El alba despuntaba cuando aquellos delincuentes ingresaban a su guarida, se les puede llamar delincuentes porque así es como el mundo los juzgará en ausencia de la verdad, así es como los héroes primero se vuelven mártires.
Mackenzie y sus hombres se levantaron llenos de ira, pero su dolor tanto externo como interno, les hizo descansar y premeditar su siguiente paso.
—¿Qué quiere que hagamos jefe? —cuestionó Brown en voz baja, para no avivar el coraje de aquel al que preguntaba.
—¿Quiere que limpiemos este desastre antes de que alguien llegue? —prosiguió Johnson, tomando unos papeles que yacían en el piso después de haber volado por los aires con la batalla de hacía unas horas.
—Deja eso —respondió con voz fúnebre, posando la mirada en la nada, colocando un vaso con hielo en su sien.
—Enton
—Veo que ya despertaste —mencionó Keane al ver entrar a Arturo, acompañado de Elina.—Sí, fue una buena siesta.—Me da gusto que te pusieras cómodo, permaneceremos aquí un tiempo considerable.—Eso me huele a manada, y a decir verdad, me gustaría comprender con exactitud qué es todo esto, así que, soy todo oídos.—Por supuesto, toma asiento entonces —le indicó, señalando una vieja silla frente a él.Sin embargo, antes de comenzar con la interesante plática, la puerta principal fue abierta con rapidez, dejando escuchar a su paso las pisadas presurosas de un par de hombres.—¡Jefe, tiene que ver esto! —entró Andrew de manera entrometida, azotando en la mesa, como símbolo de la gravedad de la situación, un periódico.—¿Qué ocurre?&mda
Arturo caminaba entre las personas que salían a su paso, no se detenía a meditar a donde se dirigía, solo quería huir de la pesada carga que le imponían; todo era una locura, una locura que estaba volcando su mundo por completo. Ya no estaba seguro de lo quería o de lo que debía hacer, siempre había anhelado ser más, mostrarle al mundo que un pobre hombre huérfano de un barrio carente era alguien digno de admiración, alguien digno de existir y vivir libremente a donde quiera que fuese. Ahora tenía esa oportunidad, pero era demasiado aterradora para ser cierta, era demasiado fantasiosa; quien diría que para poder caminar dignamente entre las personas, debía convertirse en rey.Seguía andando, recordando el último lugar donde se había sentido a salvo, donde se había sentido en casa, la imagen del Bar y sus amigos vino a su mente; recordaba pues, que hab&
La noche se avecinaba, el día nublado no dejaba divisar entre el atardecer y la penumbra de la noche.Arturo, Tomas y Cristian, un trío de hermanos de diferente sangre, se ocultaba en la vieja casa de Cristian; aquella pequeña estructura acogedora de curioso estampado, donde hacía algún tiempo, había vivido con su esposa. Ahora casi no residía allí, sentía el vacío que ella había dejado cuando se marchó.Arturo yacía sentado frente a las tenues brasas de la chimenea, contemplando a la llamas danzando, absorto en el crepitar del fuego. ¿A dónde iría?Podía tomar un tren junto con sus amigos, escapar al primer pueblo que los recibiera, y esperar hasta que todo se calmara. Todo ese plan sonaba razonable sin embargo, la opresión latente en su pecho no le dejaba en paz, le gritaba a cada instante que era un cobarde, que estaba huyendo, q
—¿Qué se supone que haremos ahora jefe? —preguntó Andrew.—Tenemos que buscar otro lugar, este escondite ya no es seguro —murmuraban en una esquina de la habitación, mientras Tomas y Cristian se amontonaban junto al fuego y sentían su desolación.—Sí, ¿pero a dónde iremos? Este lugar es nuestra mejor guarida —insistió Connor.—Te quejas demasiado, ¿ya olvidaste donde dormían nuestros bisabuelos y tatarabuelos? —pregonó Keane.—¿Quieres volver a las cuevas? Estas princesitas apenas y toleran este lugar.Elina escuchaba la discusión desde la distancia, con atención. “Las cuevas”, le trajo una idea considerable.—Hay un lugar entre Derbyshire y Nottinghamshire; Creswell Crags —les señaló, interrumpiéndolos. La miraron perplejos, esperand
—Buen día jefe. No hay rastro del joven…, de la sabandija —expuso Johnson con respeto y cuidado.—¿Hicieron lo que les pedí?—Así es.—No quedó nada de ese viejo y anticuado Bar —añadió Brown, intentando complacer a Mackenzie.—¿Y no apareció? —cuestionó mirándolos a los ojos, inspirándoles temor.Ellos se miraron cual cómplices y respondieron firmemente—: No.—Bien, sé que lo hará. Retírense y esperen instrucciones.Ya en su auto, concluyeron que era mejor mantener la verdad para sí mismos, después de todo, lo habían visto arribar al lugar, no iba solo, y cuando intentaron seguirlos, terminaron por perderse entre las viejas y peligrosas calles.Suerte o destino, nadie logró ponerse de acuerdo en cuál de las dos, hab&
—¿Qué es lo que has hecho hijo?—Lo siento papá, no pude evitarlo.—Jamás te debí aceptar aquella noche —reclamó el viejo hombre con rostro sudoroso y tétrico.—Lo lamento, no fue mi culpa —sollozó Arturo.De pronto, el rostro conocido de su viejo padre, fue remplazado por el de otro sujeto: con cabellera castaña, ojos claros como el agua y rostro que inspiraba un carácter fuerte.—Despierta Arturo —le dijo desde la lejanía. Él no comprendía nada, la incógnita sobre quien era ese hombre y lo que significaban sus palabras, pintó su rostro.—¡Despierta Arturo! —le gritó está vez, apareciéndose bruscamente frente a él, sacudiéndolo con fuerza.Arturo se despertó sobresaltado y aturdido, mirando a su alrededor, preguntándo
De regreso, el camino se transitó en un silencio reparador; nadie decía nada y eso ayudaba a calmar los dolores de la mentira, la evasión y el escondite. ¿Por qué aliviaba estos dolores? Simple y extraño, a veces el hablar implicaba expresar todos aquellos pesares de los que ahora eran compañeros. El silencio los acercaba, sabiendo perfectamente qué se sentía perder todo lo que antes se creía propio. Sin embargo, uno permanecía renuente, mientras que por el contrario, Elina sentía algo de dicha, con un temor que cada vez se desvanecía más y más.—¡Díganme que trajeron el libro! —exclamó Keane, cuando los vio llegar con aspecto acongojado y sucio.—Aquí está, ¿ahora qué? —replicó Arturo, colocando el libro sobre la mesa.—Ahora descansen, mañana veremos qu
Mientras los demás preparan todo lo considerado necesario para el viaje y el allanamiento, Tomas, Cristian y Andrew se adelantaron para inspeccionar la casa Wessex.—Está vacía, de no ser por los dos guardias perezosos que se mantienen en las afueras, la casa podría pasar por abandonada —expuso Andrew.—Excelente, no habrá problema entonces —dijo Arturo, manteniendo su serenidad intacta.—¿No hay cámaras? —cuestionó Elina, con objetividad.—No, revisamos cada esquina, no había ninguna —respondió Tomas.—Suena muy sencillo, los Wessex no mantendrían todos sus tesoros sin la debida protección —replicó.—Tal vez se creen intocables, o que nadie se atrevería a entrar a su propiedad —insinuó Cristian.—Como sea, es hora de irnos —ordenó Keane.