La joven atrapada en sus profundos sueños se removió cuando suaves caricias aparecieron de la nada en su mejilla, molestándole lo suficiente para despertarla.
Le costó bastante abrir los ojos al momento de activar sus sentidos. Con lentitud corrió sus párpados y tardó algunos segundos en poder enfocar la silueta encorvada frente a ella y analizar la situación. Aquel perfume que tan grabado tenía en su memoria, la suavidad con la que se le era entregada aquella muestra de cariño, la manera en que parecía tan natural...
Elouise se desconcertó alejándose naturalmente del tacto mientras sujetaba con rapidez la muñeca del otro. Frunció el ceño casi asustada, porque recordaba aquella noche donde parecía que Isaac estaba acariciándole luego de una larga discusión pero al pasar unos segundos sus manos apretaron fuerte alrededor de su cuello, haciéndole llorar y patalear por unos momentos.
Qué podía decir. Lo que había sufrido era demasiado. Pero no era como si pudiera hacer algo de todas maneras.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó de inmediato con voz aguda de recién despertar y ligeramente rasposa por todo el licor que había bebido antes, arrastrándose un poco más arriba de la almohada. Alejándose tanto como pudiese del cuerpo ajeno.
Isaac parpadeó—. Lamento haberte despertado. Sólo quería... —él apretó los labios desviando la mirada luego. La ojiazul aflojó su agarre en la muñeca de su esposo y suavemente la soltó, llevando su mano hasta ocultarla de vuelta entre las sábanas.
Elouise llevó sus brillantes ojos azules hasta el reloj de buro a lado de la cama, los números brillando y marcando las cinco de la mañana. Volvió a ver al joven que comenzaba a sacarse la corbata, se sorprendía de que estuviera usando su traje completo aún, señal de que no se había divertido con nadie esa noche o madrugada.
Carraspeó un poco, adormilada.
—¿Apenas terminó la fiesta? —preguntó de vuelta, acurrucándose con las mantas hasta el cuello. Sus piernas encogiéndose hasta formar una posición fetal.
—Me despedí —respondió Isaac dejando caer la corbata al suelo para comenzar a desabrochar los botones en las mangas del elegante saco cubriendo su cuerpo—. Quería venir a casa. El día fue demasiado agitado.
Elouise le miró durante largos segundos, tomando detalle de la forma natural y cansada en la cual Isaac se deshacía de sus prendas. Cuando menos pensó, sus ojos estaban cerrándose de vuelta. Tomó una respiración suave y el sueño comenzó a tomarle de vuelta en calma.
Su cuerpo se balanceó suavemente a los segundos y se vio obligada a abrir de vuelta los ojos, alcanzando a ver como su esposo caminaba hasta el closet en ropa interior. Abrió uno de los cajones y se colocó un pantalón de pijama. Regresó un momento después, mirándole por unos segundos con la sombra de sus pestañas debajo de sus párpados.
—¿Te moverías? —le preguntó con suavidad, subiendo una rodilla a la cama.
Elouise le observó parpadeando antes de simplemente asentir y ceder moviéndose ligeramente al otro extremo de la cama, que estaba muy frío por cierto. Le dio la espalda al joven que se tomó su tiempo para acomodarse en calma e intentó cerrar los ojos de vuelta.
Momentos después su piel se erizó cuando sintió la tibia mano de Isaac envolver suavemente su cintura debajo de las mantas. Un escalofrío le recorrió el cuerpo por completo cuando recibió un beso en su hombro y después en su cuello. Casi tembló cuando Isaac la atrajo de espaldas hasta su pecho, descansado su rostro en el hueco entre su cuello y hombro. Parpadeó mirando los últimos minutos de luz de la luna entrar por la ventana, reprimiendo aquel sentimiento de nostalgia que se clavaba en su pecho.
