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Sofía

La primera semana fue un torbellino. Alexander Hawke no era solo el jefe; era un enigma, una presencia aplastante que lo dominaba todo a su alrededor, y yo… yo era solo una pieza en su complicado tablero. Mi mente intentaba racionalizar las cosas, pero mis emociones se desbordaban con cada mirada, cada gesto suyo. Había algo en él que me atraía como un imán, pero también me repelía. Me decía a mí misma que no podía dejarme llevar por esa atracción, que debía concentrarme en mi trabajo y no en la peligrosa tentación que se encontraba a solo unos metros de mí.

El despacho de Alexander estaba tan frío y ordenado como él. Cada detalle parecía meticulosamente calculado, desde los papeles perfectamente alineados hasta las esculturas modernas que adornaban las mesas. Cada vez que entraba en esa oficina, sentía que algo en el aire se volvía más denso, más pesado. Mis pasos sonaban en el suelo de mármol como un recordatorio constante de lo pequeño que era mi lugar aquí.

Hoy, al igual que el resto de la semana, me encontraba trabajando frente a mi computadora, tratando de no pensar en los ojos oscuros de Alexander que me observaban desde su escritorio, a pesar de que no lo mirara directamente. Cada vez que hablaba, su voz grave y controlada me hacía sentir como si todo mi ser fuera absorbido por su presencia.

"¿Sofía?" Su voz me hizo saltar, y levanté la vista, encontrándome con su mirada. Ese destello oscuro que siempre me dejaba sin aliento estaba allí, más intenso que nunca. “¿Está todo bien con el informe que te pedí?”

Intenté mantener la compostura. Sabía que debía ser profesional, pero mi corazón latía con fuerza, y mis manos temblaban ligeramente mientras cerraba la ventana del informe en mi pantalla. "Sí, señor. Todo está en orden."

Alexander no respondió de inmediato. Su mirada se mantenía fija en mí, observándome como si estuviera evaluando cada palabra, cada movimiento. El silencio se alargó, y mi mente comenzó a acelerar, atrapada entre la necesidad de escapar de su intensidad y la absurda curiosidad que despertaba en mí.

"Bueno, si necesitas algo más, estaré en la sala de juntas", dijo, y la forma en que lo dijo, tan cargada de significado, me hizo sentir como si algo estuviera a punto de estallar entre nosotros.

Asentí con rapidez, intentando mantener el control de mis emociones. Mientras él salía, mis pensamientos se dispersaron en mil direcciones. No puedes seguir así, Sofía. Este juego con él te destruirá. Pero por alguna razón, esa advertencia no me tranquilizaba. Era como si estuviera más allá de mi control, atrapada en una corriente que me arrastraba sin piedad.

La tarde pasó lentamente, las horas parecían arrastrarse en ese ambiente denso y cargado de tensión. Finalmente, el día de trabajo llegó a su fin, pero no pude dejar de pensar en él. En su forma de moverse, de hablar, de mirar. Cada gesto suyo parecía intencional, diseñado para desarmarme poco a poco.

Esa noche, un evento de trabajo me obligó a ponerme en un vestido elegante, uno que había elegido cuidadosamente, tratando de ser profesional pero sin dejar de lado mi feminidad. No era la primera vez que asistía a este tipo de eventos, pero esta vez todo se sentía diferente. Sabía que él estaría allí, y la idea de estar cerca de él en un entorno social me ponía nerviosa. La presión se había acumulado durante días, y ahora, al saber que iba a estar a su lado, sentía que mi mente no podía enfocarse en nada más.

Llegué al evento con una sonrisa cordial y una actitud profesional. Sabía cómo moverme en estos ambientes, cómo ser cautelosa, cómo mantener las distancias. Pero desde el momento en que Alexander apareció en la sala, con su porte impecable y esa presencia que me hacía sentir como una hormiga frente a un gigante, no pude evitar que mi atención se centrara en él.

Él caminaba entre los invitados con una confianza tan natural que parecía que el mundo entero giraba a su alrededor. Sus ojos, tan profundos, recorrían la sala sin perderse en nadie, hasta que, de repente, se detuvieron en mí.

Mis piernas temblaron al instante. No pude apartar la mirada. La forma en que me observaba, con esa intensidad ardiente, me hacía sentir vulnerable y expuesta. Como si supiera exactamente lo que me estaba pasando, lo que no podía dejar de pensar.

