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Capítulo VII: Un viaje amargo

No podía moverme, mis pies comenzaban a congelarse, el agua sucia era fría y mis dientes comenzaron a castañear; temblaba de frío y de miedo. Mi cuerpo me dolía, el simple hecho de mover una parte de mí hacía que me recorriera un frío por dentro, como si el agua pudiese traspasar mi piel. 

—Vamos Alanna, inténtalo —decía mientras veía el agua subir poco a poco. Me había paralizado por un momento, sabía que debía moverme rápidamente para llegar al ruiseñor sino me ahogaría, aunque no sabía cómo hacerlo porque de los escalones también corría agua sucia. —Muévete Alanna ¡muévete! —me repetía —¡Alanna, el agua sube haz algo rápido! ¡hazlo ya! —comencé a mover mi pie derecho poco a poco pero era una tortura hacerlo; me quejaba del dolor, sentía como en mis pies se encajaban los pequeños pedazos de vidrio que habían en el suelo, no podía esquivarlos, el agua me impedía mirar por donde pisar. Miré hacia atrás y la puerta estaba más lejos de mí ahora, empecé a moverme más rápido pero me di cuenta que entre más rápido me movía el agua comenzaba a subir de la misma manera —¡Tú puedes Alanna! ¡Vamos! —el agua llego a mi pecho, faltaba poco para tomar la barandilla de los escalones; el agua llegó a mi cuello, estaba a unos cuantos centímetros de ella, estiré mi mano y luego el agua tapo mi cara, cerré los ojos y contuve la respiración, sabía que la barandilla estaba cerca de mí, moví la mano varias veces, empezaba a faltarme aire, estaba empezando a desesperarme, hasta que toqué la baranda y el agua cesó. Comencé a toser, miré mis pies, estaban hinchados, morados, sangraban y aún tenía vidrios pegados a mi piel; estaba cansada y agitada. Miré hacia la ventana y el ruiseñor seguía allí, sonreí. —Lo logré —mencioné. El ruiseñor hizo un pequeño sonido y una nube negra comenzó a invadir el lugar.

Parecía que las cosas en mi casa iban mejor, mi padre tenía tiempo de no discutir con mi mamá o conmigo y en ocasiones estando en el desayuno o cena reían juntos. Las cosas con Iker también parecía mejorar, ahora me prestaba más atención que antes. El ruiseñor seguía conmigo y cada vez sus colores de sus plumas eran más intensos como la melodía que emitía por las mañanas, sólo que en los días donde todo estaba marchando bien, no cantó.

Estaba parada, frente a la casita que le había construido —¿Qué tienes? —pregunté al ruiseñor preocupada —¿Estás enfermo? ¿Por qué ya no cantas? —el ruiseñor quedó en completo silencio —A caso ¿ya no me quieres? —el ruiseñor trino y voló, yo sonreí.

Mi padre abrió la puerta de mi habitación y entró.

—Alanna, mañana iremos a dar una vuelta te quiero lista antes de las 7:30am. A esa hora a más tardar debemos salir de aquí.

—¿A más tardar? ¿No sé supone que es un viaje?

—Sólo hazlo —mi padre salió de la habitación. Miré desconcertada al ruiseñor y le sonreí —Parece que las cosas están mejorando —lo tomé con mi mano y lo puse en mi hombro.

Comenzaba a sentirme bien. Me recargue en la ventana miré el atardecer y sonreí. —Es hermoso —el ruiseñor trino. Ambos nos quedamos viendo como el sol se metía para dejarle el turno a la luna.

Mi madre entró a mi habitación. Giré mi cabeza hacia ella, sin despegarme de la ventana.

—¿Sucede algo? —pregunté preocupada

—Nada hija —mi madre se acercó a la ventana y se puso a un lado mío. —Es hermosa ¿no? —decía mientras sus ojos se postraban en aquel magnífico satélite natural. La luz que emanaba se concentraban en sus ojos color café claro y radicaba la luz que salía de su interior.

Mirándola sabía que algo andaba mal, me sentía extraña y un poco incómoda pero no quería perder la esperanza de que "todo iba a estar bien" y de arruinar el momento. Sólo quería quedarme así, sin hacer nada, sin pensar en nada; estaba emocionada de saber que mañana viajaríamos e imaginaba mil cosas cómo, que la relación entre mis padres mejorara, al igual que con la mía. Lo tomé como un nuevo comienzo.

—¿Estás lista? —preguntó mi mamá mirando hacia mí.

—¿Para? —la miré

—Mañana

—Sí. —sonreí. Devolví mi mirada hacia la luna.

—Te veo emocionada

—Lo estoy. Creo que es un nuevo comienzo para todos nosotros ¿no crees? —miré a mi mamá.

—Sí... —en su mirada noté tristeza y soledad disfrazada a través de su sonrisa y de la palabra "Sí". —Descansa Alanna —mi mamá se dio media vuelta y salió de mi cuarto. Estaba confundida y mi corazón latía rápido; el ruiseñor seguía en mi hombro.