¿Hacía cuánto tiempo que Isaac no la abrazaba de aquella manera? ¿Por qué lo estaba haciendo en ese momento? ¿Por qué ella estaba permitiéndolo? Era fácil. Isaac era su esposo y se suponía que lo quería, que estaba agradecida y que le amaba. Porque por eso habían permanecido tantos años juntos. Porque Isaac había prometido amarla hasta el final de sus días, aunque lastimosamente una tercera persona había llegado para arruinarlo todo.
Habían sido una pareja tan feliz antes. Se habían complementado tan bien... Antes.
La única razón de sus problemas, de las discusiones y peleas era aquella persona. Y Elouise tenía tanto resentimiento, tanto coraje y tanta decepción que a veces quería gritar hasta quedarse sin voz pero prefería guardarlo todo antes que hacer de la situación algo grande. Porque antes de hacer cualquier escándalo, debía pensar en su familia. Porque no podía ensuciar la imagen de Isaac tachándolo de infiel.
Tenía resentimiento hacia Isaac porque él le había mentido. Porque la había traicionado. Porque la había humillado. Porque la seguía usando.
Tenía coraje hacia aquella persona. Porque le había mentido también. Porque le había traicionado. Y porque seguía riéndose cínicamente en su cara.
Pero sentía decepción de sí misma. Sentía coraje hacia sí misma. Algunas veces se odiaba muchísimo también. Por no ser lo suficientemente fuerte, por no tener la voluntad necesaria para detener todo aquello que con lentitud iba acabando con su alma. Por seguir permitiendo que su dignidad desapareciera casi como una simple gota de agua en el océano.
La suave voz de Isaac llegó a sus oídos una vez más, sus pequeños dedos se apretaron alrededor de las sábanas.
—Deliyah me contó lo que paso cuando llegaste a casa.
Elouise no dijo nada, cerró los ojos con fuerza y pretendió dormir. Isaac acarició su cintura con las yemas suaves de sus dedos. Sus labios temblaron.
—No debes dejar que esto afecte tu manera de vivir Elouise... No es correcto.
Sus ojos azules se abrieron de vuelta, comenzando a humedecerse de la nada.
—¿Y qué pretendes que haga Isaac? —se atrevió a decir—. Si cada día que pasa parece que me odias más. No entiendo qué es lo que hice yo, o que sucedió para que... —no terminó de hablar, el nudo en su garganta no lo permitió.
Isaac se acurrucó más contra ella, llevando la punta de su nariz hasta la parte baja de su nuca. Acariciando suavemente el lugar.
—Es mi culpa —le escuchó decir—. Es sólo mi culpa. Discúlpame por lo de hoy en la fiesta, por lo de otros días, por los comentarios idiotas. Por obligarte a ir cuando no querías hacerlo, sé que estabas de mal humor por eso. Discúlpame... Por todo. Sé que no lo mereces.
Estaba de mal humor porque parecías más entretenido mirándola a ella que mirándome a mí. Me puse ese vestido porque siempre solías decir que era tu favorito y que yo te encantaba con el puesto. Pero hoy... Hoy ni siquiera pareció que le echaste un vistazo adecuado.
—Hay que dormir... —Elouise susurró, sintiendo que las lágrimas iban a comenzar a caer—. Estoy cansada.
El joven detrás de ella se incorporó poniendo una mano en su antebrazo para después darle la vuelta suavemente. Elouise no abrió los ojos, pero sintió las caricias de Isaac de vuelta en sus mejillas, esta vez no se apartó. Tragó saliva y sus rellenos labios cayeron en un puchero.
Isaac observó esa faceta débil en Elouise que ya conocía, afligida y temblorosa, recordando las palabras de la mujer a la cual le tenía mucho respeto y cariño cuando recién entró a su hogar.
Deliyah le había mirado con decepción y sólo había negado con la cabeza para desaparecer por la cocina. Evidentemente, él fue quien tuvo que preguntar.
