Comenta, comenta, comenta.
¿AMAR U ODIAR? Cuando la última palabra del diario fue absorbida por sus ojos, una lágrima solitaria cayó, oscureciendo la tinta en el papel amarillento. Zade cerró el diario con un movimiento suave, pero firme, y el dolor que había estado conteniendo se desató en una oleada, mezclándose con una determinación férrea que parecía emanar de su mismo ser. —No más —susurró para sí mismo, con una voz que era una mezcla de lamento y promesa. Se levantó y regresó a la caja fuerte, sus dedos temblorosos, pero expertos buscaron más allá de los pergaminos y documentos antiguos, hasta que sus ojos se posaron en un objeto que parecía absorber la poca luz de la habitación. Era un anillo de cobre envejecido, adornado con el escudo de la manada Snow y marcado con una inicial: la letra F. —¿F de Fausto? —murmuró el Alfa, la mención del nombre avivó, las llamas de su ira. Al tomar el anillo, la impotencia y la rabia se apoderaron de él completamente. Con el diario y el anillo apretados en su puño,
DÍA DE EXPLORADORES. ―Zade… ―He estado deseando probarte desde la cena ―el Alfa gruño, mientras envolvía en un puño el cabello de Luna y la besaba sus labios ―No esperaré más. La dejó caer sobre la cama y luego se metió entre sus piernas, separó sus muslos y se adentro entre ellos. Los sonidos de placer de Luna llenaron la habitación, haciendo que el lobo perdiera el control, en especial esa noche. Su lengua se arrastró lentamente a través de sus húmedos pliegues, y el gemido ahogado de su compañera hizo que su pene goteara. Zade gruño en respuesta y envolvió sus labios en su clítoris hinchado y chupo mientras giraba su lengua. Su mano libre abrió el botón de sus pantalones y liberó su erección. Se acarició lentamente mientras su lengua jugaba con el coño de su mujer. ―Diosa, Zade… El lamento de Luna fue música para sus oídos, lamió más rápido y más fuerte; levantando su mano para hundir dos dedos dentro de ella. Luna comenzó a temblar y a estremecerse, deshaciéndose frente a él
UN TRAIDOR EN LA MANADA. Zade, Luna y Desmond apenas habían llegado a la manada, cuando su Beta los abordó nervioso. El aire en el bosque se había tornado denso, cargado de una tensión que presagiaba malas noticias. ―Alfa, ¡es importante! ―exclamó el Beta, su voz temblorosa, pero urgente ―¿Qué pasa? ―preguntó Zade con firmeza, su instinto protector se activaba ante la ansiedad palpable de su subordinado. ―La manada… está enfermando ―la voz del Beta se quebró como una rama bajo el peso de la preocupación. ―¡¿Qué?! Zade sintió cómo el corazón se aceleraba, un temor frío recorría su espina dorsal. Sin perder un segundo, Zade le entregó a Desmond a Luna y se fue con el Beta, dejando atrás una estela de inquietud. Luna, nerviosa por la situación, corrió al castillo con su hijo. Apenas llegó, le ordenó al ama de llaves que cuidara de él. ―No dejes que salga por ningún motivo, ¿de acuerdo? ―dijo Luna, su voz tratando de ocultar el pánico que sentía. ―Sí, señora ―asintió nerviosa la lob
CARTA A LA MANADA SNOW. El estudio estaba impregnado de la pesada atmósfera de preocupación y desesperación que Zade había estado cargando desde que la enfermedad se había esparcido entre los lobos. Luna, con el libro firmemente sujeto contra su pecho, llamó a la puerta y se acercó a su compañero que sabía que la necesitaba. ―Amor ―dijo ella con voz suave. Zade levantó la cabeza de entre sus manos y le dio una sonrisa, ―¿cómo está Desmond? ―pregunto Zade sin poder ocultar el agotamiento que se filtraba en su tono. Su mirada, normalmente tan penetrante y llena de vida, ahora parecía empañada por la carga de su liderazgo ―Dormido ―respondió Luna. Luna se acercó a él, dejando el libro sobre el escritorio antes de sentarse en su regazo. Era un gesto íntimo y familiar, un recordatorio silencioso de la vida que compartían más allá de las crisis. Zade inhaló profundamente, y aunque el peso del mundo parecía descansar sobre sus hombros, el aroma de Luna lo reconfortaba, le recordaba que
