—No sé qué tanto te contó.
Dice mi hermano rascándose la frente luego de tomar asiento a los pies de mi cama, refiriéndose a Samira.
—¿Vas a decirme que no volviste a hablar con ella del tema? Los dejé solos cuando bajé.
—Si, pero…
Desciende la vista al acolchado tal como lo hacía Samira, detalle que me causa curiosidad.
—…este tema la incomoda. Tiene miedo.
—¿Miedo a qué?
Marco levanta la vista, observándome fijamente.
—A dos cosas, pero una principal. Le asusta que no estés de acuerdo con esto, porque le dolería no tener tu aprobación, y a la vez, habiendo tanta gente en su círculo, se sentiría humillada de tener algo justo con tu hermano. También le incomoda el hecho de que lo veas así…
—” Así”, ¿c&o
Los continuos semáforos en verde y la falta de tráfico hacen que el viaje hasta el hospital transcurra en un santiamén. Aun así, me las apaño para acercarme a recepción cinco minutos tarde, habiéndome quedado ese rato mirando la máquina expendedora con cara de hipnotizada y no sabiendo que comprar al ver que las galletas del otro día se acabaron.La práctica transcurre un poco más pesada que el día anterior. La paciente no solo no ha despertado del coma, sino que su cuadro se ha agravado. Médicos entran y salen como si la puerta fuera la de un banco por la mañana, incluso se chocan entre ellos. La familia de la paciente espera en el pasillo hace bastante rato. En determinado punto, se me obliga a abandonar la sala a mí también.Aquel hombre de unos cincuenta años y dos chicas de mi edad se congelan al verme salir de la habitación.—
Le digo a Marco que se puede ir, que lo llamaré y desciendo del vehículo. Este se mueve apenas Rafael llega a la vereda del edificio junto con los dos médicos. No sé si alcanza a ver a mi hermano en el volante, pero se gira levemente hacia el auto en movimiento, para luego depositar su mirada en mí.—Llegaste antes que yo, incluso.Emito una leve sonrisa, sin saber que decir al respecto.—La enfermera dijo que habías salido ya, así que vine directamente.El médico que lo ayuda por la derecha que tiene pelo enrulado y lleva un collar plateado por debajo del uniforme, nos mira a ambos antes de abrir la boca.—Deberíamos subir, le cuesta estar de pie.Asiento y me apresuro a sacar las llaves de mi mochila para abrir la puerta. Me aparto del camino, dejándolos pasar antes de mí, evitando así que esa puerta se cierre sobre ellos.—La
No puedo decir con certeza cuánto tiempo ha pasado. Su respiración está agitada, aunque un poco menos que cuando recién perdió el equilibrio. Siento sus manos en mi cadera, apenas pasando el cinturón de mi pantalón. El sudor que lleva en la frente hace que su pelo haya perdido su peinado habitual y se haya alborotado casi por completo. Este aspecto tan…fuera de forma que tiene me lleva a recuerdos compartidos bajo las sábanas que no puedo relatar.Tengo ambas manos en su pecho en una posición defensiva, producto de la sorpresa que me llevé cuando prácticamente cayó encima de mí. Su corazón es un tambor en percusión, a tal punto que los latidos vibran bajo la palma de mi mano.—Perdón.Murmura y es cuando automáticamente salgo del estado de tontera, sintiendo de forma repentina el dolor que me genera la presión del márm
—Hey. El tono de su voz se vuelve aún más delicado y suave. Aprovecho para escapar del momento incómodo de tenerlo observándome y me limpio la lágrima con el dorso de mi mano. Pero cuando ya no tengo otra salida, me veo obligada a mirarlo a los ojos nuevamente, encontrándome con una mirada que me pregunta qué ocurre sin tener que recurrir a las palabras. —Alergia. —¿Alergia? Pregunta, pero su cara es más bien de sentir que me estoy burlando de él. Nos quedamos mirando por un rato, como si fuera un concurso de quien aguanta sin parpadear. Finalmente, se me escapa una risa, que provoca que Rafael estalle en una carcajada la cual sospecho que venía soportando desde que dije la palabra alergia. —Vení, dame un abrazo alergia, que escuché que hoy en día se curan así. Y sin dejarme responder o reaccionar, el que me jala del brazo es él, hundiéndome en un abrazo cálido y espontáneo, en el cual mi mentón choca con su hombro y reposa allí un peq
