CLARIS:Me había quedado dormida abrazando a mis hijos, con Kieran junto a nosotros. Entre sueños, pude sentir cómo entre ambos los envolvíamos en una energía protectora, cálida y reconfortante. Era más que un simple instinto, algo profundo que trascendía mi comprensión. Tenía que aprender a despertar a mi loba, Lúmina. La experiencia de ayer durante la cacería había revelado la verdad que siempre había estado en mi interior, tan cerca y, al mismo tiempo, tan inaccesible.No podía seguir ignorando mi verdadera naturaleza. Ser madre lo cambiaba todo, relegaba cualquier ambición personal al olvido. Mis hijos, mi manada, ellos eran mi prioridad. Lo sabía con cada fibra de mi ser. No podía permitirme un solo error más. Había puesto tantas vidas en peligro al no estar preparada, y cada decisión errada pesa
CLARIS: Un rugido ensordecedor resonó, cortando el aire como un trueno. Era mi Alfa. Saltó por encima de nosotras con la fuerza y el impulso de una tormenta, colocándose frente a la puerta abierta en una clara postura de protección. Su avance se detuvo abruptamente al reconocer al hombre que yacía en el umbral. —¿Qué tienes, viejo amigo? —preguntó preocupado al ver al enorme lobo desplomarse a sus pies. La sangre que teñía su pecho parecía fluir con cada segundo que pasaba. —¡Mi Luna, rápido, ven aquí! —llamó con urgencia, volviéndose hacia mí—. Tienes que salvarlo. No sé exactamente cómo sucedió. Nadie me dio instrucciones, pero no las necesitaba. Actuaba por instinto. La llamada de mi Alfa y la condición de Farel provocaron algo en lo profundo de mi ser. Sin
VIKRA: Al salir de la cueva, lo que vi me llenó de asombro y de un miedo profundo que luché por contener. Los guardianes, los centinelas que nunca bajaban la guardia, estaban tendidos en el suelo, dormidos de una forma antinatural. Pero eso no era lo más impactante. Lo que realmente me paralizó por un instante fueron los pequeños cachorros del Alfa Kieran. Avanzaban, solitarios, imposibles de detener. Envueltos en una esfera de energía de un rojo y dorado brillante, se desplazaban con la certeza de dos pequeños demonios en marcha. Esa energía, ese poder... lo conocía demasiado bien, y aquello que significaba me heló la sangre. Mis recuerdos regresaron con una claridad brutal, y su peso cayó sobre mí como una losa. —¡No te acerques! —grité al lobo que me había liberado—. Sígueme y mantente lejos de ellos. No
CLARIS: Era la hora del entrenamiento con los adultos. Suspiré suavemente antes de salir de nuestra casa, consciente de la importancia de mantener la compostura en esos momentos. Seguí a mi Alfa en silencio, como era costumbre, pero antes de que pudiera conformarme con caminar detrás de él, se detuvo y giró la cabeza para esperarme. En ese gesto, un mensaje claro se transmitió entre nosotros. No necesitábamos palabras. Era el lenguaje de los lobos. Yo no era una subordinada cualquiera. Yo era su Luna. Su igual. Cuando llegamos al claro, los lobos ya estaban formados, listos para lo que sabían sería un entrenamiento desafiante. Los observé de reojo y no pude evitar una pequeña sonrisa de satisfacción; la fuerza y disposición de nuestra manada eran dignas de orgullo. Mi Alfa iba a dirigir los ejercicios. Se acercó a la formación y m
RAFE:Me quedé observando a Elena, mi compañera destinada, con una decepción tan profunda que ni siquiera podía ponerla en palabras. Yo era un guerrero que jamás había fallado ni incumplido con mi deber. Era lo que se esperaba de un Gamma. Pero ella era diferente. Se suponía que debía ser impecable, la loba lunar elegida por la Diosa Luna, una Guardiana con un propósito divino. ¿Cómo era posible que fallara?Mi pecho ardía de frustración. No solo había fallado en su misión con Claris y Clara, sino que ahora había abandonado su misión de cuidar a los cachorros del alfa, un error gravísimo en sí mismo. Además, incluso ahora, con pleno conocimiento de las consecuencias, seguía siendo incapaz de comprender la magnitud de lo que había hecho.—Confié en ti el cuidado de los cachorro
RAFE:El choque de su confesión reverberó como un trueno a través de la noche. Sentí que cada uno de sus rugidos se enterraba en mi pecho como un zarpazo. Sus palabras, cargadas de una total pérdida de fe, no eran solo lamentos; eran una sentencia que ella misma había aceptado. Di un paso más hacia ella, acortando la distancia que nos separaba. A esas alturas, mi frustración palpitaba bajo la superficie, pero ahora estaba mezclada con algo más, más fuerte y visceral. —Ya basta, Elena. —La abracé con un gruñido bajo, peligroso. No necesitaba gritar para que me escuchara—. ¡Basta! Ella me miró, desafiante y rota a partes iguales, pero no retrocedió. Me miraba desafiante y a la vez pude ver un ruego. —¿Un fracaso? —repetí, estrechándola aún más, lo suficiente para que
CLARIS: Un rico aroma a carne recién hecha me despertó. La noche que acababa de pasar había sido extraordinaria. Mi Alfa me había amado como nunca antes. No sé cómo explicarlo, pero sentí que me había fundido con él: como la humana Claris, como la loba Lumina y, por primera vez, como un todo completamente integrado. No había partes separadas; él me había amado por completo, por todo lo que era. Suspiré y extendí mi mano en busca de mi Alfa, pero no estaba. Miré el reloj y me sorprendí: eran apenas las tres de la madrugada. ¿A dónde habría ido? ¿Sería él quien estaba cocinando? Mi cuerpo reclamaba más descanso, pero mi curiosidad y el hambre fueron más fuertes. Tiré una bata sobre mi piel desnuda y salí de la habitación. Caminé rumbo a las habitaciones de mis gemelos. Al llegar a la de Kian, me detuve en el umbral. Él dormía abrazado a su hermana, sus pequeños cuerpos entrelazados. En el suelo, junto a ellos, estaba Farel en su forma de lobo. Reconocí sus ojos dorados cuando lev
FENRIS: Observaba a mi Alfa desde el otro lado del despacho, un espacio sombrío que apenas era iluminado por la fría luz de la luna filtrándose entre las delgadas cortinas. Kieran me había llamado con urgencia en medio de la madrugada, y como siempre, acudí. Era mi deber como su Beta, pero hoy mi mente estaba en otra parte. Clara, mi compañera destinada, la loba empática, había puesto una vez más mi paciencia al límite. Su testarudez parecía un desafío constante, y el tiempo que pasaba lejos de ella solo avivaba mi irritación. —¿Qué es lo que sucede, Kieran? —gruñí, impaciente. Kieran no respondió de inmediato. Mantuvo su mirada fija en su propia mano, como si buscara en ella una respuesta a algo que no entendía. Fruncí el ceño al verlo tan ausente. Esto no era común en él. Mi Alfa nunca mostraba duda ni vacilación; era el pilar de nuestra manada, inquebrantable. —Mira mi mano —murmuró al fin, extendiéndola hacia mí. Miré la palma de su mano extendida hacia mí. Y allí est