Comenzando el festival escolar...Abbey salió del vestidor con un grito ahogado.—¡Esto es horrible!—la rubia intentó bajar su diminuto vestido, que apenas cubría sus muslos. Se sentía muy expuesta—. ¿Por qué tengo que llevar un vestido tan revelador?Abbey se ruborizó por la incomodidad, pero su prometido, que estaba sentado en el sofá frente a ella, admirando la vista, no. Evan tenía las mejillas sonrosadas por el placer de ver a su mujer con un vestido tan provocativo y atractivo. Un vestido de novia corto.Dios bendito, Abbey está tan bella y tan tentadora...es perfecta. Él sonrió.—¿Estás bromeando, Evan?—Abbey se ajustó la liga blanca que adornaba su pierna—. ¿Te parece bien que me vista así?Evan le guiñó un ojo, dejando ver su pequeño hoyuelo en la mejilla y desprendiendo puro pecado.—Para ser honesto no. Solo quería verte con un vestido de novia sexy.Abbey se puso más roja por los cumplidos de su prometido y golpeó el suelo con sus tacones altos.—¡Eres un idiota pervertido
—Ven conmigo a la luz, que quiero sacarte unas fotos bien lindas, camarera sexy —el chico agarró a Evan de la muñeca y lo arrastró con fuerza hacia adelante.El chico estaba tan eufórico con el premio que le había tocado que no miró por dónde iba, y se topó con Abbey, que iba a caer al suelo con él.Abbey soltó un grito y se preparó para el golpe, estaba sirviendo a otra mesa cuando ese chico la atropelló, no le dio tiempo a esquivarlo.—¡Abbey!Evan se libró del chico que lo sujetaba y trató de alcanzar a su prometida para evitar que se estrellara contra el suelo, pero se quedó helado al ver que otro hombre ya la tenía en sus brazos y ella apoyaba la cabeza en su pecho.Abbey parpadeó y levantó la cabeza para darle las gracias al que la había salvado.—Gra...—¿Estás bien, hermosa señorita?Las chicas del café se pusieron histéricas al reconocer al hombre que sostenía a Abbey.—¡Es él!—¡Alastor está buenísimo con ese traje de mayordomo!—¡Qué contraste ver a una estrella del rock co
—Te lo prometo, mi dulce gatita —Evan rozó suavemente el borde inferior de los labios de su prometida—. No puedo comprender el increíble poder que posees para encantar a todos, incluyéndome a mí.Los ojos de Abbey se entrecerraron debido a la inmensa sonrisa que iluminaba su rostro.—¿Crees que tu yo del pasado se sorprendería al saber que estás enamorado de una mujer común como yo?El joven director ejecutivo echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.—Sin duda, si viajara al pasado, mi antiguo yo se burlaría de mí sin descanso.—¡Probablemente parezcas más alto que tu versión pasada!Evan comenzó a hacerle cosquillas.—¿Te estás burlando de mí, traviesa?Abbey se retorcía entre risas, llenando el espacio cerrado con su alegría.Poco a poco, Evan dejó de hacerle cosquillas a su novia y contempló sus mejillas sonrojadas por la risa y sus ojos brillantes, rebosantes de vida. Sí, definitivamente se reflejaba en esos hermosos ojos color café.No podía mantener las manos quietas, u
—¡Abbey! ¿Qué has hecho? ¿Estás bien?Abbey bajó la cabeza e intentó respirar profundamente.—Sí, sí, estoy bien —alzó la cabeza—. No te preocupes...La sangre comenzó a fluir desde su nariz y el labio partido.Todos jadeaban asustados, mientras Abbey se sentía como la protagonista de una sangrienta película de terror.—¡Abbey! ¡Estás sangrando mucho!La rubia se limpió la sangre con el dorso de la mano, como pudo.—Estoy bien, de verdad. No grites, me duele la cabeza —tomó la espada que el niño rico tenía a un costado de su cintura, como si estuviera familiarizada con el arma, y lo hizo con destreza—. Voy a tomarla prestada y te la devolveré enseguida, ¿de acuerdo?—¿Qué estás...?Abbey avanzó decidida hacia el líder, quien por instinto retrocedió varios pasos hasta toparse con la pared. ¡El aura de esa niña parecía la de un guepardo acechando a su presa!—¿Qué? ¿Qué quieres?—Apareciste con tu pandilla de matones en mi escuela, lastimando a personas inocentes y causando estragos —cl
