—Saga… ¿por cuánto tiempo se quedará en Japón?
Aún en la cena, la pregunta vino desde Akari, que todavía conservaba una parte de su comida en el plato, en tanto Minato le servía vegetales, como si nada.
Saga se mostró dudoso. A estas alturas, a ojos del par de varones, él actuaba de una forma de verdad natural.
—Aún no lo sé —contestó el castaño—. Antes de darme cuenta, pasé mucho tiempo fuera del país, y dejé el lugar que tenía aquí —agregó algo desencantado, y llevó la vista a su comida.
»Es probable que me quede por algunos meses. Estar afuera es divertido, pero extraño este país, su cultura, su gente… la educación que tienen —confesó y sopló, achicando el mirar en la mesa.
Minato asintió.
—¿
Cuando tuvo la información entre sus manos, fue inevitable tener que tomar una decisión, y la pregunta llegó a su mente: ¿Valía la pena poner cosas, personas, importantes en juego, a fines de conseguir un gran resultado al final?Nakahara, en estos momentos, se encontraba entre la espada y la pared. Su amigo de tecnologías, aquel al que le había encomendado la tarea de investigar a Yamaguchi, oficial a su cargo, le envió una gran cantidad de información que lo implicaba en algo que, en términos formales, se llamaba «obtención ilegal de información».El oficial era vigilado por otro empleado de la comisaría, y se notaba tranquilo. El encargado decía que Yamaguchi no estaba consciente de lo que pasaba a su alrededor, y así debería ser: ese hombre no debía darse cuenta de nada, era imperativo.El jefe se encontraba impresionado, lo admi
El varón entrecano encerró el mirar, pensando un par de segundos, y asintió.—Sí, lo recuerdo bastante bien. Eso fue hace ya unos siete años y pico, pero, ya que fue un hecho muy extraño y particular, no pude olvidarlo. —Respiró hondo, y continuó—: Él bebió mucho, estaba contento y sin control. Después de algunos tragos, no paró de decir que un ricachón le había pagado mucho dinero por esas ampollas.—¿Usted recuerda cómo era él?Minato se esforzó para que aquello no sonara como un interrogatorio policial, pero eso era difícil de conseguir.El jefe afirmó con la cabeza.—Era un cliente frecuente, en realidad, pero nunca supe su nombre real. Sus conocidos, y en general, le decían «Zik». Tenía la fama de ser un chico difícil, y varios de mis clientes
—Yo no lo hice —dijo Minato—. No es que no sepa cómo se hace, pero nunca me metería de esa forma con información bancaria si no poseo una autorización. —Se mojó los labios y tragó entero.»Tengo un buen amigo al que esas indiscreciones no le molestan y, de hecho, le pareció divertido intentarlo al descubrir cuál era la entidad bancaria a la que Yamamoto Kenji se encontraba afiliado.Minato poseía límites, por lo que era magnífico tener esos amigos que no padecían de cargo de consciencia. Estaba consciente de que se movía al filo de la justicia, pero tenía sus razones.—Las capturas de pantalla que ven, resumen las operaciones de transferencia recibidas por Yamamoto Kenji, los días: quince de diciembre de dos mil doce y treinta de noviembre de dos mil veinte —relató. Mori ojeó dichas capturas.&raq
Para Akari, llegar a su casa, tras el trabajo, no fue un gran problema, pero si muy vergonzoso, si consideraba sus actuales circunstancias.Tras haber tenido que lidiar todo el día con sus colegas, que andaban de preguntones, o insinuando cosas, sobre aquel ramo de flores que recibió de un repartidor, tuvo que atravesar las estaciones, y subir con él al metro.Hoy era domingo, tal vez debió haber sido más ligero… pero no lo fue.Después de un tortuoso trayecto, que se hizo más pesado por las señoras que no dejaron de mirarlo, las chicas jóvenes que veían las flores, y a él, con curiosidad, por fin llegó a casa. En la diestra, su flamante ramo con treinta y un rosas rojas, y se dio cuenta de que su hermana, Kohaku, se encontraba en casa, pues el auto de Arata estaba estacionado al frente.Eran más de las siete, el trabajo terminó por complicársel
Akari frunció el entrecejo, extrañado, dudoso y curioso a partes iguales por semejantes palabras que, para él, ya carecían de sentido.—¿Regalo? —cuestionó—. Pero si ya me has dado las flores.El rubio negó.—Ese es su regalo de cumpleaños —apunto—. No obstante, hoy no es solo su cumpleaños, Akari-san —destacó, llenando de curiosidad al otro.«¿Qué otra cosa podrá ser?», voló por la mente de un mayor que no tuvo de otra que aguardar.—Hace cien días, usted y yo comenzamos a salir —reveló el rubio—. Tal vez le suene raro, pero… es un momento especial, uno de esos días que se deben destacar. —Asintió.Akari abrió los ojos de par en par, y Minato pudo ser testigo de cómo, mentalmente, él parecía estar
Sin apenas darse cuenta, una sonrisa adornó sus labios. Dentro de él… ¡Ah! En su interior era como si una especie de aura mágica lo hubiera cubierto y hormigueara por todo su cuerpo, desde la punta de los dedos de los pies, hasta su cabeza. Podía sentir su cuerpo bambolearse sin poder controlarle, y vergüenza mientras leía, pero…—Es perfecto.Era perfecto.Las palabras abandonaron su boca sin pensarlo, y casi sin notarlo, y frunció los labios; subió el mirar al rubio, que le miraba con una enorme expectativa y los mofletes enrojecidos, las orejas pintadas en un puro rojo, y esos orbes que solo estaban dedicados a él, con un brillo especial, una chispa de alegría, de vida, en ellos, que lograron fascinarle en un simple segundo, porque sabía que eran solo suyos y no serían dedicados a nadie más.Y lo recordó: esta vez era un poco difere
Akari miró a un costado, pero lo sabía a la perfección. Esto no era como aquella vez cuando Minato se desmayó en el callejón, o como en año nuevo, o la vez en la que el rubio se quedó a dormir y resultó ser su cumpleaños. A pesar de sus deseos egoístas, ya todos lo sabían, sería una falta de respeto esperar que él se quedara en casa, a pesar de que sus hermanas, y hasta Arata, lo aceptaban.Claro… Arata podía quedarse a dormir en la casa si quería, pero… esto era diferente, no solo por el tiempo, sino también por las circunstancias. Si Minato fuese una mujer, tampoco sería propicio que se quedara así como así.Desganado en pensamientos, Akari desistió.—Está bien… —murmuró a regañadientes y se separó un poco más—. ¿Estás libre el pr&oacut
Si tuviera que definir el Paraíso, tal vez sería como esto. Por fin llegaron a Okinawa.Varios días atrás, Akari le preguntó por sus planes para la Golden Week (Semana Dorada), una semana de días festivos en Japón, que se daba libre a muchos trabajadores, y que la gente usaba para vacacionar y relajarse. Él le dijo que solo planeaba seguir con su rutina normal, porque no tenía nada grande para hacer.Akari terminó invitándolo al viaje que haría con su familia, al que Jouji también se sumaría este año y… así fue como los seis terminaron en el avión hacia la isla, esperando tener seis días de sol y playa para relajarse.Tras tomar el autobús desde el aeropuerto, llegaron al hotel. Este era el Sheraton.Él nunca antes había estado en Okinawa, la verdad era que, desde que regresó a Japón, con d