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CARTA A LA MANADA SNOW. El estudio estaba impregnado de la pesada atmósfera de preocupación y desesperación que Zade había estado cargando desde que la enfermedad se había esparcido entre los lobos. Luna, con el libro firmemente sujeto contra su pecho, llamó a la puerta y se acercó a su compañero que sabía que la necesitaba. ―Amor ―dijo ella con voz suave. Zade levantó la cabeza de entre sus manos y le dio una sonrisa, ―¿cómo está Desmond? ―pregunto Zade sin poder ocultar el agotamiento que se filtraba en su tono. Su mirada, normalmente tan penetrante y llena de vida, ahora parecía empañada por la carga de su liderazgo ―Dormido ―respondió Luna. Luna se acercó a él, dejando el libro sobre el escritorio antes de sentarse en su regazo. Era un gesto íntimo y familiar, un recordatorio silencioso de la vida que compartían más allá de las crisis. Zade inhaló profundamente, y aunque el peso del mundo parecía descansar sobre sus hombros, el aroma de Luna lo reconfortaba, le recordaba que
ESPERANDO A SU PRESA. La risa de Luna aún vibraba en el aire, una melodía contagiosa que llenaba la habitación con su espíritu libre e indomable. Zade, sin embargo, se mantenía firme, casi una estatua de frustración y orgullo herido, con los brazos cruzados sobre su pecho y sus labios fruncidos en una mueca que no podía ocultar su malestar. ―¿Te parece gracioso, Luna? ―preguntó, su voz, un intento fallido de ser severo. Luna hizo una pausa, su risa, disminuyendo a una serie de pequeñas y encantadoras carcajadas mientras asentía con la cabeza. ―Es que… es que tu cara es un poema, mi amor ―dijo, luchando por hablar entre risitas. ―Si te vieras ahora mismo… ―¡Sí, disfruta! Ahora quedé como un idiota delante de tu amigo. ―Bueno, nadie te mandó a ir de troglodita a hacerle una escena ―respondió ella con suavidad, su risa desvaneciéndose en una sonrisa comprensiva. ―Solo estaba defendiendo lo que es mío. No me gusta que te toquen. Luna ladeó la cabeza, observando a Zade con ojos que
MEMORIAS PASADAS Cuando el gran Alfa de la manada Snow se acercó, el pequeño Desmond corrió hacia el lobo, sus pequeños pies golpeando la tierra con una urgencia que solo los jóvenes corazones podrían entender. ―¡Abuelo! ―gritó con extrema alegría, sus brazos extendidos y su rostro iluminado por una sonrisa que podía derretir el hielo más persistente. El viejo lobo, Alfa Snow, se agachó soportando sus dolores que le venían con la edad, pero sus ojos brillaban con un brillo inextinguible al ver al joven cachorro. ―Mi pequeño Desmond ―dijo con una voz que, aunque desgastada por los años, estaba impregnada del más cálido amor. La escena que se desarrollaba delante de Zade lo trastocó por completo, puesto que no entendía cómo alguien tan cruel y podrido por dentro, también sería capaz de demostrar un genuino afecto. ―Desmond lo quiere mucho ―susurró Luna a su lado. Zade trató de sonreír, pero dentro de él miles de emociones se desarrollaban y ahora se añadía otra pregunta a su conci
MEMORIAS PASADAS (II) La cabaña, apenas sostenida por su estructura de madera carcomida, se estremecía con cada ráfaga de viento que rasgaba la espesura del bosque. Aria se encontraba en un rincón, con la mirada perdida en la negrura de una noche sin luna. Su estómago vacío era un eco distante comparado con el vacío que sentía en su corazón. Había aprendido a soportar el hambre, pero el dolor de ver a su pequeño Zade sufrir era una tortura, que desgarraba su alma. ―Mamá, tengo hambre ―gimió Zade, con la inocencia de su edad, sin entender por qué el Alfa les había negado el sustento ese día. Aria lo miró y sintió cómo las lágrimas brotaban, ardientes y amargas. ―Lo siento, mi amor ―susurró con voz quebrada, sintiendo que cada palabra era una piedra en su garganta. En ese momento, un golpeteo suave en la puerta cortó la pesadez del aire. Aria se tensó, su corazón latiendo tan fuerte que temía pudiera oírse en la quietud del bosque. ―Ve a tu camastro ―le ordenó a Zade en un susurro.
