—Lamento venir sin avisar, ¿puedo pasar? —Pregunta el hombre que la mira fijamente, y ella, asiente mientras baja la mirada, y se da cuenta de que lleva una pequeña maleta de mano. —¿Viajas a algún lado? —Le pregunta mientras camina de espaldas a él, para que entre a la casa. —Sí, solo he venido a despedirme. —Deja la maleta en el piso, y observa a Macarena, girarse y mirarlo sorprendida. —¿Despedirte? No parece ser un viaje muy largo. —Mira la pequeña maleta, mi Rupert la señala. —Este no es todo mi equipaje. El resto está en mi auto. —¿Acaso haces esto por qué terminamos? ¿Quieres hacerme sentir culpable? —Le pregunta un poco enojada. —¿¡Qué!? ¡No! Solo quería verte, decirte que a pesar de todo aún te quiero. Eras mi amiga, y espero algún día volver a verte y poder tomarnos un café, sin sentirnos incómodos, o peor aún, ni siquiera saludarnos porque fuimos demasiado inmaduros como para entender que lo nuestro simplemente no funcionaria. —¡Tú fuiste el inmaduro! —Bro
Lucía llega al hotel Saint-Louis, un lugar en el que no tiene ningún tipo de recuerdos agradables. Sin embargo, se da cuenta de que solo es eso, un lugar. Y ahora que ha pasado, por tanto, nada puede incomodarla ya. Pregunta en recepción por la rueda de prensa que se dará en el salón de eventos de ese hotel, y de inmediato es escoltada, ya que Mariano dejó instrucciones específicas, apenas llegara. Entra por una puerta continua, que la lleva directamente a la tarima del lugar, donde es recibida por los flashes de las cámaras que la ciegan un poco. Rápidamente, saca de su bolso una USB que le entrega al hombre que la acompaña. —Coloca esto cuando te lo indique por favor, es muy importante. El hombre asiente, y Lucía, como puede, toma asiento. Sus piernas tiemblan, y carraspea un poco antes de empezar a hablar. Apenas y balbucea unas cuantas palabras cuando miles de preguntas empiezan a ser lanzadas por los periodistas. —¿Es cierto que la habían dado por muerta? —¿Usted e
—Mariano, ¿a qué horas sale el vuelo? —Pregunta de forma fría Greg, mientras aún sigue de pie frente al TV, a pesar de que la entrevista de Lucia ya terminó. —¡Eh!... Tenemos como 2 horas. —Contesta Mariano, algo confundido por su actitud. —Muy bien, te veré en el aeropuerto. —Toma su auto, y sale rápidamente del lugar. *** Lucía, que caminaba lo más rápido que podía a la salida del hotel, evitando a varios periodistas que seguían haciéndole miles de preguntas, siente un alivio enorme cuando observa a Macarena esperándola en su auto. Con un gesto que hace con la mano, le indica que se apure y suba, y esta le hace caso. Macarena arranca rápidamente el auto, y Lucía agradece por ello. —¿Me puedes decir en qué rayos estabas pensando cuando decidiste dar un corto resumen de tu vida en TV nacional? —Obviamente, volverme famosa. —Ambas amigas se miran y ríen por la gracia que les causa el comentario. —No en serio, acaso no te das cuenta de que quizá esto complique tu vid
—¿Ahora qué harás? —Le pregunta Macarena luego de salir del juicio, parada junto al auto que se encuentra en el sótano del edificio. —¿Intentarás levantar la empresa? —¿Eso sería viable? —Dirige Lucia la pregunta a su abogada que era una profesional muy reconocida en el Estado de New York, empleada en el buffet de Smith, asociados y abogados, la cual había llegado a su vida, al interesarse en su caso, pues se identificaba con la mujer, ya que ella también era una mujer muy fuerte, que se había abierto paso en el mundo laboral y personal luego de pasar por muchos desafíos en su vida. Isabella Montenegro, era su nombre. Una mujer hermosa y decidida, que quería ayudar a Lucía en todo lo que pudiera. Parecía extraño, pero sentía de cierta forma que la conocía; ambas mujeres, sentían lo mismo. —No lo creo, Lucía. Soy abogada, no empresaria, pero el estado de tu empresa económica y legalmente está mal. Levantarla sería más difícil que venderla, y eso tampoco sería fácil. —Sí, lo i