[—¿Ocurre algo Deli? —entró a la cocina, ladeando un poco la cabeza. La mujer que se despertaba temprano para regar las plantas del jardín volteó a verlo, haciendo una mueca.
Observó como ella demoró en encontrar las palabras adecuadas para soltar lo que claramente no era nada bueno. De ser así, ella no le estuviera mirando con tanta nostalgia.
—Eres tan insensible con Elouise, hijo.
Isaac parpadeó. La imagen de la castaña rápidamente llegando a su mente, volteó a su espalda, observando las escaleras que llevaban a la habitación de arriba.
—¿Qué pasó con ella? ¿Está bien? —preguntó.
Deliyah le frunció el ceño. Isaac sintió el regaño de inmediato y sólo pudo bajar la mirara al suelo.
—¿Tú cómo crees que debería estar con todo lo que le haces?
El joven apretó los labios sintiéndose incapaz de levantar la mirada—. Yo no le hago nada.
—Jamás he opinado sobre la relación que llevan ustedes, lo sabes. Pero esta noche me ha parecido demasiado, Isaac. Ella está... Como muy triste, me preocupa mucho. ¿Qué tan malo tiene que ser lo que vive para que quiera hundirse dentro de una botella de licor, ah?
Finalmente Isaac levantó la cabeza, negando con molestia—. No le he dicho nada que no merezca, las discusiones siempre son su culpa. Ella es quien siempre comienza con sus absurdos reclamos de niña mimado. Tiene cada cosa que quiere o desea, nada le falta aquí. Le doy absolutamente todo. No debes decir que vive de una mala forma porque no es verdad.
Deliyah le fulminó, acercándose—. ¿Sabes qué es lo que pasa, Wright? ¿Sabes qué es lo que tú no puedes ver? —le picó el pecho con un dedo, entrecerrando los ojos—. La manera en que ella se pierde en su mente tratando de encontrar la respuesta al por qué de que le hayas traicionado como lo hiciste. Si es acaso ella quien falló, si es que ella no es suficiente, si es que ella hizo algo mal. La está consumiendo y eso, eso es tu culpa. Sabes que ella no merece esa b****a, lo sabes bien.
Isaac tragó saliva sintiendo la piedra golpear duro encima de él.
—Eres la única persona que ella tiene en este lugar. La has apartado de su familia, de su tierra, de su gente. La has traído acá y sólo para hacerla sufrir. Lo único que ella te ha demostrado es lealtad y más allá, ¿pero tú? ¿Qué le has dado tú? No todo se trata de lo material. No todo se trata de un amante al cual sólo le tienes cariño, Isaac. Si por alguna razón dejas de ser la persona de renombre que eres, ¿quién es quién va a permanecer a tu lado?
—No me digas esas cosas, Deliyah... No es de esa manera —murmuró, sintiendo el pesar calar en su interior.
—¿Y de qué manera es? Porque lo único que he visto yo estos últimos años es cómo estás hundiendo en la tristeza a la persona que más te ha apoyado. —ella dio un paso atrás, negando—. Si quisieras en verdad formar una verdadera vida junto a esa otra persona, hubieras dejado que Elouise volviera a casa hace muchísimo tiempo. Pero eres egoísta. Y eso está mal.
—No quiero dejarla ir, Deliyah... Y-Yo...
—Podrías dejarla partir, para que ella fuese feliz también.
—Es la persona de la que me enamoré verdaderamente por primera vez... Ella no irá a ningún lado. Pertenece aquí, conmigo.
—¿Y tú, Isaac Wright? ¿A dónde perteneces tú?
Isaac no respondió. Porque realmente no podía hacerlo.]
—Escúchame amor... No debes llorar por mí. No debes llorar por nada de esta m****a, no es tu culpa. Nada de lo que ocurre es tu culpa.
Elouise sintió las tibias lágrimas resbalar por sus mejillas. No hizo un sólo movimiento.
—Te prometo que no es tu culpa. —Isaac repitió.
