La niebla que cubría la cabaña arrojó una luz etérea sobre la cara de Kamila. Parecía un ángel. Nadie diría al mirarla que lo había pateado de esa manera. Mike tenía moretones por todo el cuerpo para probarlo.Anoche, él necesitó toda su fuerza de voluntad para no ofrecerle su cama. Para su alivio, ella había subido las escaleras sin preguntar. Oyó crujir brevemente los resortes de su colchón y luego todo quedó en silencio. Para variar, ella se había quedado dormida como un lirón.Dado lo duro que había trabajado ese día, él se lamentó de tener que despertarla, ya que solo había descansado unas pocas horas. Pero no podía arriesgarse a dejarla sola y dormida.—Kamila. —Le dio un suave empujón en el hombro.Ella abrió los ojos, aterrada y lo agarró con fuerza con ambas manos.Sus reflejos ya eran más rápidos. —Soy yo —dijo él con una sonrisa.—Mike. —Ella cayó sin fuerzas contra su almohada y parpadeó—- ¿Llevas una gorra?—Sí. —Era un pasamontañas, pero lo había enrollado para que pare
Una serie de ladridos confirmó los peores temores de Mike. Se reprendió a sí mismo por no anticiparse a la estrategia del FBI. Como excomandante de Operaciones Especiales, lo habían entrenado para tener en cuenta todas las opciones. En ese sentido, le había fallado al Comandante esta noche.Volvió por el camino traicionero, y se acercó a la cabaña a una velocidad que sabía que era imprudente. ¿Pero cómo se redimiría ante los ojos de Stanley si dejara que se llevaran a Kamila?A punto de llegar al claro, se apoyó en un árbol, recobró el aliento y observó su entorno.La luz vacilante de una linterna iluminaba las pequeñas hojas de los bosques que lo rodeaban. La voz de un hombre, engreída, pero teñida de desesperación, pronunció el nombre de Kamila.«Ella es mía», pensó Mike, levantando su rifle de francotirador. Al enfocar a través de la mira, se dio cuenta de que su objetivo estaba en el patio. Era el tercer agente, el hombre negro de piel clara, joven y en buena forma física. Mientra
El shock en la voz de Kurt hizo que Michael se despertara por completo. Había estado durmiendo en la parte trasera del Taurus en el viaje de regreso de Skyline Drive al Motel Elkton.—¿Qué pasa? —Hebert desvió su atención de la empinada y sinuosa carretera por la que los conducía.Kurt bajó su teléfono móvil con una mirada de asombro. —Nuestro activo ha sido asesinado. Le cortaron la garganta, como a Pedro.Mierda. Michael se frotó los ojos ardientes y se sentó más derecho.—El atacante aún estaba en la escena cuando nuestros agentes respondieron a la llamada de Mustafá, pero saltó por la ventana y escapó. Por suerte para nosotros, dejó su sangre por todos los arbustos de acebo. Están analizando su ADN ahora mismo.—¿Fue Shahbaz Wahidi? —preguntó Hebert.—No. Trajeron a Wahidi para interrogarlo, esperando que soltase algo, pero tiene una coartada sólida. Hemos interceptado todos sus correos electrónicos, monitoreado sus llamadas, y nada. No parece estar en contacto con nadie.La noti
«Santo cielo», pensó Mike, arrastrándose en su camino de vuelta a la consciencia.Kamila yacía debajo de él, con una sonrisa soñadora iluminada por el amanecer que se filtraba a través de la persiana cerrada. Afuera, un par de pájaros cantores gorjeaban alegres. En Jollet's Hollow, el gallo cantó. Todo estaba en paz y en calma. Solo podía esperar que los agentes que habían intentado burlarse de él anoche estuvieran profundamente dormidos.Había llegado el momento de que él y Kamila se fueran, pero todo lo que parecía capaz de hacer era maravillarse ante su increíble falta de inhibición.¿Quién diría que la hija de Stanley sería tan increíble en la cama como en cualquier otro lugar? Cristo, si había algo más entrañable en ella, se iba a enamorar sin remedio.El pánico siguió a ese pensamiento. Usando el condón que goteaba como excusa, empezó a salir corriendo de la cama, pero Kamila lo atrapó. Su cuerpo traidor, demasiado ansioso por sentir su desnudez, respondió acercándose a ella.Ka