ESPERANDO A SU PRESA. La risa de Luna aún vibraba en el aire, una melodía contagiosa que llenaba la habitación con su espíritu libre e indomable. Zade, sin embargo, se mantenía firme, casi una estatua de frustración y orgullo herido, con los brazos cruzados sobre su pecho y sus labios fruncidos en una mueca que no podía ocultar su malestar. ―¿Te parece gracioso, Luna? ―preguntó, su voz, un intento fallido de ser severo. Luna hizo una pausa, su risa, disminuyendo a una serie de pequeñas y encantadoras carcajadas mientras asentía con la cabeza. ―Es que… es que tu cara es un poema, mi amor ―dijo, luchando por hablar entre risitas. ―Si te vieras ahora mismo… ―¡Sí, disfruta! Ahora quedé como un idiota delante de tu amigo. ―Bueno, nadie te mandó a ir de troglodita a hacerle una escena ―respondió ella con suavidad, su risa desvaneciéndose en una sonrisa comprensiva. ―Solo estaba defendiendo lo que es mío. No me gusta que te toquen. Luna ladeó la cabeza, observando a Zade con ojos que
MEMORIAS PASADAS Cuando el gran Alfa de la manada Snow se acercó, el pequeño Desmond corrió hacia el lobo, sus pequeños pies golpeando la tierra con una urgencia que solo los jóvenes corazones podrían entender. ―¡Abuelo! ―gritó con extrema alegría, sus brazos extendidos y su rostro iluminado por una sonrisa que podía derretir el hielo más persistente. El viejo lobo, Alfa Snow, se agachó soportando sus dolores que le venían con la edad, pero sus ojos brillaban con un brillo inextinguible al ver al joven cachorro. ―Mi pequeño Desmond ―dijo con una voz que, aunque desgastada por los años, estaba impregnada del más cálido amor. La escena que se desarrollaba delante de Zade lo trastocó por completo, puesto que no entendía cómo alguien tan cruel y podrido por dentro, también sería capaz de demostrar un genuino afecto. ―Desmond lo quiere mucho ―susurró Luna a su lado. Zade trató de sonreír, pero dentro de él miles de emociones se desarrollaban y ahora se añadía otra pregunta a su conci
MEMORIAS PASADAS (II) La cabaña, apenas sostenida por su estructura de madera carcomida, se estremecía con cada ráfaga de viento que rasgaba la espesura del bosque. Aria se encontraba en un rincón, con la mirada perdida en la negrura de una noche sin luna. Su estómago vacío era un eco distante comparado con el vacío que sentía en su corazón. Había aprendido a soportar el hambre, pero el dolor de ver a su pequeño Zade sufrir era una tortura, que desgarraba su alma. ―Mamá, tengo hambre ―gimió Zade, con la inocencia de su edad, sin entender por qué el Alfa les había negado el sustento ese día. Aria lo miró y sintió cómo las lágrimas brotaban, ardientes y amargas. ―Lo siento, mi amor ―susurró con voz quebrada, sintiendo que cada palabra era una piedra en su garganta. En ese momento, un golpeteo suave en la puerta cortó la pesadez del aire. Aria se tensó, su corazón latiendo tan fuerte que temía pudiera oírse en la quietud del bosque. ―Ve a tu camastro ―le ordenó a Zade en un susurro.
INTERRUPCIÓN EN EL POSTRE. Esa mañana, cuando Zade despertó, Fausto ya estaba en plena acción. Con diligencia, había reunido a los sanadores y les había impartido instrucciones claras. El tónico para los lobos enfermos no tardaría en estar listo. Al ver a Zade, una sonrisa se dibujó en el rostro de Fausto. La noche anterior había sido larga y sin sueño, repasando aquel fragmento de su vida que tanto pesaba en su consciencia. Aún no se perdonaba no haber salvado a Aria, la madre de aquel lobo que ahora era el compañero de su hija. Cada vez que sus ojos se posaban en Zade, la imagen de Aria inundaba su mente; no era difícil entender por qué su pequeña Luna se había enamorado de él. Zade tenía mucho de ella, y además, el condenado era guapo. —¿Por qué me miras tanto? —preguntó Zade, sintiendo una creciente incomodidad bajó la intensidad de esa mirada. —Es que me pareces lindo —respondió Fausto deliberadamente, con una chispa de picardía en sus ojos. Zade se tensó, su cuerpo reviviend