El frío viento nocturno golpeaba los árboles, haciendo crujir sus ramas y hojas secas, mientras el cielo se cubría de densas nubes que amenazaban con una próxima tormenta. En medio del bosque, dos coches se abrían paso por el sinuoso camino de tierra, levantando una nube de polvo a su paso. Dentro del coche rojo iba Darío Santtorini, observando el paisaje a través de la ventana con su mirada fría e inexpresiva. Sus puños se cerraban con fuerza sobre el cuero del asiento, emanando la tensión que sentía en ese momento. Sabía que las cosas no estaban bien. Tras un largo viaje, finalmente llegaron ante un enorme portón metálico, que se alzaba imponente, custodiado por una torre de vigilancia. El hombre apostado allí, en lo alto, divisó la comitiva y de inmediato accionó una palanca para abrir el pesado portón. Los coches cruzaron lentamente el umbral hacia un mundo diferente, casi irreal. Ante ellos se extendía un amplio recinto amurallado, en cuyo centro se erigía una inquietante const
El motor del automóvil rugió con impaciencia mientras daba marcha atrás y volvía sobre sus propios pasos. La brisa de la tarde siseaba entre los árboles cercanos, creando una atmósfera cargada de misterio. El aire olía a tierra húmeda y follaje, transportándolo a recuerdos de tiempos más felices. Al llegar nuevamente bajo el farol, la cálida luz de la tarde bañaba la calle solitaria, pero la figura de la mujer había desaparecido. Maldijo en silencio la mala jugada de su mente, justo en estos momentos que ya pensaba haberla olvidado. Un sudor frío perlaba su frente mientras miraba con atención el punto en el que le pareció haberla visto. El viento susurraba entre las hojas secas, acentuando la sensación de soledad. Un escalofrío recorrió su espalda mientras escudriñaba los alrededores. Intrigado, apagó el motor y salió lentamente del vehículo, sus sentidos alertas. El olor a gasolina impregnaba el aire. Recorrió el área con la mirada, buscando desesperadamente cualquier rastro de aqu
Don Lorenzo Romanov se encontraba en su despacho, pensativo con las manos posadas sobre el pulido escritorio de caoba. Frente a él, se extendía una imponente montaña de papeles por revisar, contratos y negocios pendientes que aguardaban su firma. Este ejercía un poder casi absoluto en varias regiones de Alemania y países vecinos. Sin embargo, el agobiante peso de sus responsabilidades y la abrumadora cantidad de tareas que debía resolver, le provocaban punzantes dolores de cabeza, resultado de la tensión acumulada durante años. Sin embargo, actualmente su principal preocupación era garantizar el futuro y bienestar de su familia cuando él ya no estuviese presente. Su muerte era inevitable, debido al carcinoma que corroía lentamente su cuerpo como una plaga. Especialmente le preocupaba Dominic. El joven no estaba listo para tomar su lugar. Era demasiado ingenuo e inexperto para ese turbio mundo, donde la debilidad no se perdonaba. "Al menos te despejaré el camino, el resto dependerá
A la mañana siguiente, Isabell se despertó sobresaltada, con el peso de la preocupación marcado en su semblante. Enormes ojeras moradas se cernían bajo sus ojos cansados, testigos mudos de una noche en vela donde la ansiedad y la incertidumbre no le habían permitido conciliar el sueño. La débil luz matutina se filtraba tímidamente a través de las cortinas de gasa blanca de su habitación, iluminando tenuemente su rostro demacrado.Isabell parpadeó confundida, tardando unos segundos en recordar el motivo de su desvelo. Ya había pasado un día completo desde que Dominic la había plantado sin dar explicación alguna. Sin embargo, no había tenido noticias de su prometido. Un suspiro de frustración se escapó de entre sus labios resecos. —¿Qué rayos le habrá pasado a ese tonto? — preguntó en voz alta al aire, pero solo el silencio respondió.Pasado un tiempo, el repiqueteo en la puerta de roble la sacó de sus cavilaciones. Era Anne, el ama de llaves, con su característico delantal almidonado
