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UN TRATO. Cuando Luna cruzó el umbral del estudio, una habitación adornada con pieles y madera tallada que exudaba la esencia de la manada Lobos Salvajes, sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. La proximidad con Zade avivaba un fuego interno que había intentado sofocar con la distancia y el tiempo. Su loba interior gruñía con un deseo primitivo, reconociendo en él un compañero destinado, pero Luna estaba decidida a no ceder ante los impulsos primarios. Zade cerró la puerta detrás de ellos con un clic suave. La intimidad del estudio los envolvía, y el silencio que siguió parecía cargar el aire con electricidad. Luna se mantuvo imperturbable, aunque cada fibra de su ser estaba consciente de la presencia del padre de su hijo. ―¿Así que tú eres el heredero? ―la voz de Luna era firme, pero su corazón latía con una fuerza que amenazaba con traicionar su aparente desinterés. ―Esperaba a alguien… diferente. Zade sintió un pinchazo de orgullo herido ante su tono despectivo. A pesar
ELLA ES MI NOVIA. Finalmente, Zade, con una máscara de indiferencia, asintió en acuerdo al trato propuesto por Luna. ―Hagamos el anuncio, entonces ―dijo con una voz que ocultaba su turbación ―La manada debe conocer a su futura Luna. La loba asintió, su rostro era una máscara de serenidad, pero sus ojos reflejaban la tormenta que se gestaba en su interior. Juntos, caminaron hacia el corazón de la manada donde todos se reunirían. Zade, con la postura erguida y la seguridad de un Alfa, presentó a Luna ante la manada Lobos Salvajes. Su mano reposaba en la parte baja de la cintura de ella, y al notar cómo se tensaba, se inclinó ligeramente para susurrarle al oído con un tono sugerente. ―Sonríe, mi amor ―dijo con una mezcla de coquetería y mando. ―Recuerda que somos una pareja ante todos. Luna, con su sonrisa forzada, apenas pudo disfrazar su nerviosismo, le gruñó en respuesta. ―Sí, pero eso no quiere decir que tengas que estar acariciando mi trasero, Zade. Sube tu mano. El lobo le r
RESPUESTAS. La luz de la luna se filtraba en la habitación de Luna, pintando destellos plateados en las paredes mientras ella se preparaba para descansar. La tranquila noche se vio interrumpida por el golpe sordo de la puerta al abrirse. Zade, con una presencia imponente, se erguía en el umbral, sus ojos ávidos, capturando cada detalle de la loba, vestida solo con un camisón que apenas cubría su figura. ―¿Qué haces aquí, Zade? ―Luna espetó, su tono cortante como un filo de acero. Aún resentida por la llegada de Brenda, sus ojos destellaban con una mezcla de enojo y desafío. Zade, sin inmutarse por la hostilidad en su voz, cerró la puerta tras de sí. ―Necesitamos hablar ―declaró, su mirada descarada explorando cada centímetro de Luna. . ―No tienes derecho a irrumpir en mi habitación. ¡Sal ahora mismo! ―Las palabras de Luna eran un desafío, pero Zade parecía sordo a sus exigencias. ―Este castillo es mío, lo que quiere decir que esta habitación también es mía ―dijo Zade con una son
TENGO UN HIJO. En el estudio del vasto castillo, Lorenzo era incapaz de contener su risa, había estallado en carcajadas desde que Zade le confió su más reciente desventura. ―¿Terminaste? ―preguntó Zade con sarcasmo, su voz teñida con resentimiento ―Qué bueno que mi desgracia te parezca divertida. Lorenzo, haciendo un esfuerzo sobrehumano por recuperar la seriedad, dejó de reír y miró a su amigo. Sus ojos aún brillaban con restos de júbilo no expresado. ―En serio, ¿Luna Snow te dijo eso? ―Sí, Lorenzo ―Zade respondió, su voz, un susurro de frustración ―Se me adelantó. Me dijo que… que podía tener a Brenda. Es más, ni siquiera se molestó. Es como… como si no le importara. Lorenzo soltó una risita sofocada y se disculpó. ―Bueno, no me culpes por no aguantar la risa. Es la primera vez que te rechazan. ―¡Ja, ja! Qué divertido ―se mofó Zade, su tono cargado de ironía. ―Estoy hablando en serio, Lorenzo. Tú, como mi amigo, deberías ayudarme en vez de reírte de mí. ―Está bien, está bien
