La luna, imponente en el cielo nocturno, proyectaba un frío resplandor sobre la escena de destrucción que se había desatado en las afueras de la ciudad. El sonido de los disparos había cesado, pero el eco del caos todavía resonaba en el ambiente. Entre los escombros, el polvo y la sangre, Nicolás se encontraba de rodillas junto a Aitana, con el cuerpo de ella inerte entre sus brazos. Su corazón latía con fuerza, un tamborileo de desesperación mientras la realidad lo abrumaba.A lo lejos, los hombres de Adrián se apresuraban en llevar a su líder herido. Apenas se detenían para lanzar una mirada hacia Nicolás, sabiendo que el trabajo que había iniciado Adrián estaba casi completo. Adrián no podía morir ahora, no cuando estaba tan cerca de conseguirlo todo. Sin embargo, la resistencia de Nicolás les había obligado a retirarse antes de acabar con él también.—Aitana… no, no, no —murmuraba Nicolás, su voz entrecortada por el dolor mientras acariciaba el rostro de ella, ya pálido, y manchad
La noticia de la muerte de Aitana Alarcón se difundió como una tormenta en el mundo empresarial. Las acciones del Grupo Alarcón cayeron estrepitosamente, dejando a todos los asociados en shock, y a sus enemigos, expectantes. La familia, que alguna vez había sido el emblema del poder y la sofisticación, estaba ahora al borde de la ruina total.En la imponente mansión familiar, Victoria Alarcón, la matriarca, permanecía sentada frente a una mesa llena de documentos, mientras su nuera, Sofía, caminaba nerviosamente de un lado a otro.—No puedo creer que Aitana haya hecho esto —dijo Victoria, su voz temblorosa pero firme, mientras examinaba los informes financieros que detallaban el desmoronamiento del imperio. Su mirada estaba fija en el papel, pero su mente divagaba. Sentía una presión en el pecho, una sensación de pérdida irreparable.—La destrucción del Grupo Alarcón estaba en marcha, y ahora con su muerte, no tenemos más opciones —dijo Sofía, deteniéndose un momento y cruzando los br
En un escondido refugio en las montañas, el grupo rebelde se reunía en una sala oscura, iluminada solo por pantallas que mostraban noticias, mapas y datos que analizaban con precisión. El aire estaba tenso. A pesar de los últimos movimientos, la muerte de Aitana Alarcón no había debilitado a la Sombra como esperaban. Al contrario, parecía haber fortalecido su poder. Los miembros del grupo, que en su momento habían pensado que la caída del Grupo Alarcón marcaría el comienzo de la destrucción de la Sombra, ahora se encontraban replanteando su estrategia.En una mesa larga, rodeados de papeles y dispositivos de comunicación, los líderes del grupo revisaban informes recientes. El más destacado entre ellos era un hombre de mediana edad, de aspecto severo, con cicatrices que narraban su vida de lucha. Su nombre era Martín, uno de los estrategas más experimentados de la resistencia. Junto a él estaba Helena, quien, aunque visiblemente afectada por los recientes eventos, se mantenía firme, de
La luna se alzaba sobre la ciudad, proyectando sombras largas y siniestras sobre el paisaje. Nicolás, envuelto en un abrigo oscuro, se movía con cautela entre los callejones cercanos al hospital donde Adrian estaba ingresado. Había pasado días en la clandestinidad, evitando a la Sombra y sus hombres que lo buscaban incesantemente. Sabía que no podía regresar al cuartel de la resistencia; la Sombra tenía ojos en todas partes, y cualquier movimiento en falso podría costarle la vida. Sin embargo, su misión era clara: debía llegar hasta Adrian.El hospital estaba rodeado por una seguridad férrea. Nicolás había observado durante horas el movimiento de los guardias, cada cambio de turno y cada patrulla que circulaba en los alrededores. Sabía que no sería fácil, pero tenía una ventaja: nadie esperaba que alguien como él, un hombre que todos creían derrotado, se atreviera a acercarse a Adrian en su estado vulnerable.Oculto en la oscuridad, Nicolás observaba la entrada principal del hospital,