—Lorena Nashville tiene visita de su abogado. —Comenta una de las guardias, que interrumpe a la mujer mientras ayuda en la lavandería del penal de mujeres. —En un momento voy. —Afirma, mientras termina de sacar algunas sabanas de la lavadora, para luego acomodarse un poco el cabello que estaba completamente desarreglado. Parecía desencajada, quizá por la tez pálida que había adquirido últimamente; sin embargo, aún caminaba como toda una modelo, motivo para que algunas mujeres la adularan y otras se burlaran. —Señor Raynold no esperaba verlo. —Le da la mano y toma asiento. —Aunque el juicio ha terminado y la sentencia ha sido dictada, aún sigo siendo su abogado. Quería decirle, que el juez ha otorgado un pequeño beneficio de buena conducta, que reduciría su pena a casi un año. —Entiendo. —Comenta no muy animada. —Sé que no es mucho, pero incluso un día en este lugar debe ser un suplicio. —Tal vez, pero lo merezco. No se preocupe, no haré nada que extienda mi condena, p
—Claro que no, es solo que tengo que reunirme con un cliente. —Intenta parecer serena, aunque todo su cuerpo tiembla —Razón aún mayor para quedarte, porque tu cliente soy yo. —¿Qué? ¿Acaso es una broma? —¿Crees que vendría desde Italia, solo por una broma? —Sabes que, muy bien, supongamos que es verdad, que tú eres mi cliente. Dime, ¿qué es lo que buscas? —A ti... —Reconoce Mariano, y Macarena, puede sentir como su corazón se acelera y todo su cuerpo se tensa. —¡Ejem! Me refiero al producto. —Intenta ignorar su comentario. —Ah... Es un vino nuevo, que queremos lanzar inicialmente aquí en este país —¿Queremos? —Sí, convencí a Gregory de eso, después de todo aquí fue donde se le ocurrió el nuevo sabor. —Entiendo. ¡¿Y como se llamará? —Lucia's —¿Es real? —Macarena parece realmente conmovida, por unos instantes —Sí. El nombre se me ocurrió a mí, y aunque Greg al principio no estaba muy de acuerdo, terminó cediendo. —La mirada de Mariano, mientras habla con
Lucia, que estaba parada frente al mar, disfrutaba la sensación de las olas, que rozaban suavemente la planta de sus pies, a la par que la brisa despeinaba su cabello, y acariciaba su rostro, mientras sus ojos maravillados observaban el sol esconderse tras el horizonte. Un ritual que hacía a diario, y del cual nunca se aburría. Había comprado una pequeña casa en la costa, que se había convertido en su terapia. Se había dedicado a arreglarla y a decorarla a su gusto. Al principio, cuando por equivocación llegó al pequeño pueblo costero cerca de Marsella, Francia, debido a una confusión con el autobús que se supone debía llevarla a París, sintió paz, y la necesidad de quedarse en el lugar, Era como una corazonada que no podía dejar pasar. Una pequeña casa, bastante deteriorada, resulto ser su única compañía, y su única confidente. Luego de hacer caso a su corazonada, se sintió muy diferente, se sintió perdida, y arrepentida. No estaba segura de si gastar su dinero en un lugar que
Había pasado más de un año, desde la última vez que vio a Lucia. Gregory, observaba las fotos en su teléfono como un lejano recuerdo, que a veces lo hacía feliz, y a veces lo hacía enojar. —Señor, ¿está de acuerdo? —Pregunta su asistente personal, luego de indicarle su agenda para el día de hoy. —Sí. —Contesta vagamente, liberando un amplio suspiro como si no tuviera otra opción. —Muy bien, señor. Por cierto, su padrino llamo, que vendrá a visitarlo el día de hoy, y Mariano le dejo dicho que por favor no se olvide que mañana deberá acompañarlo a probarse algunos trajes. —¡Ese idiota! Desde que lo ascendí, no hace más que faltar y ocuparse de su tonto matrimonio. ¿Acaso cree que yo haré el trabajo por él? —Comenta, y la asistente que había reemplazado a Mariano, hace más de 6 meses, parecía fuera de lugar. —Señor, pero usted fue quien le dijo que se tomara 3 meses por su boda, y apenas lleva uno. —Su comentario le cuesta la mirada de desaprobación de Gregory. El padre