Tras arropar a Neah en la cama, ella frunce el ceño en mi dirección, aunque no parece estar mirándome. “Estoy bien”.

“No, no lo estás”.

“Solo necesito dormir”, me dice ella, cerrando los ojos

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En los seis días que había estado sentado junto a su cama en el hospital, ella no había abierto los ojos.

Bajo la superficie, las niñas están activas y se mueven como locas, pero Neah sigue tan quieta y silenciosa como el día que la traje.

Aero me había avisado para que fuera a verla. Entré en la habitación y encontré a Neah tosiendo y balbuceando mientras jadeaba. Dormida, estaba ahogándose con su propio vómito.

Las enfermeras le hicieron todas las pruebas posibles, pero todo salió bien. No pudieron encontrar ningún problema en su cuerpo. Eso lo hacía cien veces más frustrante porque no había nada dentro de ella que necesitara curación. Aparte de que no respondía, no le pasaba nada más.

Me inclino hacia delante, apoyo los codos en la cama y sujeto su mano entre las mías. He intentad