—Es hora de correr, princesa. —Mike barrió el claro con esa mirada omnisciente que le provocaba a Kamila un nudo en el estómago. Cada árbol, cada hoja, cada brizna de hierba fue escudriñada en menos de un milisegundo. Finalmente, sus ojos se posaron sobre Kamila mientras esta se ajustaba la correa del bolso.Ella asintió. Al menos no llevaba una mochila que parecía pesar sesenta libras.—¿Por qué no me das eso? —Mike se quitó la mochila de los hombros—. Vas a necesitar tus brazos libres.Ella obedeció con un suspiro, sintiéndose culpable por aumentar su carga. Mike metió el bolso en la mochila junto al resto del equipo que había reunido para su marcha. —Lo siento —murmuró Kamila.—No tienes por qué. —Él cerró la mochila y se la colocó de nuevo sobre sus hombros—. He llevado más peso que este.Los frenéticos ladridos de Terry, que se fundían con los arañazos de sus garras en la puerta, llamaron su atención.—Estará bien. Te lo prometo —dijo Mike, acariciando la mejilla de Kamila—. Vam
—Aterrice en la carretera —le pidió Kurt al piloto. Al tener licencia para volar, ocupaba el asiento del copiloto, que ofrecía una vista aérea a través del parabrisas redondeado. Todavía no había localizado al sospechoso ni a su cliente, pero, según su programa de rastreo, estaban justo debajo de él, moviéndose a lo largo del lecho del arroyo.—¡Prepare a sus hombres, sargento! —le gritó por encima del hombro al líder del pelotón.El sargento Malloy asintió y dio órdenes a sus hombres, sentados en bancos adosados a las paredes exteriores del helicóptero, a ambos lados de las puertas abiertas, con las piernas colgando en el aire. A su orden, bajaron sus viseras y ajustaron sus ametralladoras Heckler y Koch.—Justo aquí —dijo Kurt, y el MH-6 se tambaleó brevemente en el aire antes de caer con suavidad sobre el camino de tierra, a menos de cien metros de la ubicación del sospechoso.—¡Vamos! —gritó el sargento Malloy, y seis hombres, vestidos con chalecos antibalas y cascos, saltaron de
Kamila se acercó más a él dentro del maletero del carro de policía.—Mike —dijo ella, mientras los neumáticos retumbaban sobre los escombros. Podía sentir la tensión en sus dedos al agarrarlo del brazo—. ¿Estás seguro de que es una buena idea? —El carro comenzó a retroceder por el camino a la vez que se preguntaba si no se habría fijado una recompensa por su captura. —Me dejaron conservar mi rifle —le respondió—. Nunca lo habrían hecho si hubieran planeado detenernos.Con un arma en su poder, era imposible.—Si algo sucede, tendré que actuar. Te quedarás detrás de mí, pegada a mi espalda, y harás lo que te digo. —Con gusto moriría para protegerla, si tuviera que hacerlo.Ella aferró su brazo con más fuerza.—Hey. —Mike giró la cabeza para mirarla. Un pequeño agujero de luz se filtraba a través de una rendija de la puerta—. Te alejaré de todo esto — prometió. Si todo salía como él esperaba, ella no volvería a pasar por algo así.—No estoy preocupada por mí, Mike. —Sus palabras le sor
Con un ojo en el auto azul estacionado al otro lado de la calle, Farshad entró en el ruidoso taller para buscar a Shahbaz. Si pudiera hacer las cosas a su manera, nunca se encontraría con Venganza cara a cara, pero las circunstancias habían cambiado de manera súbita y terrible. Farshad necesitaba con urgencia un carro que no llamase la atención como el taxi negro de su primo. También necesitaba un chivo expiatorio. Shahbaz podría proporcionarle ambas cosas.—Disculpe —le dijo a un empleado con un mono manchado de grasa. Farshad vestía tan pulcro como siempre, con un impecable traje y portando un maletín—. Estoy buscando a Shahbaz Wahidi.—Justo ahí —dijo el mecánico, señalando a un joven inclinado sobre el motor de un carro de color oxidado.Farshad fue a su encuentro.—As-salaam alaikum —lo saludó, y el muchacho sacó la cabeza de debajo del capó. «Así que es este», pensó Farshad, consternado por la mirada aturdida en los ojos del chico.—¡Eres tú! —exclamó de pronto Shahbaz, aclaran