Capitulo 30

HIAN

Me dolía todo el puto cuerpo desde que salí de esa maldita celda. Intentaba levantar un poco de viento para estabilizar mis movimientos torpes al caminar, pero era inútil. Estaba débil, demasiado débil.

Y con cada paso que daba al interior del laberinto me ardía la herida de mi hombro. La herida que me hice hace unos cruces atrás, cuando uno de los asesinos se defendió con tanto ímpetu que no pude evitar que me alcanzara con uno de sus cuchillos. Uno que, por mera suerte no tenía magia negra.

Alcancé una de las paredes con los ojos cerrados, mitigando el dolor en mi herida. Hace mucho le pedí ayuda a cualquiera que escuchase para terminar con este suplicio. Para que esté laberinto tuviera un

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