—Es hora de correr, princesa. —Mike barrió el claro con esa mirada omnisciente que le provocaba a Kamila un nudo en el estómago. Cada árbol, cada hoja, cada brizna de hierba fue escudriñada en menos de un milisegundo. Finalmente, sus ojos se posaron sobre Kamila mientras esta se ajustaba la correa del bolso.Ella asintió. Al menos no llevaba una mochila que parecía pesar sesenta libras.—¿Por qué no me das eso? —Mike se quitó la mochila de los hombros—. Vas a necesitar tus brazos libres.Ella obedeció con un suspiro, sintiéndose culpable por aumentar su carga. Mike metió el bolso en la mochila junto al resto del equipo que había reunido para su marcha. —Lo siento —murmuró Kamila.—No tienes por qué. —Él cerró la mochila y se la colocó de nuevo sobre sus hombros—. He llevado más peso que este.Los frenéticos ladridos de Terry, que se fundían con los arañazos de sus garras en la puerta, llamaron su atención.—Estará bien. Te lo prometo —dijo Mike, acariciando la mejilla de Kamila—. Vam
—Aterrice en la carretera —le pidió Kurt al piloto. Al tener licencia para volar, ocupaba el asiento del copiloto, que ofrecía una vista aérea a través del parabrisas redondeado. Todavía no había localizado al sospechoso ni a su cliente, pero, según su programa de rastreo, estaban justo debajo de él, moviéndose a lo largo del lecho del arroyo.—¡Prepare a sus hombres, sargento! —le gritó por encima del hombro al líder del pelotón.El sargento Malloy asintió y dio órdenes a sus hombres, sentados en bancos adosados a las paredes exteriores del helicóptero, a ambos lados de las puertas abiertas, con las piernas colgando en el aire. A su orden, bajaron sus viseras y ajustaron sus ametralladoras Heckler y Koch.—Justo aquí —dijo Kurt, y el MH-6 se tambaleó brevemente en el aire antes de caer con suavidad sobre el camino de tierra, a menos de cien metros de la ubicación del sospechoso.—¡Vamos! —gritó el sargento Malloy, y seis hombres, vestidos con chalecos antibalas y cascos, saltaron de
Kamila se acercó más a él dentro del maletero del carro de policía.—Mike —dijo ella, mientras los neumáticos retumbaban sobre los escombros. Podía sentir la tensión en sus dedos al agarrarlo del brazo—. ¿Estás seguro de que es una buena idea? —El carro comenzó a retroceder por el camino a la vez que se preguntaba si no se habría fijado una recompensa por su captura. —Me dejaron conservar mi rifle —le respondió—. Nunca lo habrían hecho si hubieran planeado detenernos.Con un arma en su poder, era imposible.—Si algo sucede, tendré que actuar. Te quedarás detrás de mí, pegada a mi espalda, y harás lo que te digo. —Con gusto moriría para protegerla, si tuviera que hacerlo.Ella aferró su brazo con más fuerza.—Hey. —Mike giró la cabeza para mirarla. Un pequeño agujero de luz se filtraba a través de una rendija de la puerta—. Te alejaré de todo esto — prometió. Si todo salía como él esperaba, ella no volvería a pasar por algo así.—No estoy preocupada por mí, Mike. —Sus palabras le sor
Con un ojo en el auto azul estacionado al otro lado de la calle, Farshad entró en el ruidoso taller para buscar a Shahbaz. Si pudiera hacer las cosas a su manera, nunca se encontraría con Venganza cara a cara, pero las circunstancias habían cambiado de manera súbita y terrible. Farshad necesitaba con urgencia un carro que no llamase la atención como el taxi negro de su primo. También necesitaba un chivo expiatorio. Shahbaz podría proporcionarle ambas cosas.—Disculpe —le dijo a un empleado con un mono manchado de grasa. Farshad vestía tan pulcro como siempre, con un impecable traje y portando un maletín—. Estoy buscando a Shahbaz Wahidi.—Justo ahí —dijo el mecánico, señalando a un joven inclinado sobre el motor de un carro de color oxidado.Farshad fue a su encuentro.—As-salaam alaikum —lo saludó, y el muchacho sacó la cabeza de debajo del capó. «Así que es este», pensó Farshad, consternado por la mirada aturdida en los ojos del chico.—¡Eres tú! —exclamó de pronto Shahbaz, aclaran