Es mi culpa porque no puedo detenerlo aunque eso sea todo lo que deseo.
—Te amo, ¿de acuerdo? Eres sólo tú. Siempre serás sólo tú.
Me amas a mí. Pero la prefieres a ella. Y las cosas no funcionan así, jamás funcionaran así.
Elouise sintió la suavidad de los labios ajenos encima y sólo pudo sollozar, apresurándose a envolver sus brazos en el cuello del joven a lado suyo, aferrándose a él como si su vida dependiera de ello.
Era triste, saber que la única persona que podía sostenerte en sus brazos, era también la única persona que día con día iba dejándote en trozos.
Que la única persona que parecía realmente quererte, fuera también la que más daño hacía a tu corazón.
Elouise respondió el beso, dejando que Isaac comenzará con las caricias, con los besos húmedos y más allá. Cayendo de vuelta por esas míseras muestras de amor falso.
[...]
El sol iluminaba la habitación. Todo estaba en tranquilidad. Las aves cantaban fuera en el balcón. La cama estaba tibia, y el calor del cuerpo a lado suyo era más que suficiente para estar cómodo.
Elouise no recordaba cuando había sido la última vez que Isaac se había quedado hasta la mañana siguiente abrazándole de la manera en que lo hacía en ese momento. Acurrucándole contra su pecho, con las piernas entrelazadas debajo de las mantas, en total desnudes.
La joven tenía sueño pero no encontraba las ganas para cerrar los ojos y olvidar la manera en que las cosas habían sido unas horas atrás. La suavidad y generosidad de cada movimiento. Como si se tratara de alguien disculpándose, arrepentido, condescendiente.
¿Sería que las cosas podrían cambiar, sería que la pesadilla había terminado?
Un teléfono celular interrumpió sus pensamientos, haciéndole mirar el buro de su lado. No era el suyo, conocía su timbre de burbujas. Se trataba del teléfono de Isaac.
Movió ligeramente al joven, mirándole hacia arriba ya que estaba recostada en su hombro—. Eh... —balbuceó, llevando su pequeña mano a la mejilla de Isaac, regando algunas cuantas caricias. El joven movió ligeramente los párpados—. Tu teléfono está sonando, Isaac...
El pelinegro hizo una mueca marcada negándose a abrir los ojos. Se acomodó mejor abrazando la pequeña cintura de Elouise y recuperó su respiración pausada a los segundos.
Elouise hizo un mohín, escuchando el aparato que no parecía querer callarse.
—Podría ser algo importante —insistió la joven sacudiendo levemente el brazo del otro.
—Hm... —Isaac se quejó—. Responde tú.
Elouise suspiró, incorporándose sobre su codo para alcanzar el móvil. Tan pronto miró el identificador de llamadas su estómago se retorció, subiéndole la bilis a la garganta. Apretó los labios y segundos después deslizó el dedo por la pantalla llevándose el aparato a la oreja.
Ni siquiera pudo decir algo cuando ya estaba escuchándose esa voz suave y cantarina al otro lado de la línea.
—Buenos días amor, ¿por qué no me respondías? Es la tercera llamada.
Elouise se quedó callada, la línea en completo silencio. Su mente en blanco y una vez más, la decepción adueñándose de sus facciones. Lamió sus labios, su mirada azul encima del relajado rostro dormido de Isaac. No respondió, los segundos pasaron.
—¿Isaac?... ¿Amor estás ahí?
Los ojos de Elouise se cerraron, tomó un corto respiro. ¿Qué más podía hacer?
—Está durmiendo —pudo decir.
Otro silencio. Largo. Muy largo.
—Uh... Buenos, días Elouise.
Negó, sintiendo su respiración pausarse.
—Llámale luego, adiós. —apartó el teléfono dispuesta a colgar.
—No, espera.
Se detuvo, frunciendo el ceño dolido.
—¿Qué? —espetó, con sus ojos ya picando.
—Lo siento. No creí que tú...
