34. AMARTE A TI MISMA

Capítulo treinta y cuatro: Amarte a ti misma

Angelo observó a su esposa.

—Yo... tú... íbamos a hablar de otras cosas, me parece —le recordó Teresa.

Notó que Angelo entornaba los ojos en un gesto de desaprobación, ya que había querido volver al tema original. Sintió que los músculos del estómago se le tensaban por el pánico. Angelo se había declarado desarmado por la decisión judicial; sin embargo, no había señales de ello en la manera orgullosa que tenía de levantar la cabeza o en la expresión de su rostro.

—Ah, sí —su sonrisa era benigna y al mismo tiempo amenazadora—. Si necesitas refrescarte la memoria respecto a cómo llegar al pueblo o a las tiendas... —hizo una pausa y levantó las cejas.

—Gracias, estoy segura de que lo recordaré —respondió Teresa.

—Lo suponía —dijo con satisfacción—. En ese caso, no necesitarás ningún consejo de mi parte. La mayoría de los días trabajaré en mi habitación; puedes decirles a los niños que los veré en la playa cuando tenga tiempo. ¿Estás de acuerd
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