Nenas, mi bebe sigue enfermita, pero aquí vamos. Un beso.
QUIERO ABANDONARTE. La tensión en el castillo se espesaba con cada palabra pronunciada en aquella acalorada discusión. Serafina, con la mirada chispeante de determinación, desafió a Lorenzo con una declaración audaz. ―¡Voy a abandonarte, Lorenzo! ¡El contrato ya no me importa! ¡El plazo ha expirado y tengo todo el derecho de irme! Su declaración, activo todas las alarmas en el Alfa, quien de inmediato se apresuró hacia ella, con sus ojos envueltos en una ira que amenazaba con desatarse. ―¿De qué m****a estás hablando? ¿Como que irte? La furia en los ojos de Lorenzo ardía como un fuego descontrolado. ―Lo que escuchaste, nuestro contrato se acabó, soy libre y no pienso seguir quedándome un segundo más en este lugar. Únicamente te estoy comunicando, porque mi decisión está tomada. De repente, Lorenzo sujetó el brazo de Serafina con demasiada fuerza. ―Escúchame, bien, tú no vas a ir a ninguna parte, ¿entiendes? ―gruño con la mandíbula tensa. Serafina forcejeó con él y trató de lib
ENEMIGO OCULTO. El tintineo metálico de la horquilla del cabello resonaba en la puerta cerrada mientras Serafina intentaba desesperadamente abrirla. De repente, él mareó, y las náuseas la asaltaron como una ola violenta. Corrió hacia el baño y vomitó, sintiendo que su mundo se tambaleaba. Cuando finalmente terminó, la sospecha se apoderó de ella. «¿Podría estar embarazada? No. Por favor, Diosa, no me hagas esto… ahora no» ―Un embarazo solo retrasaría mis planes y si Lorenzo lo sabe, entonces… menos dejara que me vaya. ―se llevó una mano al vientre y cerró los ojos ―Perdoname bebe, si estás ahí, no es que mamá no te desee, es solo que… llegas en el momento menos indicado. De repente, sintió abrirse la puerta y su corazón casi se le sale del pecho, se apresuró a salir y cerrar la puerta del baño detrás de ella. Pudo respirar cuando vio que no era Lorenzo, sino Hipólita. ―Mi señora, traje su cena. El Alfa ordenó que preparara tu cena favorita. ―Puedes llevártelo, Hipólita. No tengo
ATRACCIÓN INEXPLICABLE.Zade empujó la puerta de la taberna con un gruñido bajo, apenas perceptible. La madera vieja gimió en respuesta, como si reconociera la presencia de un depredador. Avanzó con paso seguro hacia el mostrador, donde el tabernero lo saludó con una mezcla de respeto y cautela.―Una copa de hidromiel ― pidió, su voz era un murmullo grave que resonaba en el silencio que se había formado a su alrededor.El tabernero asintió, vertiendo la bebida dorada en una copa con manos temblorosas. Zade tomó el vaso y lo vació de un trago, sintiendo cómo el líquido dulce y fuerte le recorría la garganta, quemando y reconfortando al mismo tiempo.Había sido enviado por Lorenzo, su Alfa, a buscar información sobre Vivían, así que decidió empezar por allí, cuando el padre de Lorenzo exilio a la Omega, se corrió el rumor de que ella había sido enviada a uno de los pueblos de las manadas del este. Sin embargo, volver a ese lugar traía demasiados malos recuerdos al Beta, estar allí desent
UN PACTO. Serafína se retorcía en la cama, el estómago vacío emitía un ruego sordo, un ronroneo de hambre que resonaba en la soledad de su habitación. Había sido un día de orgullo y terquedad, al negarse a aceptar la comida que le recordaba su cautiverio. Pero ahora, mientras la luna ascendía, comenzaba a lamentar su decisión. De repente, un golpeteo suave interrumpió sus cavilaciones. Era inusual; desde que Lorenzo la hiciera cautiva en su habitación, las puertas se abrían sin ceremonias, sin anuncios previos. ―¿Quién es? ―preguntó, su voz un susurro desconfiado. ―Soy… yo… ―llegó la respuesta temblorosa desde el otro lado de la puerta. Serafína se puso de pie, con pasos cautelosos se acercó a la puerta. Había reconocido la voz de la Omega que le había dicho que Lorenzo y Vivían eran amantes. No entendía que podría querer con ella. ―¿Qué haces aquí? ―cuestionó, la sorpresa tejiendo una arruga en su frente. La Omega miró a su alrededor antes de responder, su voz apenas audible.
