Matías.
He creado fama, dinero, incluso me he convertido en alguien temido con un solo propósito, sin dejar de tener en la mira a mi objetivo y aunque hubiera querido actuar antes, las circunstancias del destino me lo imposibilitaron.
Sin embargo; con los años he aprendido a ser un hombre paciente. Antes carecía de paciencia, pero decidí que jamás volvería a ser tan patético como el muchacho que fui una vez; ese iluso murió tras las rejas de esa cárcel, en el momento que tuvo que manchar sus manos de sangre, y todo gracias a esa condenada mujer que fue en parte la causante de mi tiempo en ese nefasto lugar. Ahora quiero disfrutar mi venganza, como un plato frío, que se saborea sin prisa.
Me regocija la idea de creer que ella sabe de mí, como he querido que todos sepan que soy: un hombre vanidoso, audaz, egocéntrico, jugador y mujeriego, pero sobre todo muy peligroso.
Tal vez estoy loco porque nadie quisiera tener tan mala fama y menos que el mundo suponga que tiene tantas cualidades que no son para nada positivas, pero curiosamente esto es lo que soy y lo que quiero ser.
«Pronto capricho mío; muy pronto te haré la vida un delicioso infierno» sentencié con ganas de tenerla de frente para ver cómo se convierte en una gelatina temblorosa, la canija, víbora ponzoñosa que donde pica mata. Me secó el corazón y durante años no he hecho más que pensarla, sin tener espacio para otra en mi mente, por más que lo he intentado.
Me acerqué el vaso a la boca y sentí cómo los cubitos de hielo se deslizaban hacia abajo hasta tocarme los labios. Como porciones de invierno, me refrescaron la boca justo antes de que el ardor del whisky escocés me golpeara la garganta y me abrazara desde dentro.
Moría por sentir ese ardor, ya que es lo único que me recuerda que sigo vivo.
Tobías debía haberse reunido conmigo casi quince minutos antes, pero ese cabrón no había aparecido. Probablemente, alguna preciosidad le había llamado la atención mientras venía de camino y, como siempre, se había desviado.
No podía culparle, pues, aunque no me enamore de nadie, porque tampoco me apetece, el que se enamora embrutece, pero debo reconocer que los cuerpos calientes son la mayor distracción de un hombre, tanto te chafan como te deleitan la vida.
Moviendo el vaso, para escuchar el sonido del hielo contra el cristal, miré el anillo negro que llevo en la mano derecha. Y sonreí pensando en cómo luché para llevar hoy en día una joya tan única que no me quitaba ni para respirar al igual que mi reloj. Para todos los demás, era simplemente un anillo. No tenía ni significado ni voz.
Pero en mi mundo, su significado estaba muy claro.
Siempre que salía al mundo normal, me preguntaba si alguien me reconocía por lo que realmente era: un matón oscuro y retorcido.
No sé equivocan, puesto que el bache en el que estoy metido me hace serlo cada día más; sin embargo, no me arrepiento de esto que soy, porque a este Matías nadie puede lastimarlo y se siente bien poder tener un corazón de piedra.
No todos quieren tener esta vida incluyendo a mi familia, pero me conformo con saber que muchos pagarían por estar a mi lado, incluso aquellos que al principio renegaron de mí, justo como mi hermano y las mujeres que no esperaba que quisieran mezclarse, son las que más ansían poder pertenecer a este mundo. Claro, todo es por beneficio a si son todas, el dinero las maneja.
No obstante, con ella clavada entre ceja y ceja no ofrezco más que placer y aunque muchas aceptaban, con el tiempo cambiaban de opinión, volviéndose fastidiosa a querer más que mi dinero o un lugar fijo en mi cama.
La puerta de mi despacho fue abierta acompañada por un olor a perfume de mujer, exagerado. Sentí el frío del aire acondicionado en la nuca, acariciando los mechones de mi pelo casi invisibles que sobresalen por el cuello de la camisa que llevo puesta, del mismo color del traje y la corbata negra "mis favoritos"
Por cualquier motivo, y por ninguno en especial, dirigí mi atención a la puerta abierta y por ella entraron dos mujeres, una rubia y una morena. Ambas de pequeña estatura y atractivas, cada una a su manera, giraron varias cabezas al entrar.
Mi mirada se clavó en la morena, no fuese que tuviera debilidad por las morenas, sino que evitaba a las mujeres rubias en mi cama para no recordarla; de modo que siempre había sido así y así seguiría siendo.