Su primera reacción tras pocos segundos es echarse hacia atrás, y es ahí cuando mi mundo se desmorona. He cometido un error, y el primer paso para llegar a esta culminación tan desastrosa fue aceptar las llaves de Analía. ¿Qué hice? ¿En qué pensaba? ¿Quién era yo para él como para estás cercanías pese a no estar juntos fueran cómodas? ¿Qué fue lo que se me pasó por la cabeza al suponer que a él le agradaría mi presencia? ¿Por qué no detuve el impulso de besarlo apenas se sinceró conmigo por primera vez luego de nuestra ruptura? ¿Qué imagen acabo de dar? La de una chica que aprovechó su primer momento vulnerable para salirse con la suya. El ritmo de su respiración hace que su pecho suba y baje, ya no sé si por el ataque de pánico de hace un rato o… El hilo de mis pensamientos se corta cuando, de repente y sin previo aviso, me toma de la nuca, enredando sus dedos con mi pelo alborotado y me vuelve a besar. Ya no recuerdo ni en qué estaba pensando. No sé ni dond
No sé con certeza a qué se refiere con esa frase, y tampoco puedo preguntarle, puesto que del otro lado de la línea solo escucho los pitidos que indican que estoy sola en la llamada. Despego el móvil de mi oído y permanezco unos segundos mirando el dispositivo como si me hubiera desconectado de la realidad. —¿Qué pasó? La voz de Rafael me despierta del trance. Percatándome de mi estado, guardo el teléfono en mi bolsillo y me apresuro a tomar mi mochila. —Debería irme. —Pero ¿qué paso? Vuelve a preguntar, poniéndose de pie con dificultad y observándome extrañado. —No sé. Eso voy a averiguar. Mi hermano estaba hablando raro. —¿Sigue siendo un idiota?La impresión que se llevó Rafael de Marco no es precisamente una muy deseable, a decir verdad. —No, creo que no. De hecho, estuvo ayudándome a evitar a… No finalizo la frase, debido a la obviedad de esta. —¿Y confiás en ese patán? —Ese patán cambió.
Miro el camino que tengo enfrente y me confunde ver una ruta distinta a la habitual para ir a nuestro vecindario. Aquí hay muchos árboles, demasiados.—¿Qué es esto?Pregunto e instantáneamente veo un cartel en la carretera: “Reserva ecológica El Buho”. La carretera se achica y se vuelve de tierra, haciendo que frente a mí ya no vea camino vehicular por el que proseguir. Mi hermano hace una curva y se estaciona cerca de un mirador y desciende el vehículo.Estamos en una altura elevada de la ciudad, cuyo epicentro se aprecia completamente desde aquí. Un enrejado de madera bajo (que no supera mi rodilla) nos separa del precipicio, en cuyo borde se encuentra un catalejo apuntando hacia la vida urbana. Hay un extraño contraste entre naturaleza y urbe en este lugar.Tomo asiento en un banquito de madera en el cual ya se encuentra Marco, que ha descendido del veh&ia
El viento me golpea en la cara y hojas secas y otoñales se mueven en el suelo, chocándose con mis zapatos y sintiéndose como un mero roce. Ninguno de nosotros habla y no hay más sonido que el de la naturaleza. Los ruidos de la urbe no se oyen aquí.Tomo aire y miro a Marco, cuya mirada perdida en los troncos de los árboles finalmente encuentra un rumbo, apuntándome.La duda me carcome, mis sospechas sobre el son infinitas. Me siento culpable, pero…hay una posibilidad de que no esté de mi lado o que ahora se ponga del lado opuesto por su propio bien, para evitar los problemas, ya sea por miedo, cobardía o…simplemente fastidiarme, otra vez.¿Y si se lo menciono? ¿Y si lo afronto? Podría, sí, pero… ¿qué gano? ¿Muestro mi desconfianza y además le doy una idea? No tengo nada con que sobornarlo, sería completamente est&uacu