Mi corazón comienza a latir rápidamente, como si anhelara recordarme su presencia en la escena. Luego de tomarme un par de segundos para respirar hondo con la vista clavada en el suelo del oscuro pasillo, me volteo hacia la cama.
Alcanzo a ver poco: solo sombras y leves formas. Me siento incómoda y quizás avergonzada ya que parezco cumplir el papel de husmear el interior de una habitación ajena desde afuera a través de un vidrio opaco, como si invadiera alguna privacidad.
Yo no debía estar aquí, no en su cuarto, no sin su permiso.
Tal como ocurrió cuando me inserté por primera vez en esta penumbra, tengo que forzar la vista nuevamente para notar algo, pero no llego a hacerlo, ya que una luz se enciende de repente y mis ojos se cierran de forma involuntaria, temiendo cegarse.
Cuando vuelvo a abrirlos, me encuentro con un Rafael incorporándose en la cama tras haber alargado el braz
Siento que el mundo se me ha caído a los pies y no es por la noticia en sí que se me genera esa sensación tan desesperante en el pecho. Es mi silencio. Su mirada busca hacerme entender la seriedad del asunto, las consecuencias que puede tener y el cambio que puede generarme. Parece como si de alguna manera intentara volverme consciente del significado de sus palabras. Pero lo cierto es que yo me he quedado completamente muda. Estoy pensando tantas cosas a la vez, tantas decenas de imágenes repletas de recuerdos pasan frente a mis ojos en un instante que siento que el tiempo se me va. El tiempo avanza y tengo tanto para procesar que no puedo siquiera abrir la boca. Tengo ganas de gritar, pero me he quedado muda. Debo hablar ya o será tarde luego, pero se me acabaron las palabras. Y en ese tumulto emocional donde mi mente no para de gritarme “¡Reacciona ya!” y tragando saliva con dolor es cuando me obligo a aceptar que no lograré decir nada. Me he bloqu
—¿Emily? No llega a transcurrir ni un minuto luego del cierre de la puerta del asiento trasero donde se ha subido mi hermano que el auto comienza a moverse y desaparece de mi vista. Vuelvo a mirar mi teléfono, con el mensaje sin enviar a Marco aun en su pantalla. Él ya no está en línea. Estoy completamente en blanco. No sé qué pensar ni mucho menos hacer. ¿Qué era ese auto? ¿Quién estaba al volante y por qué le quitó el teléfono? ¿Por qué mi hermano se subió si supuestamente iba a ver a Samira como siempre? ¿Y qué hacía Marco en la vereda del edificio de Rafael a varios minutos de haberme dejado? ¿Lo acaban de secuestrar? Y en ese caso, ¿quién se sube sin uso de la fuerza en el vehículo de su secuestrador? —No entiendo. ¿Qué pasa? Dice Rafael a mi espalda, y el tono de voz es muy elevado en contraste con la de mi mente, por lo que esta se disuelve al instante, cediendo el espacio. —Me quedé atontada mirando la calle en la tormenta. —No
—Marco.Mi hermano ha apoyado los codos en sus rodillas y unido sus manos, como si estas pactaran un trato entre ellas. Aquellas manos también son el sostén de su cabeza, la cual incluye un rostro cuya mirada se encuentra perdida en la textura cuerina de la espalda del asiento que se extiende delante de él.Sus ojos no transmiten nada. Está completamente apagado.—Marco, habla ahora que estamos solos. ¿Qué te hicieron? ¿Quiénes son?Él no dice nada. Tan solo se limita a mirar de forma rápida a la vereda (desde donde aquel extraño me arrojó al interior del vehículo) y devuelve su vista a su ubicación anterior, apagándose otra vez.Miro por la ventanilla, hacia la dirección donde Marco miró y lo veo. Va vestido de negro. Un abrigo de traje lo cubre hasta el mentón, permaneciendo su cuello oculto detrás de la