La ciudad es un hervidero de actividad, y la calle Montpelier es una de las más concurridas. Por sus aceras caminan personas de todo tipo, desde ejecutivos apurados hasta vendedores ambulantes, desde turistas curiosos hasta mendigos cansados. Por sus carriles circulan carros de todos los colores y tamaños, que emiten sonidos estridentes y contaminantes. El tráfico es tan denso que a veces parece que no avanza nada. Pero en medio de ese escenario agobiante, hay un lugar que se destaca por su sabor y calidez. Es la esquina favorita de Abbey, donde hay un carrito que vende las mejores hamburguesas de la ciudad, con queso derretido, tomate fresco y salsa secreta. Allí la espera Thomas, el vendedor y cocinero que siempre trae una sonrisa en su rostro. Él la conoce desde que era una niña y la trata como una hija. —¡Señor Thomas! ¡Una hamburguesa de élite, por favor!Esa era la frase que Abbey solía decir cada vez que visitaba el carrito de Thomas. Él ya sabía lo que le gustaba: carne jugos
Después de años de sequía, una noticia importante les cayó como agua bendita. ¡Robert había despertado! El simpático chofer que llevaba tanto tiempo en el hospital aún tenía que pasar algunas pruebas médicas para descartar posibles secuelas del coma, pero Abbey no cabía en sí de felicidad.En pocos días, su familia podría llevárselo a casa. Evan le había asegurado que seguiría contando con él como chofer, siempre y cuando Robert quisiera continuar con su trabajo. De lo contrario, Evan se comprometía a seguir pagándole el sueldo mensual que le correspondía, tal como había hecho desde el primer día de su ingreso. Por eso la familia de Robert quería y respetaba tanto a Evan, por su bondad y su justicia.Lo que no le gustó a Abbey fue la respuesta que Evan le dio cuando le preguntó sobre el asunto de su madre fallecida y lo que Robert intentó decir el día del accidente. Evan se tensó y negó con la cabeza, diciéndole que lo que su madre hubiera hecho o dejado de hacer ya no era asunto suyo
—¿En peligro? ¿Qué quieres decir, Ryan? ¿Qué pasa con el club, Mercy?Mercy evitó su mirada.—Nuestro club está al borde de la extinción. Tenemos muy pocos miembros, nadie nos toma en serio, no tenemos ningún premio o reconocimiento que nos respalde. Nos han dado un ultimátum. Si no ganamos el próximo torneo, nos quitarán el club.Abbey se sobresaltó y se levantó de un salto.Esto no puede estar pasando…—¡No!—exclamó Abbey—. ¡Yo me uniré al club! ¡Yo también quiero participar!Ryan la miró como si acabara de ver un fantasma.—¿Estás loca? ¿Qué vas a aportar al club? ¿Sabes siquiera cómo se sostiene un florete?Abbey frunció el ceño.—¡Es lo menos que puedo hacer!Ryan se quedó boquiabierto, sin creer la reacción de la chica.(...)Abbey se estiró con las manos en las caderas y se inclinó hacia adelante, sintiendo cómo sus vértebras se alineaban con un crujido satisfactorio. Casi se le escapó un gemido de placer por el alivio que recorrió su espalda.Se giró para contemplar las toalla
Abbey estaba harta de escuchar los chillidos de las chicas cada vez que su prometido entraba en escena. Aunque ella era parte del club de esgrima, no tocaba nunca una espada. Su trabajo consistía en lavar las toallas sudorosas, reponer las botellas de agua vacías y ordenar el almacén. Pero desde que él se unió al club, el gimnasio se había convertido en un hervidero de admiradoras que no perdían detalle de sus combates y sus movimientos. Abbey les lanzaba miradas asesinas, pero ellas seguían con sus alaridos y suspiros.Evan acababa de derrotar a su rival con un golpe maestro de su sable. Se quitó el casco protector con una sonrisa triunfal, mientras las chicas de la grada le aclamaban con admiración. A pesar del sudor que le empapaba el rostro y el cuerpo por el calor y el esfuerzo, él irradiaba un encanto irresistible.Abbey lo observaba con fascinación. Él era ardiente y sorprendente. ¿Cómo era posible que no supiera que su prometido era un experto esgrimista?La noticia de que el