El sonido agudo de las alarmas resonó por todo el hospital, llenando los pasillos de un caos palpable. Nicolás, agazapado en la pequeña sala de mantenimiento, supo en ese instante que su oportunidad de acercarse a Adrian se estaba desvaneciendo rápidamente. Podía escuchar las pisadas apresuradas de los guardias que corrían hacia su ubicación, y con cada segundo que pasaba, la tensión aumentaba.—Maldición —murmuró para sí mismo, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una salida.Las alarmas no solo estaban atrayendo a los guardias, sino también alertando al personal del hospital. Algunos pacientes fueron evacuados de sus habitaciones, mientras que otros permanecían confinados en zonas seguras. La confusión se expandía por cada piso.Nicolás sabía que debía actuar rápido. Miró alrededor en busca de una ruta de escape alternativa. La ventana por la que había entrado no era una opción, y enfrentarse directamente a los guardias en los pasillos sería un suicidio. Sus opciones
Nicolás sabía que estaba agotando sus opciones. Después de escapar de los guardias por los pasillos del hospital, había logrado mantenerse en las sombras, pero su suerte no duraría para siempre. Llevaba demasiado tiempo en movimiento, demasiado tiempo luchando en una guerra silenciosa contra un enemigo invisible. Y ahora, sentía cómo las fuerzas de la Sombra lo cercaban, cada vez más cerca.No pudo escapar por mucho más tiempo.Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Un equipo de guardias de seguridad, más entrenados que los anteriores, lo emboscaron en uno de los pasillos laterales. Nicolás peleó con todas sus fuerzas, lanzando golpes desesperados, pero su resistencia estaba agotada. Fue derribado, su cuerpo aplastado contra el frío suelo del hospital mientras uno de los guardias le sujetaba las muñecas y las esposaba con violencia.—Lo tenemos —dijo uno de los hombres, levantándolo sin piedad del suelo—. Llévenlo con Adrian.Los guardias lo arrastraron por el hospital, sin preocu
La mansión Alarcón, que alguna vez había sido símbolo de poder y riqueza, ahora se reducía a un esqueleto de lo que fue. Las llamas que habían devorado sus muros se extinguían lentamente, dejando tras de sí un paisaje devastado: columnas rotas, techos colapsados, y un aroma espeso de humo mezclado con los recuerdos de una dinastía que alguna vez gobernó la ciudad. Los bomberos, exhaustos, terminaban de apagar los últimos focos, mientras la policía acordonaba el área, impidiendo que nadie se acercara demasiado. Pero en medio del caos, Nicolás Valverde se mantenía oculto, observando desde una distancia segura.Sabía que la destrucción de la mansión era una advertencia. La Sombra estaba decidida a borrar todo rastro de los Alarcón, y por extensión, cualquier esperanza de recuperar algo valioso de ese legado. Sin embargo, él no podía simplemente desaparecer. Había llegado por algo, algo que Aitana le había mencionado antes de morir, y no se marcharía sin ello.Su corazón latía con fuerza
El cuartel de la resistencia estaba en silencio, solo interrumpido por el leve murmullo de los equipos de monitoreo y el constante sonido de los ventiladores que mantenían el aire limpio en aquella base oculta. Helena caminaba por los pasillos oscuros y húmedos, con la cabeza llena de pensamientos. El hijo de Nicolás, un pequeño de poco más de un año, descansaba en una cuna improvisada en una de las habitaciones del cuartel. Había pasado tanto desde que Aitana murió, y Nicolás parecía sumergido en una tormenta interna que no lo dejaba descansar.Helena no podía evitar preguntarse si todo aquello había valido la pena. ¿La lucha? ¿El sacrificio? Sabía que la resistencia tenía sus propios intereses, y aunque inicialmente se habían unido para derrocar a la Sombra, ahora los líderes parecían tener ideas mucho más ambiciosas.Nicolás había vuelto al cuartel poco después de la destrucción de la mansión Alarcón, aún en shock por todo lo ocurrido. Desde entonces, su mirada estaba vacía, y su e