negro, colándose por una alcantarilla cercana. "Supongo que siempre es igual, el débil siempre está a merced del fuerte” pensó al ver la escena. El animal le recordó su propia condición, atrapado en ese mundo sórdido. Anhelaba el día en que dejara atrás esa vida y obtuviera la grandeza que perseguía. No pudo evitar que su mente divagara una vez más hacia momentos atrás ¿Quién lo estaba siguiendo? Aunque sabia que sus enemigos no escaseaban, podía deducir a solo dos personas que pudiesen estar detrás de todo esto. O lorenzo lo
El frío viento nocturno golpeaba los árboles, haciendo crujir sus ramas y hojas secas, mientras el cielo se cubría de densas nubes que amenazaban con una próxima tormenta. En medio del bosque, dos coches se abrían paso por el sinuoso camino de tierra, levantando una nube de polvo a su paso. Dentro del coche rojo iba Darío Santtorini, observando el paisaje a través de la ventana con su mirada fría e inexpresiva. Sus puños se cerraban con fuerza sobre el cuero del asiento, emanando la tensión que sentía en ese momento. Sabía que las cosas no estaban bien. Tras un largo viaje, finalmente llegaron ante un enorme portón metálico, que se alzaba imponente, custodiado por una torre de vigilancia. El hombre apostado allí, en lo alto, divisó la comitiva y de inmediato accionó una palanca para abrir el pesado portón. Los coches cruzaron lentamente el umbral hacia un mundo diferente, casi irreal. Ante ellos se extendía un amplio recinto amurallado, en cuyo centro se erigía una inquietante const
El motor del automóvil rugió con impaciencia mientras daba marcha atrás y volvía sobre sus propios pasos. La brisa de la tarde siseaba entre los árboles cercanos, creando una atmósfera cargada de misterio. El aire olía a tierra húmeda y follaje, transportándolo a recuerdos de tiempos más felices. Al llegar nuevamente bajo el farol, la cálida luz de la tarde bañaba la calle solitaria, pero la figura de la mujer había desaparecido. Maldijo en silencio la mala jugada de su mente, justo en estos momentos que ya pensaba haberla olvidado. Un sudor frío perlaba su frente mientras miraba con atención el punto en el que le pareció haberla visto. El viento susurraba entre las hojas secas, acentuando la sensación de soledad. Un escalofrío recorrió su espalda mientras escudriñaba los alrededores. Intrigado, apagó el motor y salió lentamente del vehículo, sus sentidos alertas. El olor a gasolina impregnaba el aire. Recorrió el área con la mirada, buscando desesperadamente cualquier rastro de aqu
Don Lorenzo Romanov se encontraba en su despacho, pensativo con las manos posadas sobre el pulido escritorio de caoba. Frente a él, se extendía una imponente montaña de papeles por revisar, contratos y negocios pendientes que aguardaban su firma. Este ejercía un poder casi absoluto en varias regiones de Alemania y países vecinos. Sin embargo, el agobiante peso de sus responsabilidades y la abrumadora cantidad de tareas que debía resolver, le provocaban punzantes dolores de cabeza, resultado de la tensión acumulada durante años. Sin embargo, actualmente su principal preocupación era garantizar el futuro y bienestar de su familia cuando él ya no estuviese presente. Su muerte era inevitable, debido al carcinoma que corroía lentamente su cuerpo como una plaga. Especialmente le preocupaba Dominic. El joven no estaba listo para tomar su lugar. Era demasiado ingenuo e inexperto para ese turbio mundo, donde la debilidad no se perdonaba. "Al menos te despejaré el camino, el resto dependerá
A la mañana siguiente, Isabell se despertó sobresaltada, con el peso de la preocupación marcado en su semblante. Enormes ojeras moradas se cernían bajo sus ojos cansados, testigos mudos de una noche en vela donde la ansiedad y la incertidumbre no le habían permitido conciliar el sueño. La débil luz matutina se filtraba tímidamente a través de las cortinas de gasa blanca de su habitación, iluminando tenuemente su rostro demacrado.Isabell parpadeó confundida, tardando unos segundos en recordar el motivo de su desvelo. Ya había pasado un día completo desde que Dominic la había plantado sin dar explicación alguna. Sin embargo, no había tenido noticias de su prometido. Un suspiro de frustración se escapó de entre sus labios resecos. —¿Qué rayos le habrá pasado a ese tonto? — preguntó en voz alta al aire, pero solo el silencio respondió.Pasado un tiempo, el repiqueteo en la puerta de roble la sacó de sus cavilaciones. Era Anne, el ama de llaves, con su característico delantal almidonado