—Marco.
Mi hermano ha apoyado los codos en sus rodillas y unido sus manos, como si estas pactaran un trato entre ellas. Aquellas manos también son el sostén de su cabeza, la cual incluye un rostro cuya mirada se encuentra perdida en la textura cuerina de la espalda del asiento que se extiende delante de él.
Sus ojos no transmiten nada. Está completamente apagado.
—Marco, habla ahora que estamos solos. ¿Qué te hicieron? ¿Quiénes son?
Él no dice nada. Tan solo se limita a mirar de forma rápida a la vereda (desde donde aquel extraño me arrojó al interior del vehículo) y devuelve su vista a su ubicación anterior, apagándose otra vez.
Miro por la ventanilla, hacia la dirección donde Marco miró y lo veo. Va vestido de negro. Un abrigo de traje lo cubre hasta el mentón, permaneciendo su cuello oculto detrás de la
El silencio que se ha producido se vuelve incómodo por un momento. Marco respira agitado, con su pecho elevándose y descendiendo con brusquedad. Su cara tiembla. Siento que va a explotar de rabia. —¿Que no se me ocurra qué? Pregunta mi padre en un tono cínico, elevando la ceja al pronunciar la última palabra. La mirada que dirige hacia Marco me estremece. —Tomás, déjalo en paz —murmura mi madre, intentando esquivar los ojos de su esposo, como si se arrepintiera de abrir la boca. Él la ignora y finalmente la suelta. —¿Qué dijiste, chico? —vuelve a insistir, encaminándose hacia mi hermano. De forma muy repentina y sin dejarme reaccionar, lo toma de la tela de la remera, estirándola y le da un empujón hacia la puerta, provocando que la espalda de su hijo se estampe contra aquella dura superficie. Si normalmente eso hubiera sido doloroso, no imagino lo que debe ser luego de las lastimaduras de paliza que tiene mi hermano encima, cuyo rostr
Es la ausencia de luces de sol lo que me da indicio de que ha anochecido. Siquiera sé cuánto tiempo llevo aquí encerrada. El aburrimiento y la soledad han hecho que apenas me mueva de la cama, quedándome dormida en repetidas ocasiones a diferentes horas del mismo día. Marco no vino jamás, pretender que lo hiciera fue una tontería.Con un leve quejido tomo asiento en el colchón y me froto los ojos. Por alguna razón, dormir me ha cansado más de lo que ya estaba. Siento como si tuviera resaca. Me pongo de pie y me aproximo a la puerta, pretendiendo salir justo en el preciso instante en el que oigo una puerta cerrarse. No alcanzo a cerrar la mía del todo. Se queda abierta en un ángulo muy pequeño por donde apenas cabría una mano.Oigo unos pasos acercándose, cuyo ruido me da a entender que son las pisadas de alguien cuyo calzado no es de entrecasa seguro. Me alejo un po
—Lo que te voy a contar puede ser bastante…abrumador —dice tras llevar ambas bandejas a su escritorio.—Ya no sé qué esperar a estas alturas.Por más que finja que todo está controlado para que así logre soltarse y de una vez por todas acabar con este enigma, en el fondo, estoy aterrada. Él se frota los ojos con fuerza y golpea su puño derecho contra la palma izquierda tras sonarse los dedos. Finalmente, se sienta. Está demasiado ansioso. En cualquier momento puede echarse hacia atrás.—Asumo que es sobre papá, ¿no?—Sí, no solo él.Murmura en voz baja y no para de cambiar la dirección de su mirada de un lado a otro, evitando a toda costa que se cruce con la mía. No quiero presionarlo, por lo que permanezco en silencio varios minutos, dándole tiempo, hasta que finalmente rompe el hielo.—Y