El silencio que se ha producido se vuelve incómodo por un momento. Marco respira agitado, con su pecho elevándose y descendiendo con brusquedad. Su cara tiembla. Siento que va a explotar de rabia. —¿Que no se me ocurra qué? Pregunta mi padre en un tono cínico, elevando la ceja al pronunciar la última palabra. La mirada que dirige hacia Marco me estremece. —Tomás, déjalo en paz —murmura mi madre, intentando esquivar los ojos de su esposo, como si se arrepintiera de abrir la boca. Él la ignora y finalmente la suelta. —¿Qué dijiste, chico? —vuelve a insistir, encaminándose hacia mi hermano. De forma muy repentina y sin dejarme reaccionar, lo toma de la tela de la remera, estirándola y le da un empujón hacia la puerta, provocando que la espalda de su hijo se estampe contra aquella dura superficie. Si normalmente eso hubiera sido doloroso, no imagino lo que debe ser luego de las lastimaduras de paliza que tiene mi hermano encima, cuyo rostr
Es la ausencia de luces de sol lo que me da indicio de que ha anochecido. Siquiera sé cuánto tiempo llevo aquí encerrada. El aburrimiento y la soledad han hecho que apenas me mueva de la cama, quedándome dormida en repetidas ocasiones a diferentes horas del mismo día. Marco no vino jamás, pretender que lo hiciera fue una tontería.Con un leve quejido tomo asiento en el colchón y me froto los ojos. Por alguna razón, dormir me ha cansado más de lo que ya estaba. Siento como si tuviera resaca. Me pongo de pie y me aproximo a la puerta, pretendiendo salir justo en el preciso instante en el que oigo una puerta cerrarse. No alcanzo a cerrar la mía del todo. Se queda abierta en un ángulo muy pequeño por donde apenas cabría una mano.Oigo unos pasos acercándose, cuyo ruido me da a entender que son las pisadas de alguien cuyo calzado no es de entrecasa seguro. Me alejo un po
—Lo que te voy a contar puede ser bastante…abrumador —dice tras llevar ambas bandejas a su escritorio.—Ya no sé qué esperar a estas alturas.Por más que finja que todo está controlado para que así logre soltarse y de una vez por todas acabar con este enigma, en el fondo, estoy aterrada. Él se frota los ojos con fuerza y golpea su puño derecho contra la palma izquierda tras sonarse los dedos. Finalmente, se sienta. Está demasiado ansioso. En cualquier momento puede echarse hacia atrás.—Asumo que es sobre papá, ¿no?—Sí, no solo él.Murmura en voz baja y no para de cambiar la dirección de su mirada de un lado a otro, evitando a toda costa que se cruce con la mía. No quiero presionarlo, por lo que permanezco en silencio varios minutos, dándole tiempo, hasta que finalmente rompe el hielo.—Y
Marco deja la puerta abierta tras de sí y desaparece. Yo me he quedado muda.Me pongo de pie y salgo al balcón de su habitación, el cual es idéntico al mío, pero a la inversa. La puerta del balcón se abre del lado derecho de la cama en vez del izquierdo y el baño se encuentra también al revés.Abajo, los guardias están aburridos. No hay nada que hacer: nadie entra y nadie sale. Solo vigilan el perímetro y hablan entre ellos a un metro de distancia. Uno de ellos me ve de casualidad al levantar la vista y se espanta, parándose en un santiamén de la hamaca de metal (en el cual supongo que descansaba las piernas lejos de la vista de la familia) y volviéndose a su puesto. Lo que para ese sujeto puede ser un riesgo de perder su empleo, razón por la cual ahora debe estar carcomiéndose la cabeza pensando en si abriré la boca…para mi es una tonterí
En medio del atontamiento y la confusión que llevo encima, apenas logro musitar dos palabras.—¿Quién es?Me llevo la mano al rostro ya que se me nubla la vista. Se que me han respondido algo, pero no oigo nada. Me siento fatal, como si flotara entre las nubes de una realidad que no existe. Los psicólogos de seguro lo llamarían la etapa de la negación.Para cuando regreso la mirada a la puerta, la mucama ha desaparecido y mi hermano se acerca.—¿Llamo un médico?—Solo es shock —me limito a responder.—Deberías descansar. Si querés bajo a ver quién es y vuelvo a subir.Así que la chica no dijo quién era.—No.Me pongo de pie con dificultad, aunque me tiemblen las extremidades.—Emily…—Dame una mano y camina.Marco me ayuda y, tras tomar un sorbo de agua, no