Sofía
La mañana comienza como cualquier otra, pero hay algo en el aire que me hace sentir como si estuviera a punto de descubrir algo que cambiará todo. Alexander no es simplemente mi jefe. Es algo más complicado, más peligroso de lo que había imaginado. La cercanía que hemos compartido en los últimos días ha comenzado a afectarme de maneras que no puedo ignorar, pero eso no es lo que realmente me inquieta ahora.
Lo que me tiene inquieta es el contrato.
Desde que lo firmé, he seguido las reglas al pie de la letra. He mantenido la distancia profesional, he cumplido con mis tareas, he jugado el juego de ser la asistente perfecta. Pero algo no encaja, y hoy siento que por fin voy a descubrir por qué.
Mientras revisaba algunos papeles en el archivo, me encontré con algo que no debería haber visto: una copia del contrato, el mismo contrato que firmé. En la última página, más allá de las cláusulas que me parecían ordinarias, había algo que no estaba allí la primera vez que lo leí. Una pequeña cláusula adicional, escrita en tinta más pequeña, que ni siquiera había notado.
Mi corazón late más rápido cuando leo las palabras en la página. “Confidencialidad absoluta sobre los asuntos privados del empleador. Cualquier violación de esta cláusula resultará en consecuencias que no pueden ser descritas sin poner en riesgo la seguridad personal del firmante.”
El frío me recorre la espalda. No es solo un asunto legal; es algo mucho más oscuro. Hay algo en ese contrato que Alexander ha mantenido oculto, algo que podría destruir todo lo que he construido, o peor aún, podría destruirme a mí.
Cierro el contrato y lo dejo en mi escritorio, sintiendo la urgencia de hacer algo al respecto. No puedo dejar que esto pase desapercibido. Mi mente corre, buscando respuestas, pero cada vez que intento entenderlo, las piezas parecen encajar con más dificultad. La realidad es que me siento atrapada, atrapada en algo mucho más grande de lo que imaginaba.
Cuando Alexander entra en la oficina, me sobresalto. No esperaba que llegara tan pronto, y el hecho de que esté aquí, tan cerca de mí, me provoca un nudo en el estómago. Mi respiración se hace más rápida, pero me esfuerzo por mantener la calma.
“¿Te encuentras bien, Sofía?” Su voz es suave, pero hay algo en ella que me hace pensar que sabe que algo está pasando. Algo ha cambiado entre nosotros, y lo noto en cada palabra, en cada gesto.
“Sí, todo bien.” Respondo, aunque mi voz traiciona mi nerviosismo. No sé si lo hace intencionalmente, pero su mirada se clava en mí con una intensidad que me hace sentir vulnerable. Siento que está tratando de leerme, de descifrar qué pasa por mi cabeza, y me resulta casi insoportable.
“¿Estás segura?” Pregunta, acercándose a mi escritorio con paso lento, calculado, como si supiera que cada movimiento tiene un impacto.
Asiento con la cabeza, sin confiarme demasiado. La tensión entre nosotros ha aumentado, pero hay algo más, algo en lo que no puedo dejar de pensar. La confidencialidad del contrato. El secreto que guarda, algo que me hace preguntarme si he estado demasiado ciega hasta ahora.
Cuando él se detiene a mi lado, el aire se vuelve más denso. Puedo sentir su presencia de una forma más intensa, casi opresiva. No es solo su proximidad física, es la manera en que está aquí, observándome con esa mirada que me desarma.
“Necesito que termines con esto, Sofía.” Su tono es firme, pero con una capa de suavidad que me desconcierta aún más. ¿Por qué me habla así? Como si estuviera probando algo, midiendo algo dentro de mí.
“Claro,” respondo automáticamente, tratando de desviar mi mente del contrato, de lo que acabo de descubrir. Pero la inquietud sigue creciendo. ¿Qué tipo de consecuencias está mencionando esa cláusula? ¿Qué es lo que realmente está en juego aquí? El miedo se mezcla con la curiosidad, y la combinación de ambos me hace dudar de todo lo que sé hasta ahora.
“¿Sabías que la confidencialidad es la clave en este trabajo?” Alexander me pregunta, su voz baja, casi como un susurro. Estoy tan cerca de él que puedo oír la vibración de sus palabras, sentir su cercanía como un peso sobre mis hombros.
“Lo sabía,” digo, aunque mis palabras no suenan tan firmes como debería. Algo en su tono me pone a la defensiva, y mi corazón late con fuerza, no solo por la proximidad de su cuerpo, sino por lo que esas palabras realmente significan.
