Capítulo 19
Los guardias arrastraban a Lía sin ninguna consideración, pronto sus brazos delicados y suaves y sus muslos estaban cubiertos de moretones, un espectáculo desgarrador. La mansión se llenaba de sus gritos descontrolados:

—¡Vieja amargada! ¿Me tienes envidia porque no puedes tener hijos? ¡Damián se enterará y no te perdonará, él me protegerá y me querrá más!

Cada palabra era como una aguja diminuta que se clavaba en el corazón de Aitana, causándole un dolor continuo y profundo.

Ella se acercó a Lía, lista para propinarle una bofetada, pero su mano nunca llegó a caer porque Damián apareció justo a tiempo. El crepúsculo de la tarde iluminaba su rostro sombrío, helando a cualquiera que lo mirara. Observó el desastre en la mansión, el rostro hinchado de Lía, sus brazos y piernas magullados, la chica llorando con fragilidad mientras una tormenta se gestaba en sus ojos oscuros. En ese momento, la ira de Damián alcanzó su punto máximo, llevándolo a perder la razón y cometer un error del que se
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