Llevaba una falda de tubo negra que se ceñía a sus femeninas caderas. Las curvas que hacían que se me secara la garganta me llamaban la atención, y fantaseé de inmediato con agarrarle los muslos y subir las manos lentamente por su falda, arrastrando la tela hasta dejarle las bragas expuestas a mi merced… o a mi crueldad.
Hacía falta mucho para impresionarme en lo relativo a las mujeres, y no porque fuera quisquilloso o superficial, sino porque recibía suficiente satisfacción cada día y cada noche para aplacar mi deseo. Mis fantasías no la podían cumplir ninguna que no sea la dueña de ellas, por lo tanto, no me interesaba buscar mujeres con el fin de cumplirlas, sino para sosegar la necesidad de correr hacia mi capricho y desbordar todo esto que he acumulado, pero, no me permito dejarme dominar por mi instinto, puesto que mi capricho debe sufrir antes de empezar a ser mía por cada segundo de su vida.
Volví mi atención a la morena escaneando su cuerpo, como quien revisa lo que se va a comer: tiene una cintura de avispa perfecta para guiarla de arriba abajo sobre mi miembro, con mis manos posadas en sus caderas. Sus pechos respingones están apretados con firmeza contra su blusa rosa, y tiene un cuello esbelto con un pronunciado hueco en la garganta, perfecto para que mi lengua lo pueda explorar.
Mi mirada siguió el recorrido a sus pies, donde noté que llevaba unos tacones de trece centímetros y los movía como si fueran sandalias, y por debajo del corte de la falda se ven unas piernas finas y tonificadas.
—¿Las has revisado? — le pregunté a Tobías señalando los tacones de la chica y él soltó un bufido a medida que movía la cabeza de arriba a abajo. — No quiero sorpresas a última hora — le guiño un ojo— no querrías despertar a mi fiera interna, — él sonrió, pero sabiendo bien qué significado tiene mi amenaza.
Soy demasiado desconfiado y aunque las mujeres me regalen placer, sé que es el mejor conducto para la traición y yo no volveré a prisión como que me llamo Matías Quintana.
—Te la he traído justo como te gustan, deja de quejarte tanto, ¿cuándo te he fallado? Además, si estas muñecas se pasan de inteligentes, saben que no podrán sumar nunca en sus vidas ¿Cierto, morras? —, él le dio una sonora palmada en el trasero a la rubia, quien saltó de manera chistosa, por lo nerviosa que se ha puesto.
Tobías me conoce a la perfección sabiendo que con cada mujer con la que me acuesto suelen tener unos rasgos específicos que la hacen sensuales.
A veces las traía con un par de gemelas o con unos traseros bonitos. En ocasiones con cinturas estilizadas que podía rodear dos veces con mis brazos. A veces tenían piernas como las suyas, el tipo de piernas que imaginaba rodeándome la cintura.
— ¿En esto invertiste mi preciado tiempo? — señalé a las mujeres reclamándole a Tobías sin apartar la vista de las mujeres como un halcón a su presa y ella sabiendo que me atrae se mordió el labio descaradamente.
—Don John, he traído carne fresca, ¿eso no cuenta? — le dio la vuelta a la morena.
—No más, no te pego un pepazo porque eres mi perro fiel, cabrón—, él se echó a reír y yo junto a él.
—¡Venga para acá muñeca! — Ella sin poner objeción se acercó hasta sentarse sobre mis piernas y empezó a acariciarme con sus dedos la nuca, mientras me daba besos, en cambio, yo me dediqué a seguir tomando, sin parar de manosear su cuerpo a mi antojo.
—¿Cómo te llamas? — la miré con ojos entrecerrados y le respondí.
—No necesitas saberlo, confórmate con decirme don John—, a ella no le simpatizó mi tono o tal vez la respuesta.
—Ahora empieza a desnudarte y tócate para mí… deléitame. — La sostuve de las caderas indicando que se sentara sobre el escritorio y ella me miró como si no le pareciera mi petición.
—Te avientas o te rajas, una de dos, porque las dos no pueden ser mamita, ¡andas lenta! — Esta era mi manera de mostrarle que es libre de largarse si le apetece.
Tobías se echó a reír y su acompañante por igual. — Vamos Naomi, deja el pudor, que muchas quisiéramos tener el honor de servirle a don John, lástima que no le van las rubias— le indicó la amiga, y cuando estaba dispuesta tocaron la puerta.
