Santiago abrió la puerta de la habitación vestido con un abrigo a cuadros. Bloqueando la entrada, agarró la silla de ruedas y arrastró a Julia hacia dentro, cerrando la puerta y dejando a Emma afuera.

Emma se quedó boquiabierta en el pasillo, pensando que la había ofendido.

Julia se quedó sorprendida mirando al hombre: —¿Qué es lo que haces aquí?

Su tono mostraba desdén, como si la presencia de Santiago le fastidiara.

—¿A quién esperabas? Julia, aún no estamos divorciados ¿y ya estás buscando reemplazo? —Santiago se inclinó frente a Julia, sus manos aferrando con fuerza las manijas de la silla, acorralándola.

Esta posición atrapaba a Julia entre el hombre y la silla, como si estuviera en sus brazos...

El aliento cálido mezclado con la fragancia de tabaco la envolvió. Julia, que no soportaba el olor a cigarro, giró con rapidez la cara: —¿No habías dicho que Tomás vendría con los papeles del divorcio?

Silencio. Sin respuesta, pero el hombre no cambió su postura.

No supo cuánto tiempo per