—Sí, sí. Adiós. —colgó.
Dejó el teléfono de mala gana en el buro y apartó con brusquedad las sábanas, removiéndose con molestia.
Salió de la cama, importándole poco que Isaac refunfuñara y preguntará a dónde iba. Fue al baño y sin siquiera poner la temperatura baja entró en el agua, duchándose con rapidez. Dejando que el agua se llevará lejos las lágrimas cayendo de sus ojos. Queriendo que se llevara también el dolor de la traición en su corazón.
Era jodido estar atrapada en esa situación. Donde la amante de tu esposo alguna vez te había jurado amor y amistad eterna. Donde sus familias habían estado juntas pasando hermosas vacaciones en el caribe. Donde parecía todo ir en orden.
Sin duda fue una gran bomba cuando se enteró. Fue algo duro de tragar, y aún era algo duro para superar.
Pero de vuelta.
¿Podía reclamar y cambiar la situación? No.
¿Podía quejarse y ser escuchada de verdad? No.
Porque no importaba lo que Elouise quisiera o sintiera. Era la jodida marioneta de todos. Eso estaba claro.
Se vistió en el baño y estaba por secar su cabello cuando la puerta se abrió. Isaac rascaba su brazo con evidente rostro de recién despertar, los flojos pantalones de pijama abrazando los huesos en su cadera.
—Eh, ¿qué ocurre? —él preguntó con voz ronca—. Has salido de la cama casi corriendo.
Elouise se alzó de hombros encendiendo la secadora y comenzando a pasarla por su bonito cabello castaño—. Entiendo. Querías follar, está bien —murmuró—. Pero deberías tener un poco de vergüenza y decirle que no llame cuando estás en casa. Por lo menos no tendrías que soportarme hablando sobre ello, ¿no?
Isaac se quedó quieto, mirándole extrañado—. ¿De qué estás hablando?
Elouise dejó la secadora encima del lavado y alzó de vuelta los hombros—. Seguramente pura m****a. —comenzó a caminar fuera—. Échale un vistazo a tu registro del teléfono.
—Elouise... —Isaac fue pronto tras ella.
La castaña negó—. No, ya he tenido esta conversación demasiadas veces. ¿Y sabes que es más jodido aún? Que después de tantas experiencias, yo sigo creyéndote.
[...]
Había ojeras debajo de sus brillantes ojos azules. Deliyah se lo había dejado muy claro esa mañana cuando le vio bajar por las escaleras. La mujer había hablado con rapidez sobre mascarillas y nutrientes que seguramente ayudarían a mejorar el pequeño problema. Elouise no había puesto mucha atención.
Ella también le había preparado huevos y jugo fresco, junto a una sopa, para la resaca.
No hablaron del tema de la madrugada anterior, ni tampoco del silencio incómodo cuando Isaac entró a la cocina ya vistiendo su elegante traje negro. Saludó a Deliyah y con descaro besó la frente de Elouise robando luego un pequeño trozo de pan de su plato.
—Volveré para las tres de la tarde. Deliyah, ¿podrías cocinar espárragos? Me apetece.
—Seguro niño, que tengas suerte hoy. —ella sonrió.
Elouise simplemente miraba su plato. Balanceando sus pies que no tocaban el suelo gracias a la altura del banco, ignorando olímpicamente al joven que le veía esperando algo de ella. Cuando no hubo más que silencio Isaac finalmente soltó un respiro suave y se despidió, comenzando a caminar para salir de la cocina. Entonces Elouise habló.
—Isaac.
El joven giró—. ¿Sí, qué pasa?
—Me agradaría ir de compras hoy. He mirado un bonito abrigo y... Lo quiero. —le dedicó una mirada escueta.
Isaac sólo asintió—. No vayas sola. Ve con... Con este chico nuevo, ¿cómo era su nombre?
—Ernesto —respondió Deliyah.
Elouise suspiró—. Edward.