INTERRUPCIÓN EN EL POSTRE. Esa mañana, cuando Zade despertó, Fausto ya estaba en plena acción. Con diligencia, había reunido a los sanadores y les había impartido instrucciones claras. El tónico para los lobos enfermos no tardaría en estar listo. Al ver a Zade, una sonrisa se dibujó en el rostro de Fausto. La noche anterior había sido larga y sin sueño, repasando aquel fragmento de su vida que tanto pesaba en su consciencia. Aún no se perdonaba no haber salvado a Aria, la madre de aquel lobo que ahora era el compañero de su hija. Cada vez que sus ojos se posaban en Zade, la imagen de Aria inundaba su mente; no era difícil entender por qué su pequeña Luna se había enamorado de él. Zade tenía mucho de ella, y además, el condenado era guapo. —¿Por qué me miras tanto? —preguntó Zade, sintiendo una creciente incomodidad bajó la intensidad de esa mirada. —Es que me pareces lindo —respondió Fausto deliberadamente, con una chispa de picardía en sus ojos. Zade se tensó, su cuerpo reviviend
EMBOSCADA. Zade y Fausto se adentraron en los confines inexplorados del territorio, una tierra que ocultaba leyendas de manantiales ocultos y peligros latentes. La búsqueda de agua potable había cobrado urgencia, y la alianza entre el joven Alfa y el veterano era su mejor esperanza. ―El mapa antiguo hablaba de un manantial al norte, ¿crees que aún exista? Después de que fueran sorprendidos, Luna regresó a sus labores como luna y él se quedó con Fausto revisando viejos mapas, se decía que había un manantial de aguas cristalinas y con el reciente envenenamiento de sus aguas, era imperativo que encontrarán nuevas fuentes. ―Las tierras cambian, Zade, pero el agua es astuta; sabe cómo esconderse del peligro. ―dijo el viejo Alfa. El terreno se volvía más abrupto, y la vegetación, era una maraña impenetrable. ―Estos arbustos parecen no haber sido tocados en décadas. Fausto le dio una mirada astuta. ―O quizás, algo los mantiene intactos. Mantén los sentidos alerta, hijo. Zade se tens
SACRIFICIO. Los lobos rebeldes con ojos inyectados en sangre y fauces espumeantes. Sin previo aviso, se lanzaron hacia ellos con un rugido ensordecedor. Zade, impulsado por el instinto de supervivencia y lealtad, se colocó frente a Fausto, listo para defenderlo a él y a los secretos que aún no había develado. Los lobos atacaron con una ferocidad desatada, sus colmillos buscaban carne mientras sus garras desgarraban el suelo. Zade se movió con una precisión letal, cada zarpazo suyo era una danza mortal que encontraba su objetivo en la carne de sus adversarios. La sangre salpicó el follaje, tiñendo de rojo el musgo y las hojas caídas. Fausto no fue un espectador pasivo; aun con las limitaciones de su edad, luchó con la fuerza y el coraje que solo un Alfa posee. Sus dientes se hundieron en el pelaje de los atacantes, arrancando pedazos de piel y músculo, mientras que sus garras dejaban heridas abiertas que manchaban la tierra húmeda. La batalla fue un torbellino de furia y violencia. Z
UN ODIO QUE CONSUME.En las profundidades del territorio de la manada Snow, el aire estaba cargado de tensión. Feyrus, con su cabello plateado, caminaba inquieto por la sala principal del castillo que había sido su mundo desde cachorro. Las paredes de piedra, cubiertas de musgo, habían sido testigos del crecimiento de dos hermanos destinados a tomar rumbos muy diferentes.―¿Por qué tú? ¡¿Por qué nuestro padre no me eligió si soy el primogénito?! ―murmuro para sí mismo.Feyrus recordó la envidia y resentimiento que había sentido al ver a Fausto, su hermano menor, recibir las alabanzas y la atención de su padre. Fausto, con su cabello igual de plateado, tenía algo que Feyrus no poseía bondad, algo que él consideraba una debilidad, era la antítesis de todo lo que él representaba. Ese día la noticia de que Fausto sería el próximo líder había caído sobre él como una sentencia de muerte a sus ambiciones.Y ahora, con su padre enfermo y fuera del panorama, Feyrus sabía que era el momento de