El fuerte golpe de la puerta hizo temblar el corazón de Julia, que estaba sentada dando la espalda.

Cuando se volvió, Santiago ya se había marchado.

Respiró hondo y miró la sábana blanca con la mente zumbando, pero tan vacía como la misma sábana.

Luego, comenzó a moverse poco a poco, intentando dejar la silla de ruedas para volver a la cama.

Santiago llegó a la azotea del hospital, un lugar que ya conocía a la perfección.

Sacó un cigarrillo y lo puso entre sus labios mientras buscaba el encendedor y llamaba a Tomás: —Averigua dónde estuvo mi esposa hoy y con quién se encontró.

Tomás guardó silencio.

Después de colgar, Santiago miró el encendedor en su mano por un momento. Recordando cómo Julia fruncía el ceño cada vez que olía el tabaco en él, guardó el encendedor en su bolsillo y destrozó el cigarrillo que tenía en la boca.

En la habitación, Julia luchaba por subirse a la cama.

—¿Qué estás haciendo? —la voz de David apareció de repente detrás de ella.

Julia se sobresaltó y, por reflej