Isaac asintió—. Sí, está de prueba todavía. Si algo pasa, llama a Nick.
—Por supuesto.
Isaac le miró una vez más y se acercó para besar con suavidad su mejilla—. Ve con cuidado.
—Y tú.
El día estaba frío y las nubes cubrían el sol cuando Elouise salió por la puerta principal de su hogar vistiendo un abrigo largo junto a sus botas favoritas. Había una bufanda enredada en su cuello y unos lentes cubriendo sus bonitos ojos que estaban demasiado irritados como para ir por allí fingiendo que no había estado llorando como por las últimas... Tres y catorce horas quizás. Frente a la residencia estaba la camioneta de la madrugada anterior, a un lado de la puerta trasera estaba de pie el joven de seguridad, vistiendo tan impecable como cuando la mujer le había conocido. Traje negro, lentes oscuros y equipo de audio y micrófono visible desde su pecho hasta su oído. Elouise suspiró dando pequeños pasos que parecían ser eternos. Los demás hombres alrededor de la vivienda ni siquiera voltearon para darle los buenos días. Jamás entendería por qué Isaac y ella no podían vivir como una pareja normal con privacidad normal. Tenían tanta seguridad como algún p
Había una sonrisa grande en el rostro de Elouise. Sus ojos estaban brillantes y había un ligero balanceo inusual en sus pasos.Edward suspiró. Le iban a pagar por proteger a ese chica, no para ser su niñera. Pero si quería mantener su buena paga, debía seguir a Elouise con cuidado y en silencio desde atrás.La castaña entró en su vivienda y siguió de largo hasta la cocina donde se escuchaban algunos parloteos, Edward también siguió avanzando.Ella entró a la cocina donde pudo ver a Isaac y Deliyah, el primero estaba revisando su teléfono y la última limpiaba una mancha invisible del frente de la enorme nevera. Deliyah le sonrió al instante, Isaac sólo levantó la mirada.Pero Elouise le sonrió grande, así que Isaac lo hizo también. Y Elouise se acercó, así que Isaac abrió los brazos para ell
Elouise no tuvo que esperar mucho para poder ver el rostro confundido de suamadoesposo.El pelinegro iba saliendo por la puerta de la habitación cuando Elouise le topó de frente. Le tomó apenas dos segundos decidir de qué forma iba enfrentar aquello, y cuando lo hizo, arremetió contra Isaac, empujándolo por el pecho con todas sus fuerzas sintiendo el nudo en su garganta doler.—¡¿Cómo permites esto?! —gritó la joven con furia dejando que un par de lágrimas rodaran por sus mejillas ya que simplemente no podía evitarlo porque su corazón estaba demasiado roto para tratar de aparentar alguna nimia fortaleza—. ¡Cómo siquiera pudiste pensar en traerla aquí! ¡A mí hogar, el lugar donde duermo, donde vivo! ¡Mi casa, Isaac! ¡Esta es mi jodida casa!Quiso empujar a Isaac de nuevo, pero la situaci&oacu
Edward había recibido varias llamadas a su teléfono mientras conducía, las respondió con precaución y los ojos puestos en la carretera, por supuesto. Se puso ligeramente nervioso cuando escuchó la voz calmada de su patrón, pidiéndole amablemente que llevara a su esposo a una propiedad que tenía a las orillas de la ciudad. Isaac le pidió también una breve y escueta disculpa por el "drama" que había hecho Elouise y mencionó algo sobre no tener mucha importancia porque sucedía "a menudo". A Edward le estaba costando cada vez más mantener a raya su curiosidad. Se repetía una y otra vez que aquello no era su asunto. Que las lágrimas de la castaña no eran motivo para indagar en su vida personal y que aquel matrimonio problemático no era en realidad tan disfuncional. Quizás sólo eran diferencias y confusiones, talvez Elouise era la típica chica celosa que no entendía de razones cuando su esposo tenía que marcharse con compañeros de trabajo o lo que sea... A Edward no debería importarle. P
