Capítulo 6
—¿Qué?—Rodrigo miró a Alfredo, enarcó las cejas con una imponente presencia.

—Nada, me lo tragaré por el bien de tu felicidad.—Alfredo dijo apretando los dientes.

Rodrigo le echó un vistazo, en los ojos tranquilos y profundos.—Vamos.

Joan arrancó el coche y se marchó. Alfredo sintió que tenía que hacer algo para ayudar a Gabriela. Cuando se dio la vuelta para buscar a ella, la encontró saliendo.

—Gabriela.—se acercó.

—Tengo que regresar a casa.—Gabriela dijo a Alfredo con una sonrisa.

Alfredo la miró y se sintió triste por dentro.—Mira, Gabriela, sobre un corazón compatible para tu madre, intentaré todo lo posible para encontrarte el adecuado cuanto antes.

Se le apretó el corazón al pensar en su madre, y se esforzó por ocultar sus emociones, pero su voz la traicionó. Gabriela preguntó con un ligero temblor.—¿De verdad?

El corazón era diferente de los demás órganos, era difícil de encontrar.

Incluso había gente que no lo obtendría hasta morir.

—Alfredo, muchas gracias.—no supo cómo expresar su agradecimiento.

Sus ojos brillaban ligeramente con lágrimas.

—Somos amigos, de nada.—Alfredo se sentía un poco avergonzado, si no era por Rodrigo, Gabriela podría dar un paso más cerca de su sueño.

—Te acompaño a regresar a casa.

Gabriela lo rechazó enseguida.—No, gracias.

No volvía a la familia de González, así que lo rechazó.

Alfredo no dijo nada más.

...

Después de separarse de Alfredo, Gabriela regresó al chalé en taxi.

Pensando que Rodrigo probablemente nunca vendría aquí, se volvía relajada. Dalia descubrió que no estaba tan cohibida como antes, le preguntó riendo—¿Qué pasa? Le parece muy alegre.

Gabriela cambió los zapatos bajando la cabeza en el porche.—Dalia, me gusta vivir consigo, sólo nosotras.

Dalia estaba en silencio.

—Así que, soy superfluo?

Esta voz...

Gabriela levantó la cabeza y descubrió un hombre indiferente en el salón, quien la miró con una vista arrogante y un poco de asco.

Si no lo había visto en una revista de finanzas y economía y por televisión, probablemente no sabría que este hombre era su "marido".

No esperaba que se presentara

—¿Por qué... está aquí?

Gabriela no tenía ni idea de lo que quería hacer él, ¿no odiaba muchísimo el matrimonio?

Debería no querer verla.

—¿Tengo que avisarte cuando vuelvo?— dijo Rodrigo, con una cara hosca y sombría.

Gabriela bajó la cabeza pensando, de hecho, fue ella quien invadía su morada.

—Fírmalo.

Rodrigo lanzó un acuerdo de divorcio en la mesa.

Gabriela miró hacia la mesa, sin soprenderse. Era justo que él pidiera el divorcio, pero ella no podía aceptarlo hasta que se realizara la operación de su madre.

—Rodri...—no supo cómo llamarlo,—¿si puede...?

—¿No lo quieres?—la interrumpió Rodrigo antes de que ella terminara de hablar, sin sorprender por su reacción. Si lo hubiera aceptado enseguida, no habría pedido el matrimonio antes.

—Muy bien, espero que no te arrepientas.—se marchó Rodrigo.

Obviamente Rodrigo le había entendido mal. Gabriela trató de explicárselo, pero en su pánico por alcanzarlo tropezó accidentalmente con el umbral y la bolsa que llevaba cayó al suelo.

Todos los objetos se desparramaron por el suelo.

Apresuradamente se arrodilló para recogerlos, parecía faltarle algo, y al buscar, lo descubrió que había caído a los pies de Rodrigo, y casi inconscientemente fue a alcanzarlo de inmediato, tratando de taparlo.

Justo cuando lo tocó, el tablero de medicinas fue pisado.

Levantó la cabeza.

Rodrigo estaba indiferente, pero le interesó su ansiedad, se inclinó y lo recogió.

De dos pastillas.

Se había tomado una.

Y se quedaba solo una.

Descubrió la marca Ella, no supo qué medicamento era, pero había unas palabras en la línea de abajo que decía 72 horas para la anticoncepción de emergencia.

Si aún no lo coneciera, sería un tonto.

Miró a ella con gesto impasible, dijo con un tono mordaz y sarcástico.—¿Fuiste a buscar a otro hombre en la noche de boda?

En este momento, sentía una fuerte repugnancia con esta mujer.

Los dedos de Gabriela se enroscaron y se apretaron lentamente, mientras se ponía lentamente en pie forzándose a calmar el escalofrío.

No replicó ni una palabra a sus burlas.

Porque no tenía razón.

—Nunca he querido casarme consigo.—dijo suavemente.

Su aspecto de duplicidad era ascoso. Rodrigo arrojó el objeto que tenía en la mano directamente a la cara de Gabriela, dejando una fina lesión de sangre rasparar desde su rabillo del ojo.

Gabriela cerró los ojos instintivamente, la herida en su cara no se podía comparar con el sufrimiento en su corazón por el insulto a su dignidad causado en el momento caundo él le arrojó la medicina. Se mordió el labio y se inclinó a recoger la medicina, agarrándola con fuerza. La fina lámina de plástico se deformó en su mano, doliéndole en su palma.

—¿Te gusta liarse con los hombres? Te ayudaré.—dijo Rodrigo y se fue.

Sin embargo, solo una noche después, Gabriela sabía qué significaba.

Por la mañana, cuando estaba dispuesta a trabajar, Joan llegó al chalé.
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