—¡¿Qué estás haciendo aquí?! —reclama Dorian, agitado, con la vista nublada por el calor del deseo y a la vez, el calor de la ira—. ¿Acaso viniste a terminar de joderme la maaldita vida? —La toma por los hombros, sacudiéndola—. ¡Dime! ¿¡Qué puta madre haces aquí luciendo tan zorra!?

Leslie palidece, con los labios temblando por el miedo que le generan sus gritos, su mirada fría, y las manos que una vez la acariciaron, la aprietan, hiriéndola. Pero son sus palabras, ese “zorra”, lo que hace que la ahora castaña se termine de quebrar.

—¡No es asunto tuyo! —logra decirle sin temblar—. ¡Suéltame, Dorian! ¡Me estás lastimando!

—¿Lastimando? —grita enfurecido, sin soltarla, ¿a esto ella le llama “lastimar”?—. ¡Ya vas a ver lo que es lastimar!

No tiene el control de su cuerpo. Todas las emociones que siente por ella, incluyendo la necesidad de castigarla por todo lo que le hizo, lo dominan. No se detiene por pataleos, gritos o golpes a su pecho de acero. Dorian simplemente la tumba al suelo,