El hombre suspiró parpadeando ante la vista de la enorme ciudad que podía observar a través del ventanal de cristal desde lo alto del edificio en el que se encontraba. Pensaba en muchísimas cosas. Y todo terminaba resumiéndose a una sola persona. Le lastimaba verla tan derrotada. Sabía que él mismo la había hecho caer en aquel pozo. Le lastimaba verla llorar, pero era él quién le daba los motivos. Le lastimaba ver sus hermosos ojos azules, brillando y no por felicidad, sino por los cientos de lágrimas que a cada momento le hacía derramar. Conocía a Elouise lo suficiente, y se conocía a sí mismo también. Aquello era injusto, era una basura, algo de lo que no podía simplemente elegir apartarse. Porque él era quién la había cagado. Él había dejado su corazón abierto para el asilo de alguien más aún cuando el espacio estaba cubierto por completo. Cubierto por aquellas manos suaves, aquellas curvas definidas, aquellas caricias amorosas, aquellos ojos azules. Podía estar compartiendo ¿U
A Edward le ofrecieron una habitación para invitados, ya que después de que Elouise se fuera a dormir la casa quedó en total silencio. La ama de llaves, de quién sinceramente Edward no recordaba el nombre, le dio las buenas noches después de decirle que había ropa de pijama y una toalla en la habitación que se le ofrecía. Sin embargo Edward rechazó todo. Las cosas estaban tensas y su trabajo era cuidar de la cliente. Prefirió pedir café, comentando que estaría despierto un rato más por algunos asuntos. La mujer no preguntó más y después de entregarle una bandeja con una taza de agua caliente, un poco de café, azúcar y cubiertos, finalmente se fue a dormir. Le acompañaba sólo una pequeña lámpara encendida en la sala de estar, dónde había decidido sentarse a pasar la noche. Después de vigilar a Elouise durante unas horas, se dio cuenta de que ella estaba tan cansada que ni siquiera iba a despertarse, lo profundo de sus respiraciones se lo confirmaron en su totalidad. Así que mientras E
Edward estaba en la cocina bebiendo un vaso de agua mientras charlaba un poco con la mujer que atendía las necesidades de la casa. Ella se llamaba Aranza y le hablaba sobre una hija preciosa que tenía, le alagaba por ser "guapo" y le decía sin pena alguna que hacía una pareja linda con esa hija suya y que seguramente le daba modelos de nietos, pues que según serían bellísimos. Edward mantenía sus labios rectos, con ganas de fruncir el ceño. —Que te lo digo en serio. Ella es muy linda. Seguro le encanta conocerte. El guardaespaldas dio un trago más a su vaso, disimulando la mueca fea que le quería escapar de los labios—. Creo que... No es un buen momento para tener una pareja. Pero agradezco su confianza. —murmuró. —¡Ah! ¿Y cuándo será momento? —a pesar de que su tono de voz fue elevado, no pareció que se hubiese molestado en absoluto, más bien parecía divertida. Edward parpadeó casi incómodo cuando Aranza se giró a darle una mirada y después prosiguió en lo que hacía, pulió algunos
"—Por favor, por favor. Hay que escapar Edward, llévame contigo, no puedo estar un segundo más aquí. N-Necesito que... —Elouise lloró, sujetando desesperadamente el traje del guardaespaldas en sus pequeñas manos. Edward notó el dolor en el rostro de Elouise, su aliento con olor a licor. Observó a la joven recargarse en su pecho—. Sólo sácame de aquí. Edward tragó saliva—. ¿Le ha golpeado, señora? ¿Wright le ha...? Elouise soltó otro sollozo alto. Edward se quedó inmóvil—. Por favor... —sollozó ella—. Vayamos a otro lugar. No quiero estar aquí. —Por supuesto, señora." Por alguna razón, Edward terminó por hacer algo más que proteger a la joven Elouise.