De alguna manera, nuestros caminos se cruzaron en medio de la sala. El sonido de la música y las conversaciones se desvanecieron, y todo lo que pude oír fue mi respiración acelerada. No me dijo nada al principio. No necesitaba hacerlo. Su presencia lo decía todo. Era como si el aire entre nosotros se hubiera vuelto más espeso, como si nuestras respiraciones se sincronizaran sin esfuerzo.

“¿Estás disfrutando de la velada, Sofía?” Su voz fue un susurro en mis oídos, pero suficientemente fuerte como para que el calor se acumulase en mi cuerpo. La cercanía de su voz, su proximidad, me hicieron olvidar por un momento dónde estaba.

Mi mente luchaba por encontrar una respuesta profesional, por mantener el control de la situación, pero mis palabras salieron en un suspiro. “Sí… sí, claro.”

La sonrisa que se dibujó en su rostro no era la misma de siempre, no la sonrisa fría y distante de la oficina. Esta era algo más peligrosa, como si supiera exactamente lo que me estaba sucediendo, como si estuviera disfrutando de cada segundo de mi desconcierto. Y yo lo odiaba… y lo deseaba con cada fibra de mi ser.

"¿Estás segura de que todo está bien, Sofía? Porque parece que estás un poco... distraída." La forma en que lo dijo, tan cargada de doble sentido, hizo que mi pulso se acelerara.

“Lo estoy, señor Hawke,” respondí, mi voz un poco más tensa de lo que hubiera querido.

Él se acercó aún más, lo suficiente para que sus dedos rozaran mi brazo al ajustarse a mi lado, y el contacto fue como una descarga eléctrica. Mi cuerpo reaccionó de inmediato, un calor que comenzó a expandirse por mis venas. Intenté controlar mi respiración, pero era inútil. Mis pensamientos se dispersaban cada vez más mientras su presencia me invadía.

"Me gustaría pensar que sabes lo que estás haciendo, Sofía," susurró, sus labios apenas a unos centímetros de mi oído. "Pero me temo que, como todos los demás, estás demasiado cerca del abismo para verlo."

¿El abismo? ¿A qué se refería? Mi mente no podía procesar todo, pero lo que sí sabía era que estaba completamente perdida, completamente atrapada. Mi lucha interna era feroz, pero el deseo que sentía por él, esa necesidad inexplicable de estar más cerca, era aún más fuerte.

Antes de que pudiera contestar, él dio un paso atrás, dejando el aire frío entre nosotros. "Nos vemos pronto, Sofía," dijo con una sonrisa enigmática, dejándome con el corazón latiendo con fuerza y una pregunta que me atormentaba: ¿Cómo podía resistirlo cuando todo en mí gritaba que lo deseaba?

Y, por primera vez, me di cuenta de que ya no estaba segura de querer resistir.

Mis pasos vacilaron mientras lo observaba alejarse. Mi corazón seguía acelerado, mi respiración un poco más rápida de lo que debía ser en un evento tan formal. Todo mi cuerpo estaba en tensión, y la distancia entre Alexander y yo nunca había sido tan palpable, como si hubiera algo invisible que nos uniera y nos separara al mismo tiempo. Intenté centrarme en la multitud, pero sus ojos, esa sonrisa suya que había sido tan enigmática, seguían presentes en mi mente.

Me obligué a girar, a respirar hondo, y a buscar un punto focal en la sala para calmarme. Pero la sensación de estar bajo su mirada, aunque él estuviera en otro extremo de la habitación, no desaparecía. Esto no es normal, pensé. Es solo un hombre. Solo tu jefe. Y no puedes permitirte este tipo de pensamientos, Sofía.

Sin embargo, no podía evitarlo. El magnetismo que emanaba de Alexander era innegable, y me encontraba atrapada en su órbita sin quererlo. Algo en su presencia, en su forma de hablar y moverse, encendía algo dentro de mí que no podía controlar, ni quería. O al menos, esa era la lucha que libraba con mis propios pensamientos. Intenté distraerme, hablando con algunos compañeros de trabajo, pero la atmósfera estaba cargada de una tensión tan palpable que ni siquiera el ruido de la fiesta podía disiparla.

Cada vez que miraba hacia donde él estaba, Alexander parecía estar rodeado de personas, pero su atención, aunque distante, parecía estar fija en mí. Sentí esa conexión invisible como un tirón en el pecho. Sabía que no debía seguir alimentando esa atracción, pero no podía evitarlo. Cada vez que estaba cerca de él, cada vez que su voz grave rozaba mi oído o sus ojos se fijaban en los míos, una chispa se encendía dentro de mí.