—Quiero pensar que será así, quiero hacerme a la idea de que todo mejorará y sentirme bien. No quiero pensar que algo malo sucederá o que las cosas saldrán mal, quiero disfrutar el viaje de mañana, como lo que fuimos alguna vez, una familia.

Mi despertador sonó una hora antes para estar lista a las 7:30 como había quedado con mi padre. Me levanté de la cama, me di una ducha y me puse las mejores prendas que había en mi armario pero algo andaba mal, mis padres aún no se despertaban. Miré la hora de mi celular "6:56am". Mi mamá abrió la puerta de mi habitación.

—¿Ya estás lista?

—Sí

—Bueno. —cerró la puerta.

Me dirigí hacia mi cama y me senté, el ruiseñor voló a mí. —No lo entiendo, no entiendo por qué no está feliz, se supone que es un nueva oportunidad ¿qué pasa? ¿qué es lo que sucede? —le comenté al ruiseñor con voz suave. En ese momento, mis malos presentimientos comenzaban a tomar lugar. Miré la hora "7:06am".

—Si no llego a estar lista a las 7:30am se van -escuché a mi mamá decir

—¿Qué? ¿Me lo dices ahora? —preguntó mi padre molesto

—Ayer te dije, que no tenía ánimo de ir

—¡Pues ahora te friegas! Así que te voy a esperar hasta que estés lista y apúrate porque todavía falta mi desayuno.

Me levanté y salí de mi habitación con el ruiseñor en mi hombro, me dirigí a la cocina y le preparé el desayuno a mi papá. —Haré todo lo posible para que este viaje, sea inolvidable.

Mi padre bajó y me miró.

—Ya está listo el desayuno —le mencioné con una pequeña sonrisa en mi rostro.

Miró la hora en su reloj de mano y luego tomó asiento. Subí corriendo hacia la habitación de mi mamá para ver si estaba lista y no, no lo estaba.

—Mamá ¿qué te sucede?

—Este será mi último viaje —mencionó con voz baja

—¿De qué hablas?

—Nada. En un rato estoy lista se levantó —Quiero estar sola Alanna.

—Está bien —salí de la habitación y cerré la puerta. No entendía que sucedía, todas mis emociones estaban revueltas.

—Tranquila Alanna, todo estará bien —pensé —disfruta del viaje.

Pasaron los minutos y mi mamá se había tardado media hora más. Mi padre estaba furioso, caminaba por todos lados.

—Papá —mencioné tranquila

—¡¿Qué quieres Alanna?!

—Yo sólo quería decirte que...

—¡Cállate! ¡No me digas nada ahora! mejor ve a ver si tu mamá ya está lista. —interrumpió

—No importa a qué hora salgamos, aún es temprano para salir de viaje -mencioné

—¡Perderé la cita! —gritó mi padre

—¿Qué? —mencionó mi mamá bajando de los escalones

—Tengo una cita a las 10. Cuestión de trabajo.

—Pensé que querías pasar tiempo con...

—¿Con ustedes? —interrumpió —Las veo todo el día, las escucho diario ¿para qué hacer un viaje con ustedes?

—Entonces para que llevarnos —mencionó mi mamá

—Porque necesito tu firma en un documento. ¿Seguirás cuestionándome?

Nos había tocado la mala jugada de que había tránsito durante el camino y por ello nos habíamos hecho más de dos horas. El viaje había perdido su esencia y la magia con que lo veía, en todo el camino mi padre soltaba cuantos reproches se pudiera y golpeaba el volante del auto. 

—¿Por qué no me dijiste el propósito del viaje? —preguntó mi mamá

—¿Tengo que informarte de todo? Si yo digo que a las 7:30 de la mañana tienen que estar listas ¡Es porque tienen que estar! —gritó mi padre mientras golpea el volante

—Papá...

—¡Cállate Alanna! —interrumpió de golpe —Cállate, porque si te suelto una bofetada ahorita no respondo. El simple hecho de escuchar tu voz me irrita y me pone de malas.

Mi corazón se entristeció. Quedé en silencio, me puse mis audífonos y subí todo el volumen de mi música, el ruiseñor estaba en mis piernas y me miró. Yo agache mi mirada hacia él y le sonreí pero de mi cayó una lágrima golpeando en su pico.

No entendía que había pasado ese día, nuevamente me sentía cansada pero ahora mi corazón sentía coraje. Coraje por la persona que se decía ser mi padre.

Mi viaje se volvió amargo, mi cara lo decía todo, estaba enojada, molesta y cansada.

Aquel día comprendí, que esto estaba hecho polvo y que no había manera de repararlo.

Aquel día dejé de soñar con una familia.

Aquel día mis recuerdos se esfumaron.

Aquel día, perdí la esperanza.

Aquel día fue un viaje inolvidable.

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