ASEDIO Y MUERTE. ―Lárgate. ―dijo con un profundo desdén ―Puede que este sea tu castillo y que me tengas prisionera en contra de mi voluntad. Pero al menos aquí yo decido quién entra y quién no. Así que vete, ver tu cara me enferma. Sus palabras fueron una puñalada directa a su pecho. Sin embargo, Lorenzo se mantuvo en calma, no era momento para debilidades, su único objetivo era proteger a Serafina. ―Levántate, tenemos que irnos. ―¿Irme? ¿A dónde? ―ella se cruzó de brazos y dijo con aspereza ―La única parte a la que iré, es a los límites del territorio, para que pueda ser libre y alejarme lo más posible de ti. Las sienes de Lorenzo palpitaban, Serafina era la mujer más exasperante que había conocido. Pero la amaba así, y esperaba que con el tiempo ella pudiera aceptarlo a él. Dio un paso adelante e intento sujetar su brazo. ―No es momento para tonterías, debo llevarte a un lugar seguro. Ragnar… ―¡No me toques! ―ella apartó su mano con brusquedad ― Me causas repulsión Lorenzo, ¡
ASEDIO Y MUERTE (II) El estruendo de la batalla se filtraba a través de los túneles, una cacofonía de aullidos y gruñidos que marcaban el ritmo del destino de la manada. Lorenzo, con su corazón atrapado entre el deber y el amor, emergió de las sombras subterráneas. Sus pasos eran seguidos por una transformación brutal; su humanidad se desprendía como un caparazón roto, mientras su forma de lobo tomaba el mando, poderosa y despiadada. Se lanzó hacia la contienda, una bestia imparable en la lucha por la liberación de su manada del control de Ragnar. En la distancia, el pensamiento de Serafina lo perseguía, un susurro constante en su mente. «Está segura» se repetía «Y pronto comenzaremos de nuevo» Pero las palabras eran un consuelo frágil frente a la tormenta de violencia que lo rodeaba. Mientras tanto, en la habitación solitaria, Serafina caminaba agitada, atrapada en una encrucijada de emociones y decisiones. ―Debería esperar, Lorenzo volverá por mí… Pero, ¿y si esta es mi única o
ENEMIGO EN CASA. El aire dentro de los muros del castillo Dark Shadow estaba impregnado de desesperación y acero. La batalla, lejos de disminuir, se había intensificado hasta convertirse en un torbellino de muerte y venganza. Lorenzo, el Alfa de la manada, se movía con una determinación implacable, su mirada buscando a Ragnar, el emblema viviente del terror que buscaba erradicar. El Alfa observaba cómo sus guerreros caían uno tras otro, su fuerza menguante ante la implacable marea enemiga. Pero entonces, entre el tumulto y la carnicería, vio a Taric luchando con una ferocidad que avivó una chispa de esperanza en su corazón. La habilidad del joven lobo en la batalla era indiscutible, y por un momento, Lorenzo creyó que la marea podía cambiar. ―¡Taric! ―exclamo con orgullo ― ¡Lucha con honor, lucha por tu manada! Pero esa chispa se extinguió tan rápido como había nacido cuando Taric giró sobre sus talones, sus colmillos destellando no contra un enemigo, sino contra uno de los suyos.
EL AULLIDO DEL LOBO. El patio, una vez un lugar de reunión y festividades, ahora era una galería de horrores que Lorenzo, el Alfa de la manada Dark Shadow, abandonaba con el corazón apesadumbrado. Su caminar era rápido, casi frenético, como si intentara escapar de las imágenes de muerte que lo perseguían con cada paso. La sangre de los suyos empapaba la tierra, un recordatorio cruel de la traición y el conflicto. Pero era la visión de Mariana, tan quieta y pálida, lo que más lo atormentaba; su muerte era un golpe despiadado a su alma. Impulsado por un nerviosismo que le roía las entrañas, Lorenzo aceleró el paso. Los recuerdos de cuerpos mutilados se entremezclaban con la necesidad visceral de ver a Serafina, la única capaz de traer paz a su espíritu atormentado. Sin embargo, en el tumulto de sus emociones, no se dio cuenta de que había empezado a correr, a correr hacia ella, hacia su refugio. El patio quedó atrás y el mundo pareció reducirse a la distancia entre él y Serafina. Pero