La noche pasó lentamente, pero la sensación de ser observada por él se mantuvo durante todo el evento. Finalmente, cuando todo comenzó a desvanecerse y la multitud se dispersó, mis pensamientos seguían centrados en él. No podía dejar de pensar en la forma en que su cercanía me afectaba, en la forma en que su control absoluto sobre la situación era tan evidente.

Volvía a mi apartamento esa noche, y aunque el cansancio me pesaba, algo dentro de mí me mantenía alerta, despierta, esperando algo que sabía que no debía desear. Cuando llegué a mi casa, me dejé caer en el sofá, y de repente, el silencio me envolvió con su peso. La calma de la soledad no ayudaba a disipar la tormenta interna que sentía. Sabía que me estaba metiendo en algo peligroso.

El sonido de mi teléfono rompió el silencio, y mi pulso se aceleró al ver que era un mensaje de Alexander. ¿Qué demonios quiere ahora? pensé. De alguna forma, me encontraba esperando que algo así sucediera, aunque al mismo tiempo me aterraba la idea de interactuar con él fuera de los límites del trabajo.

La pantalla mostró su nombre. Con una mezcla de nervios y curiosidad, tomé el teléfono y abrí el mensaje.

"Espero que hayas disfrutado del evento, Sofía. A veces, las tensiones entre nosotros pueden ser... ineludibles. No lo ignores, te lo aseguro."

Mi respiración se detuvo por un momento. ¿Qué quería decir con eso? Era una amenaza velada o solo una advertencia de algo que él ya sabía que ocurriría, como si todo estuviera planeado con antelación, como si ya hubiera leído mi mente. Mi cuerpo reaccionó involuntariamente, y una ola de calor me invadió, como si mi piel fuera sensible a su presencia aún a través de una pantalla.

No pienses en eso. La voz de mi conciencia me urgía, pero no podía evitarlo. Este hombre tiene el poder de destruirme o salvarme, y aún no sé cuál de las dos opciones prefiero.

Mi mente daba vueltas, debatiéndose entre lo que debía hacer y lo que realmente quería hacer. ¿Sería prudente ignorar sus insinuaciones, mantenerme en mi lugar? O, por el contrario, ¿debería ceder a esa atracción peligrosa, descubrir lo que sucedería si cruzaba esa línea? No, no lo hagas, Sofía. Me lo repetía a mí misma como un mantra, pero algo en mi interior me decía que ya estaba demasiado cerca del borde como para retroceder.

Pasaron unos minutos antes de que pudiera responder. Finalmente, me decidí, tomé el teléfono y escribí con rapidez, tratando de controlar mi respiración y mis pensamientos.

"No sé qué quieres decir con eso, pero espero que no sea una amenaza, Alexander. Nos vemos en la oficina."

Al enviar el mensaje, sentí una extraña mezcla de alivio y temor. La incertidumbre de no saber cómo iba a reaccionar me mantenía inquieta. Al mismo tiempo, sabía que esto era solo el comienzo. Ya nada sería como antes.

Esa noche no pude dormir bien. Mi mente daba vueltas y vueltas, sobre él, sobre mí, sobre lo que habíamos hecho y lo que iba a suceder. El teléfono volvió a vibrar en la madrugada, pero no me atreví a mirarlo. Al final, me rendí al sueño, pero incluso en mi descanso, la sensación de estar atrapada en su mundo me perseguía.

Cuando llegó el día siguiente, el aire en la oficina era pesado. Algo había cambiado, y aunque no sabía qué exactamente, mi piel lo sentía. El primer encuentro del día fue con él, en su despacho. No había miradas furtivas ni palabras vacías. Nos saludamos como dos extraños, como si todo lo sucedido la noche anterior nunca hubiera tenido lugar.

"¿Tienes algo que me quieras decir, Sofía?" La voz de Alexander rompió el silencio mientras me sentaba frente a él, su mirada fija y penetrante como siempre. Su tono no era tan distante como en el pasado, pero tampoco lo suficientemente cercano como para que fuera algo más que profesional.

"Lo que sucedió anoche..." comencé, pero me detuve al ver la forma en que sus labios se curvaban en una leve sonrisa.

"Anoche no pasó nada, Sofía. Pero si piensas que no he notado la tensión entre nosotros, estás equivocada." Su voz era baja, apenas audible, pero con una carga que me hizo estremecerme.

Lo que sentí no fue miedo, ni ansiedad. Fue una mezcla de algo más. ¿Deseo? ¿Peligro? ¿Ambos? Sin embargo, mi mente continuaba luchando contra esos pensamientos. No pienses en él. No pienses en lo que está pasando entre ustedes.

Pero mis pensamientos ya estaban fuera de mi control.

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