Dominic caminó por las calles nocturnas con la mirada perdida y la mente enredada en pensamientos tumultuosos. La imagen de Catalina, su reencuentro y la dolorosa despedida seguían frescos en su memoria, como una herida abierta que no dejaba de sangrar. El frío viento otoñal azotaba su rostro, haciéndolo estremecer. Las hojas secas crujían bajo sus pisadas solitarias y el ambiente parecía envolverlo en una nube de melancolía. Algunas farolas parpadeaban, creando sombras inquietantes. Decidió refugiarse en un bar cercano, buscando consuelo en la oscuridad y en la compañía del alcohol. Al entrar, el olor a tabaco impregnaba el aire y envolvía sus sentidos. Una música de jazz sonaba de fondo, transmitiendo una sensación nostálgica. El sonido de la puerta chirriante al abrirse se mezcló con las risas apagadas y murmullos de los parroquianos. El humo flotaba en el aire, creando una atmósfera decadente y cargada. Dominic se adentró en el local eligiendo un rincón apartado donde pudiera ah
Isabel cabalgaba sola de regreso a la hacienda Santtorini. El viento frío le azotaba el rostro enrojecido por el llanto, mientras gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Aún resonaban en su mente las hirientes palabras de Beatriz, tan sutiles como venenosas.Mientras su yegua trotaba a buen paso por el camino polvoriento, la joven no podía dejar de revivir una y otra vez el amargo encuentro. Se sentía profundamente herida, triste, furiosa y sobre todo humillada. ¿Cómo se había atrevido esa mujer a expresarse de forma tan irrespetuosa sobre su familia? Pero más doloroso aún era pensar que tal vez Dominic ya no la deseaba como esposa.Un nudo doloroso se le formó en la garganta y las lágrimas volvieron a brotar. Nunca nadie la había desairado de esa forma. No es que estuviera perdidamente enamorada, pero una parte de ella había empezado a sentirse cómoda con la idea de un futuro junto a él. Y justo cuando parecía que las cosas marchaban bien, de un momento a otro todo se desmorona
La luz del sol entraba a raudales por la ventana, inundando de claridad dorada la habitación y bañando con su calidez el rostro demacrado de Dominic. Él abrió los ojos lentamente, sintiendo la boca reseca y el cuerpo dolorido y pesado por el agotamiento.La resaca de la noche anterior martilleaba aún sus sienes con punzadas constantes. Finalmente cayó en cuenta que se había vuelto a quedar dormido, estaba demasiado exhausto como para levantarse a tiempo.Al incorporarse lentamente, el olor a tabaco impregnado en su ropa arrugada inundó sus fosas nasales, recordándole la noche de excesos en la taberna. Con movimientos torpes, sus pies descalzos tocaron el frío suelo de piedra.Se dirigió al baño tambaleante, el leve aroma a alcohol emanando de su cuerpo. Frotó su rostro demacrado con agua fresca, que goteaba en el viejo lavabo de metal. El sonido relajante ayudó a despejar su mente nublada.El espejo le devolvió el reflejo demacrado de un hombre atormentado, con profundas ojeras violác
Dominic atravesó a zancadas el imponente arco de la hacienda Santtorini, envuelto en la oscuridad de la noche. Su corazón latía desbocado mientras se acercaba apresurado a la enorme puerta principal. Sin esperar, golpeó con firmeza e impaciencia hasta que, tras unos angustiosos momentos, se abrió la puerta con un leve chirrido. En el umbral apareció la alta e imponente figura de Darío, el padre de Isabell, quien lo observó con el ceño fruncido y una mirada cargada de ira que hizo estremecer a Dominic. —¿Pero qué rayos haces aquí? ¿Como tienes el descaro de aparecer por aquí a estas indecentes horas de la noche? —espetó Darío con voz grave y áspera como la corteza de un viejo roble. — Ésta no es su casa para que irrumpa así sin ser bienvenido. Dominic contuvo la respiración, sintiendo un nudo en la garganta mientras musitaba con gesto compungido —Discúlpeme, sé que es muy tarde, pero necesito hablar urgentemente con Isabell... Por favor, permítame hablar con ella. Darío entrecerró