“Entonces sabes lo que eso implica.” Su mirada se vuelve aún más intensa, y por un momento, tengo la sensación de que está tocando algo más allá de las palabras. Está tocando algo que yo aún no entiendo completamente, pero que empieza a darme miedo.
“Sí,” respondo, sin estar completamente segura de lo que significa. Pero lo que siento es real: la atmósfera entre nosotros se ha cargado de una tensión palpable, de algo que no se puede ignorar. La atracción sigue ahí, pero ahora se mezcla con una nueva sensación: el miedo.
Su mano roza la mía de manera casi imperceptible, pero el contacto es suficiente para hacerme sentir la electricidad que recorre mi piel. La conexión entre nosotros está cambiando, y yo no sé si estoy preparada para lo que viene.
Alexander se aleja de mi escritorio y comienza a caminar hacia la ventana. Su figura recortada contra la luz del sol que entra por los ventanales es poderosa, casi inalcanzable. No puedo dejar de mirarlo. No puedo dejar de preguntarme qué es lo que está ocultando, lo que está manteniendo tan cuidadosamente en secreto.
“Hay cosas que no puedes entender todavía, Sofía,” dice, sin voltearse. Sus palabras me perforan como cuchillos, y una parte de mí sabe que es cierto. Pero otra parte de mí, la parte que aún no ha sido destruida por la confusión, me dice que tengo que saber. Tengo que descubrir la verdad.
Él me está dejando en suspense, y eso es lo que más me aterra. Sé que hay algo que no he visto, algo que está más allá de lo que mis ojos pueden captar.
Y entonces, el golpe de la realidad me llega. No puedo continuar en esta ignorancia. Mi decisión es clara, pero también aterradora. Debo tomar una decisión: seguir aquí, seguir con este trabajo, con este hombre y todo lo que viene con él… o alejarme antes de que sea demasiado tarde.
Con cada segundo que pasa, sé que el tiempo para decidir se está agotando.
“Te necesito, Sofía.” Es lo último que dice antes de salir de la oficina, dejando el peso de sus palabras en el aire, pesado, abrumador.
Y por primera vez, me doy cuenta de que el secreto no es solo de él. Ahora, también es mío.
El aire en la oficina de Alexander se sentía denso, cargado de algo invisible pero innegable. Mi corazón latía con fuerza mientras deslizaba mis dedos sobre la superficie del contrato que había firmado días atrás. Ahora, con la información que acababa de descubrir, cada palabra escrita en ese documento parecía gritarme algo que en su momento no supe leer.
Mi trabajo no era solo ser su secretaria.
Había algo más, algo que iba más allá de los horarios estrictos, las tareas administrativas y la interminable lista de normas que debía seguir. Había una razón por la que me había elegido, y aunque aún no podía descifrarlo del todo, sabía que la clave estaba en ese contrato.
—Sofía —la voz de Alexander me sacó de mi ensimismamiento. Estaba de pie, en el umbral de su oficina, con su presencia imponente y su mirada afilada analizándome con precisión quirúrgica—. ¿Algún problema con el contrato?
Tragué saliva, sintiéndome atrapada. No era miedo exactamente lo que sentía, pero sí una sensación de alerta que me recorría la piel como una corriente eléctrica. Me aclaré la garganta y forcé una sonrisa.
—No… solo estaba revisando algunos detalles —respondí con calma, aunque la tensión en mi espalda delataba mi nerviosismo.
Él avanzó lentamente hasta quedar a mi lado. La cercanía entre nosotros era casi sofocante. Pude percibir su fragancia, una mezcla de madera y especias que se me antojaba peligrosa y adictiva al mismo tiempo.
—No deberías preocuparte por los detalles —murmuró, con una media sonrisa que no ocultaba el matiz de advertencia en su tono—. Todo está en orden.
Quise creerle, pero algo dentro de mí gritaba que debía indagar más.
Cuando la jornada laboral llegó a su fin, tomé mis cosas y me dirigí al ascensor. Pero justo antes de que las puertas se cerraran, una mano firme las detuvo.
Alexander.
Entró sin invitarse y presionó un botón. No era el del lobby. No tenía idea de a dónde íbamos, pero su expresión no dejaba espacio para preguntas.
El ascensor se detuvo en un piso que no conocía. Al salir, me encontré en una sala elegante, con ventanales que mostraban una vista impresionante de la ciudad. Un espacio privado, lejos del bullicio de la oficina.
—Quiero que entiendas algo, Sofía —su voz era un susurro grave, peligroso—. No todo lo que ves es lo que parece. Y no todo lo que sientes es algo que deberías seguir.