Marco deja la puerta abierta tras de sí y desaparece. Yo me he quedado muda.Me pongo de pie y salgo al balcón de su habitación, el cual es idéntico al mío, pero a la inversa. La puerta del balcón se abre del lado derecho de la cama en vez del izquierdo y el baño se encuentra también al revés.Abajo, los guardias están aburridos. No hay nada que hacer: nadie entra y nadie sale. Solo vigilan el perímetro y hablan entre ellos a un metro de distancia. Uno de ellos me ve de casualidad al levantar la vista y se espanta, parándose en un santiamén de la hamaca de metal (en el cual supongo que descansaba las piernas lejos de la vista de la familia) y volviéndose a su puesto. Lo que para ese sujeto puede ser un riesgo de perder su empleo, razón por la cual ahora debe estar carcomiéndose la cabeza pensando en si abriré la boca…para mi es una tonterí
En medio del atontamiento y la confusión que llevo encima, apenas logro musitar dos palabras.—¿Quién es?Me llevo la mano al rostro ya que se me nubla la vista. Se que me han respondido algo, pero no oigo nada. Me siento fatal, como si flotara entre las nubes de una realidad que no existe. Los psicólogos de seguro lo llamarían la etapa de la negación.Para cuando regreso la mirada a la puerta, la mucama ha desaparecido y mi hermano se acerca.—¿Llamo un médico?—Solo es shock —me limito a responder.—Deberías descansar. Si querés bajo a ver quién es y vuelvo a subir.Así que la chica no dijo quién era.—No.Me pongo de pie con dificultad, aunque me tiemblen las extremidades.—Emily…—Dame una mano y camina.Marco me ayuda y, tras tomar un sorbo de agua, no
El tiempo en el que se me genera un nudo en la garganta es inferior al lapso que necesita mi cabeza para entender lo que acaba de oír. Es extraño. Mi cuerpo reacciona antes que mi mente. —Hablé con él al mediodía. No tenía ningún boleto —exclamo ante las miradas de espera que me lanzan mi hermano y Samira. —¿Y qué hablaste exactamente? —pregunta Samira. —Me contó…sobre el supuesto viaje y que iba a intentar ir —hago una pausa. Ciertamente, me cuesta expresarme ahora mismo—. No sabe si quedarse aún o… —Pero te contó de la posibilidad —me interrumpe Samira, en un tono de impaciencia, como si no soportara mi ritmo lento de habla. —¿A dónde buscas llegar? —Pregunto en un tono desafiante y ella suspira. —¿Qué reacción tuviste cuando te dijo que quizá se quede allá? Miro a Marco como por reflejo, ya que es el único cómplice que tengo con respecto a este asunto. Él sabe todo, y su mirada, con los labios apretados y la mano en el mentó
Cuando salgo al pasillo, ella ya ha desaparecido y este se encuentra completamente vacío, casi en la penumbra, con tan solo la presencia de una tenue luz que siempre dejamos encendida para evitar torpezas que teníamos de pequeños con Marco.Cayendo algo tarde quizás y agradeciendo encontrarme en uno de los pocos rincones de la casa sin cámaras de seguridad, me meto el teléfono detrás del cinturón del pantalón y bajo mi remera sobre este. Los bolsillos de unos vaqueros serían muy obvios y visibles, más con el tamaño minúsculo de los mismos en los pantalones femeninos. La temperatura fría del artefacto me estremece al tocarme la piel de la cintura, por lo que me apresuro a meterme en mi propio cuarto y sacarlo de allí.Ya encontrándome dentro, cierro la puerta con llave y dejo únicamente encendida la luz del baño, cuya puerta está abierta.
La llamada con Analía no dura mucho más. Lo último que se asegura de hacer es decirme los detalles del vuelo de Rafael, tal como la fecha exacta, la hora, aeropuerto y sección de este por el que abordará. Se irá el domingo por el mediodía y hoy ya es viernes.Ser consciente de ello me genera una ansiedad que sé con certeza que no me permitirá conciliar el sueño mucho más. Y lo peor es que ahora en plena madrugada no puedo hablarle. Duerme como un oso, tal como dijo Analía.Lamentablemente el que no duerme como un oso es mi estómago, el cual no para de producir ruidos extraños y embarazosos, retorciéndose de hambre. Con lo cual decido bajar a comer algo, esperando que la casa se haya convertido en un desierto a causa de la hora.Tras esconder el teléfono nuevamente, abro la puerta de mi cuarto y antes de que me voltee para cerrarla me topo con una sombr