Kamila no podía dormir. Estaba acostada en un colchón de tres mil dólares, rodeada de almohadas, con su cuerpo completamente exhausto y su cerebro privado de sueño. Pero su corazón turbado impedía que sus ojos se cerraran, y la petición de Mike la envolvía en una melodía sin fin. «No te olvides de mí. No te olvides de mí».¿Cómo podía pensar, ni por un momento, que ella lo haría? ¿Y por qué insinuó que no volverían a verse? Ahora deseaba haberle demostrado sus sentimientos con más claridad, pero en ese instante no hubo lugar para las palabras. Y ahora quería decirle lo importante que había llegado a ser para ella en pocos días.¿Cuándo, el mismo imbécil que la había acusado de automedicarse, se había convertido en un ser humano de primera? En algún momento entre calentar agua para su baño y bajar por un acantilado con ella en su regazo, se había enamorado de él.Mike tenía más integridad que cualquier otro hombre que hubiese conocido, y era humilde hasta la médula. Era competente y ca
Mike miró fijamente sin ver el parabrisas salpicado de barro del jeep todoterreno de Chris. El chasquido contra su oreja cuando Kamila colgó lo desgarró como metralla. Su puño se cerró sobre el teléfono móvil hasta que le salió un moretón en la palma de la mano. Al mismo tiempo, saboreaba las palabras que almohadillaban su corazón contra los golpes de la frustración.«Te quiero, Mike». ¿Cómo podrían esas cuatro palabras cambiarlo todo? Tenía la intención, después de dejar a Kamila con Cougar, de dirigirse directamente a Canadá, donde el FBI no lo encontraría, donde sus habilidades de supervivencia le bastarían. Allí, en una fría y remota montaña, cuidaría su maldito enamoramiento por una mujer que no merecía.Pero sus palabras arrasaron con esos planes en un instante. Lo llenaron con un sentido de destino y propósito. Saber que Kamila lo amaba hizo impensable abandonarla.El golpe de Chris en el cristal lo trajo de vuelta al presente. Mike bajó la ventanilla.—¿La localizaste? —pregun
Por encima de la multitud que se agolpaba en el aparcamiento del ayuntamiento de Elkton, Farshad localizó la cabeza de su objetivo. —Sigue conduciendo —le dijo a Shahbaz mientras el joven pasaba lentamente por el edificio. El corazón de Farshad saltó de alegría.¡Alabado sea Alá! No solo ya se había ido la Guardia Nacional cuando él y Shahbaz llegaron, sino que Alá lo había conducido justo al tesoro del Enemigo, ahorrándoles la dificultad de buscarla en medio de la aglomeración.Shahbaz siguió adelante, conduciendo el carro grande a través de una calle atestada de furgonetas, carros y cientos de peatones.—¡Maestro! —exclamó de repente. Farshad vio lo que le preocupaba. Un ayudante del sheriff estaba dirigiendo el tráfico más adelante.—Mantén la calma —instó Farshad—. Si pregunta, somos vendedores de automóviles.A pesar de su mirada sospechosa, el ayudante del sheriff les hizo señas para que pasaran. Shahbaz se limpió la frente con una manga manchada.Farshad vio un almacén junto a
—Tonto de mente débil.La conferencia del Maestro hizo que Shahbaz ardiera de resentimiento mientras salían de la ciudad. Los limpiaparabrisas marcaban un ritmo frenético, sin conseguir despejar la visión borrosa de docenas de luces traseras, incluidas las del carro del FBI que estaban siguiendo. —¿Por qué no lo intentaste? —dijo el hombre, furioso.Shahbaz agarró el volante. No podía explicar su vacilación. Siempre había creído que el martirio era glorioso, pero requería más coraje del que creía. No quería tener nada que ver con esto ahora. Era demasiado débil. Hasta esta noche, su objetivo había sido una entidad sin rostro, una mujer sin valor. Nunca se le había ocurrido que sería tan... bonita.—No olvides lo que le pasó a Eiker — lo amenazó el Maestro de nuevo.Una gota de agua de lluvia se deslizó dentro del carro y por el cuello de Shahbaz. Miró a su compañero con temor, preguntándose qué pasaría si sacaba la pistola ahora, la apuntaba a su cabeza y le volaba los sesos. Este as