Su proximidad hacía que mi respiración se volviera errática. Quería responderle, desafiarlo, pero algo en su mirada me advertía que cualquier palabra de más podría cambiarlo todo.
—¿Por qué me elegiste para este trabajo? —pregunté al fin, rompiendo el silencio denso entre nosotros.
Él se quedó en silencio un momento, como si estuviera decidiendo cuánta verdad podía revelarme.
—Porque sabía que no podrías resistirte —respondió con una seguridad devastadora—. Y porque yo tampoco puedo hacerlo.
El peso de sus palabras cayó sobre mí como una tormenta.
La verdadera pregunta era si estaba dispuesta a descubrir hasta dónde llegaba este camino… y qué tan lejos me llevaría Alexander Hawke.
SofíaCasi no puedo creerlo. Estoy parada frente a una puerta que parece de otro mundo, tan grande, tan sólida. Mis manos, que hace apenas unos minutos estaban sudando de nerviosismo, se sienten frías ahora, aunque mi cuerpo se estremece con la ansiedad. La oficina de Alexander Hawke es un reflejo de su poder: moderna, elegante y tan controlada como el hombre que me espera dentro.Alzo la mano, tocando la fría manilla de la puerta, y respiro hondo. A pesar de todo lo que he leído sobre él, lo que he escuchado en los pasillos, nada me prepara para lo que estoy a punto de enfrentar. Mi corazón late a un ritmo acelerado, pero mi mente se mantiene firme. Esta es mi oportunidad. No puedo dejarla escapar.La puerta se abre sin esfuerzo, como si estuviera esperando que yo la atravesara. Y lo hago. Al entrar, mi vista se ve atrapada por el gran ventanal que domina la pared opuesta. Desde aquí, la ciudad parece más pequeña, más distante. La oficina está decorada con un gusto impecable: muebles
AlexanderLa puerta de mi oficina se cierra con un sonido suave, pero el eco resuena en mi cabeza, marcando el comienzo de algo que ya no tiene marcha atrás. Sofía ha firmado el contrato. La veo desde mi escritorio, observando cómo camina hacia la salida, y no puedo evitar que una pequeña sonrisa se curve en mis labios. No es una sonrisa de satisfacción, sino de una certeza oscura. Esta mujer no tiene ni idea de lo que acaba de aceptar.Mientras la observo alejarse, una mezcla de excitación y desafío se enreda en mi pecho. Sofía Moretti ha entrado en mi mundo. Un mundo que está más allá de lo que cualquier persona, incluida ella, podría comprender en este momento. La cláusula en ese contrato no es solo un formalismo, es una sentencia. Ella no está aquí por casualidad, y yo no soy el tipo de hombre que deja las cosas al azar.Lo que acaba de firmar la vincula a mi vida de una manera que ni ella ni yo podemos prever completamente. Sé que lo está sintiendo, aunque no lo admita. Ese aire
SofíaLa primera semana fue un torbellino. Alexander Hawke no era solo el jefe; era un enigma, una presencia aplastante que lo dominaba todo a su alrededor, y yo… yo era solo una pieza en su complicado tablero. Mi mente intentaba racionalizar las cosas, pero mis emociones se desbordaban con cada mirada, cada gesto suyo. Había algo en él que me atraía como un imán, pero también me repelía. Me decía a mí misma que no podía dejarme llevar por esa atracción, que debía concentrarme en mi trabajo y no en la peligrosa tentación que se encontraba a solo unos metros de mí.El despacho de Alexander estaba tan frío y ordenado como él. Cada detalle parecía meticulosamente calculado, desde los papeles perfectamente alineados hasta las esculturas modernas que adornaban las mesas. Cada vez que entraba en esa oficina, sentía que algo en el aire se volvía más denso, más pesado. Mis pasos sonaban en el suelo de mármol como un recordatorio constante de lo pequeño que era mi lugar aquí.Hoy, al igual que
AlexanderMantuve la mirada fija en el teléfono, pero mis pensamientos estaban en otro lugar. Aquel maldito mensaje de Sofía todavía resonaba en mi cabeza, como una vibración molesta que no se detenía. Estaba decididamente fuera de lugar, en ese momento en que todo en mi vida parecía estar bajo control. Todo… menos ella.El día había comenzado con la frialdad que caracterizaba mis mañanas, con una rutina que me daba seguridad. Pero desde que la vi entrar en la oficina aquella mañana, todo comenzó a tambalear. La había observado mientras tomaba su asiento en su escritorio, esa pequeña sonrisa nerviosa que siempre se dibujaba en sus labios cuando nuestros ojos s