—Patrón, la mendiga del mercado, pide de nuevo verlo, por más que le hemos negado, dice que no sé irá hasta hablar con usted—me informa India, la señora que trabaja para mí en esta hacienda.
—Deja que entre, para no volverla purina para perros— dije fastidiado, esa mujer es una verdadera espina de esas que se clavan y hasta que no crean infección no salen, así que, para ahorrarme, el tener que desaparecerla mejor la atiendo.
Narrador.Patricia, la madre de Ignacia: mejor conocida por ellos como la mendiga del mercado, entró a esa casa mirando cada lujo con la boca abierta, dejando ver su ambición desmedida, por el brillo de sus ojos, todos los empleados que la vieron negaron al ver cómo se deslumbraba. «Qué ambiciosa» pensaron todos.India, que es una señora mayor que lleva trabajando en esa hacienda y es la única que conoce bien a Matías, no le agradó la presencia de esa mujer, pero no dijo nada como buena empleada, la llevó hasta las puertas dobles del despacho de su patrón y le indicó con la mano que podía entrar, y antes de irse negó con la cabeza.—¡Vaya!, mira nada más lo que tenemos aquí, a la ex altanera señora cruz, veo que la vida te ha dado madrazos, ¡qué chingona es la vida! — la saludó él con voz llena de burla, y aunque quería restregarle a la cara muchas cosas, solo se dedicó a reír quedamente, mientras que ella adjudicaba a esa burla que hace apenas meses ella había hecho un pacto con el
Ignacia.«Fue un sueño, nada más que eso» pensé desilusionada porque ya ha pasado mucho y quiero volver a su lado, lo extraño, pero no hago más que soñarlo y duele despertar sabiendo que todo es producto de mi deseo por volver a su lado.—Buenos días, mi cielito precioso de mamá— digo dejando besos sobre sus mejillas buchonas que hacen ver tierna a mi princesa.—Fuchi mami, — exclama y pone carita de asco— deberías lavar tus dientes antes de darme besos, te amo mamita, pero el amor tiene límites, — me encanta como pone su carita para reprenderme por besarla y se fue hacia el baño dejándome en la cama.—¿Camil a mamá le huele feo la boca? — le pregunto en medio de mi risa.—No mamita— responde desde el baño, — pero antes de los saludos nos lavamos los dientes y es mejor—, volví a carcajearme más fuerte.Camil e Iván son lo único que me mantienen firme para poder continuar.Dicen que las personas que obran mal terminan pagando, al final de todo y eso es lo que estoy haciendo yo pagando
Ignacia.En qué momento fue que me perdí a mi misma, olvidé lo que significa el amor propio por amar a este hombre, y no es que antes no me haya dicho tantas palabras crueles como ahora lo hace, sino que en este momento es que soy menos tarada y puedo entender que para él significo menos que un rollo de papel desechable y de muy mala calidad.—Está bien, voy a firmar, pero debes dejarme vivir en una de nuestras casas, así sea la más pequeña—, pedí para acomodar a mis hijos, ya pensando que luego lo haré cambiar de idea para que desista de apartarlos de mi lado, además soy su madre, quien mejor que yo para tenerlos.—No te has ganado nada…, Ignacia, — espetó nombrándome al final con un toque de repugnancia que no tenía que ser muy hábil para notarlo. Quedé estática, mi corazón paró abruptamente de latir, el aire se detuvo a mi alrededor, todo en mí se paralizó, incluso sentí que el mundo lo hizo conmigo. Podía tener todos esos defectos que él enumeraba, pero nunca fui a
IgnaciaCómo al dedo malo le llega todo menos la cura, mientras corría de camino al trabajo, el tacón de mis mejores zapatos se despegó haciéndome caer de bruces contra el suelo, y me sentí avergonzada, no solo huelo a fracaso, lo soy por completo.—Señora, ¿se encuentra bien? — preguntó un hombre de voz pasible, y cuando levanté la mirada lo vi extendiendo su mano. Así que le sonreí y me dejé ayudar por él, aunque yo era de las que no aceptaban ayuda, tengo que reconocer que mi soberbia me trajo hasta este punto.Él me guió hasta la acera donde me senté con un terrible dolor en la rodilla derecha y me miré raspada, tanto en las rodillas como en los codos.—Muchas gracias— le contesté agradecida y él siguió ayudándome a levantar del suelo todas las cosas que se salieron de mi cartera.—Daniel, no te pago para que hagas caridad, a viejas torpes que no saben caminar como se debe—, yo que no había dejado de observar el hombre que ha de ser un poco más joven que mi padre, me vi tentada a
