En el apartamento de Darío.

Cuando Sandra entró a la casa junto a Darío, él la empujó contra la pared de la entrada. Habían conseguido un conductor para llevarlos de regreso después de la cena.

Después de que Hans se fue, Darío bebió mucho alcohol. Ahora, sus emociones estaban fuera de control. Levantó la falda de Sandra y la apretó contra su cintura con el cuerpo.

Sandra se asustó un poco y quería voltearse para mirarlo:

—Darío…

—No hables.

Cuando ella hablaba, no se parecía a ella.

La voz de Dafne era fría, no aguda y clara como el agua de un arroyo de la montaña. Debido a su experiencia en locución, su español era muy estándar.

Sin embargo, Sandra, que había crecido en el sur, aunque había trabajado en la capital durante dos años, tenía una voz más suave y dulce, que era muy diferente a la de Dafne.

Hace tres meses, Sandra fue a una entrevista en la empresa de Darío para competir por el puesto de recepcionista. Ese día llevaba el pelo recogido en una coleta y vestía un vestido blanc