ES EL PADRE DE MI HIJO.El silencio que habitaba en la sala del consejo se vio interrumpido cuando Luna, con sus hombros tensos y la mirada baja, entró en la estancia. El Alfa, su padre, le observó desde su asiento al final de la larga mesa de madera, donde tantas decisiones se habían tomado. Se puso de pie, su figura imponente, envuelta en la autoridad que le confería su rango.―Hija ―dijo con una voz que resonaba con calidez y firmeza ―¿cómo te fue?Luna torció los labios, una señal clara de su descontento.―Padre ―comenzó con vacilación ―¿no hay una manera de anular esa unión?El padre de Luna suspiró, sus ojos plateados reflejando un destello de dolor e impotencia.―Ya he dado mi palabra, Luna. Y sabes que nuestro deber es cumplirla. ―El Alfa notó la incomodidad de su hija, su preocupación paternal, eclipsando por un momento su papel como líder. ―¿Qué te pasa, hija?Luna sabía que ya no podía guardar el secreto. Con el corazón oprimido y la mirada finalmente encontrando la de su p
PRIMER ENCUENTRO. La majestuosa silueta del castillo se recortaba contra el cielo anaranjado del atardecer cuando Luna, acompañada por Desmond y Caleb, cruzó el umbral de la fortaleza ancestral. Los empleados, que se habían congregado para recibir a la futura Luna, contuvieron la respiración al ver al joven lobo pasearse con una confianza que desafiaba su edad. Pero lo que verdaderamente captó su atención fue el sorprendente parecido del cachorro con el ausente Alfa. Los murmullos cesaron en cuanto Luna habló, su voz resonando con la autoridad innata de quien está destinada a liderar. —¿Dónde está su Alfa? —preguntó con firmeza, sus ojos barrían la multitud, buscando respuestas en los rostros de su gente. El Beta de la manada, un hombre de hombros anchos y mirada astuta, dio un paso adelante, su postura rígida por el nerviosismo. —Él… él está fuera, mi señora —balbuceó, incapaz de apartar la mirada del pequeño Desmond y de Caleb, cuya presencia parecía tan natural como intrigante.
CEREMONIA DE UNIÓN. La luz se filtraba por las rendijas de las ventanas altas, bañando el dormitorio de Luna en tonos dorados y rosados. Las Omegas se movían alrededor de Luna en una danza silenciosa, sus manos expertas tejían trenzas y entrelazaban flores silvestres en su cabello plateado. Luna se sentía como una diosa de antiguas leyendas bajo sus cuidados, aunque su corazón latía con la fuerza de un tambor de guerra. La ansiedad la envolvía como una capa invisible; la ceremonia de unión no era solo un ritual, era el sello de un destino que había tratado de esquivar y que ahora la alcanzaba con garras inevitables. Las Omegas susurraban palabras de ánimo, pero Luna apenas las escuchaba. Su mente estaba ocupada en una conversación interna con Storm, su loba interior, cuya excitación era tan palpable como el viento previo a la tormenta. «No puedo creer que estés ansiosa, Storm» reprendió Luna en el silencio de su mente. «Eres una fácil, ¿no tienes dignidad o qué?» El gruñido de Sto
¿CEDER A LA TENTACIÓN? Zade continuó besando el cuello de Luna con una intensidad que oscilaba entre el deseo y la desesperación. Ella, con los ojos cerrados, se dejaba llevar por las sensaciones que el contacto del lobo despertaba en su ser. Las manos de Zade, hábiles y ansiosas, trabajaron sobre el vestido, deshaciendo los botones uno a uno mientras sus labios seguían el rastro de palabras seductoras a su oído. ―He extrañado la suavidad de tu piel ―susurró, dejando un beso ligero en la curva de su cuello ―La dulzura de tus labios… La loba interior de Luna se agitaba, ansiosa por su macho, cada toque de Zade revivía en ella sensaciones que creyó olvidadas. Y cuando el vestido cayó, dejando al descubierto la suave piel de sus hombros, Zade gimió por lo bajo. Su corazón latía desbocado, y su lobo interior se agitaba más que nunca, anhelando dejar su marca. «¿Por qué fui tan estúpido entonces? Pero puedo hacerlo ahora, ¿verdad?» «Esta noche…» se preguntó a sí mismo. Sus manos acunaro