Narrador. Avergonzada y sabiendo que se veía más patética de lo que en realidad es, Ignacia seguía como animal mañoso, zascandileando sin detenerse a pensar, aunque el suelo bajo sus pies descalzo picaba demasiado por lo caliente que está el concreto, igual no se permite suponer que no puede llegar andando. —No puedo perder este trabajo, ahora más que nunca debo tener la fuerza para seguir adelante, por mis hijos—, dijo dándose ánimos a sí misma para no dejarse caer, con la autoestima por el suelo y el llanto a punto de salir no se permitió lamentarse, de modo que con el dolor en las rodillas se exigía avanzar más deprisa, pero diez pasos adelante se detuvo cuando el claxon de un auto fue tocado varias veces y miró a su lado izquierdo.—Venga señorita, la llevaré— le propuso Daniel y ella se quedó algo confundida y desconfiada por la preocupación que muestra ese desconocido. Sin embargo, ese hombre había sido demasiado bueno con ella, de modo que se acercó cojeando y parada cerca d
Narrador.—¡Hey Ignacia!, ¿quién ha sido este hombre que te trajo en ese coche tan costoso? —la detuvo su compañera, que también es su mejor amiga y vecina cuando la vio pasar directo al cuarto donde se arreglan para ponerse el uniforme. —Hola Lu, te cuento en un rato, necesito cambiarme.—Espera— pidió, sin embargo, ella no se detuvo y su amiga la siguió, ya que vio su rodilla sangrando.—Que te sucedió, cuéntame que he estado preocupada por ti amiga— volvió a preguntarle nuevamente viendo como Ignacia se cambiaba con rapidez.—No creas que te estoy ignorando, Luisa, es que me estoy cambiando con rapidez porque Leonardo puede llegar gritándome y aprovecho que no está aquí— le explicó algo preocupada porque nunca había pasado de largo con su amiga sin detenerse a saludarla, pero hoy todo le había salido al revés, es el peor día de su vida.—No te preocupes Ina, yo sé que Leonardo es bastante aterrador cuando se lo propone y gracias a Dios que llegaste temprano estaba qué me comía las
Matías.—¡¿Me podrías explicar?!— pregunté cortante a Tobías cuando volvía a entrar con las mismas mujeres que ayer trajo a mí y aunque no la tome; me fastidia ver a una mujer dos veces.—Papis, don John, ayer no sacaste el estrés, y me preocupa que te enfermes— responde con su habitual descaro. —Pierdes más tiempo entre las faldas de las viejas que en el negocio, o es que te quedaste estresado ayer, porque tú si follaste— él levantó las manos con dramatismo puro.—Papis no me reclames tanto, vivo por las faldas y mejor si son rojas— me guiñó un ojo a medida que chasqueaba la lengua y cuando me vio mirarlo con seriedad unió las manos, — vamos papis don John, mi estrés es constante.—Haz lo que te plazca Tobías— respondí sabiendo que no valía la pena negarme, ya que seguirá insistiendo hasta convencerme y celebró como niño pequeño y me parece tan inmaduro el maldito. Tal parece que le ha gustado la rubia, por el hecho de que tampoco suele traer las mismas mujeres. —Te dejaré aquí a e
Narrador.El sonido de un vaso de cristal ser tirado al piso provocó que todos en aquella cafetería de comida rápida voltearan a ver hacia la mesa en donde estaba Ignacia junto a su padre e hijo y Luisa qué había llevado a su hermano.Ignacia miró a su alrededor, sintiéndose avergonzada por la actitud caprichosa de su hijo, a quién no le gustó el lugar al que ella lo llevó a cenar. Y el recuerdo de lo que había pasado en la mañana para poder llevarlo a ese sitio, la invadió de repente.—Dices que nos vas a dar una mejor vida, pero nos traes a comer en este sitio, mi papá no dejaría que tan siquiera entráramos a un lugar como este— reclamaba Iván como niño engreído sin importar que lo escuchasen.—Usted se calla la jeta, cagón— se atrevió a reclamarle en voz baja Luisa cuando se irritó con el comportamiento de ese niño que siempre trata a su amiga como la culpable de su mala vida. Donde ha visto todo lo que Ignacia se sacrifica para que esos niños estén bien y tengan un plato de comida