Nave espacial Nibiru, año 15.000 A.C.
La nave que provenía de la constelación de Orión atravesaba el cosmos mediante el hiperespacio. Era una nave muy bonita y muy grande. Tenía una estructura cristalina plateada hecha con una aleación metálica adamantina, y su forma era piramidal.
El interior de la Nibiru asemejaba notablemente el aspecto diamantino y brilloso del exterior, aunque con una estructura arquitectónica apta para los viajes interestelares a larga distancia. Había puertas de aspecto romboide que se abrían de forma automática desplazándose lateralmente, extensos pasillos, salas comunes, salas de máquinas, unas habitaciones palaciegas para la aristocracia y en el centro un exuberante y bello jardín repleto de exóticas flores y plantas recolectadas de cientos de planetas diferentes. El domo central que le daba el aspecto ovoide a la parte superior de la nave se encontraba precisamente sobre el jardín y un plexiglás transparente como el vidrio pero más resistente que el acero operaba como cielo raso permitiendo ver el espacio exterior que en ese momento era una difusa confusión de luces multicolores similares a una aurora boreal; el hiperespacio.
La civilización que había creado aquella espléndida nave eran los Anaki, una especie antropoide de gran belleza y gallardía, provenientes de la Constelación de Orión. Se caracterizaban por su estatura alta, sus ojos de color amarillo con pupilas alargadas como la de un felino y un poco achinados, y su cabello siempre de colores oscuros.
Enki se encontraba meditando en su camarote privado, en donde también se ubicaba su laboratorio. Era el segundo aposento más grande de toda la nave, seguido sólo por el camarote de su hermano Enlil, el comandante de la misión y príncipe heredero quien casualmente se encontraba pronunciando algún demagógico discurso que era escuchado atentamente por toda la tripulación y el personal civil.
Enki no soportaba las habladurías de su pedante hermano con quien no tenía nada en común. Él era un científico. Se había dedicado toda su vida a cultivar el intelecto y odiaba la violencia. Era bien conocido por su espiritualidad, humildad y generosidad. Su hermano Enlil, al contrario, era un militar por vocación, de limitada inteligencia y habituado a resolver todos sus problemas por medio de la fuerza y obtenerlo todo haciendo uso de la violencia desde que era un niño malcriado. Se jactaba de sus hazañas militares durante varios de los enfrentamientos bélicos del Imperio y por sus inclementes represalias sobre infortunados pueblos sometidos.
Pero, como primogénito, le correspondería heredar el trono una vez que su padre, el Rey Anu, falleciera y cuando eso sucediera, sin duda, el Imperio caería bajo una tiranía militar.
—¡En fin! —suspiró Enki decepcionado y continuó estudiando en su computadora los datos generales que se tenían del planeta al que se dirigían, recopilados por un equipo explorador hacía algunos años.
Tercero en su sistema solar, era un planeta rocoso de tamaño mediano, atmósfera 78% de hidrógeno, 21% oxígeno y 1% argón, con abundante vida vegetal y animal y clima cálido en la mayor parte del globo. La que, al menos aparentemente, pareciera ser la forma de vida más inteligente del planeta es una especie de primates bípedos y lampiños en etapa tremendamente primitiva.
“Primates” pensó Enki “podrían ser genéticamente compatibles con nosotros”.
El tintineo emitido por la computadora le hizo saber que alguien tocaba a su puerta. Enki, molesto por la interrupción, pasó su mano sobre el lector óptico esferoide en su escritorio y esto fue suficiente comando para que la puerta se deslizara hacia la derecha dejando entrar a su odioso hermano Enlil.
—Hermano —dijo Enlil reverenciando fingidamente. Entre mayor fuera el respeto que se debía mostrar al que se saluda más inclinada debía ser la reverencia. Evidentemente, Enlil cumplía hipócritamente con el formalismo sin sentir respeto alguno por su hermano el científico a quien siempre consideró un debilucho y potencial rival. —Espero que los dioses te sean propicios.
—Que así sea contigo también —dijo Enki levantándose de su asiento y devolviendo el saludo lacónicamente.
—No te vi escuchando mi discurso de hoy.
—Espero disculpes mi falta de educación pero me encuentro tremendamente ocupado. Y ciertamente que no necesito escuchar tus monólogos para saber de tus hazañas en batalla.
—En eso tienes razón. Además, la función del discurso era simplemente inspirar a la tripulación ahora que vamos a anexar un nuevo sistema al Imperio.
Enki se encogió de hombros en forma desdeñosa y agregó:
—Si encuentras gloria en conquistar a un montón de cavernícolas primitivos.
—Para alguien que derrotó a los insectoides chax y su ejército de miles de millones de insectos gigantes guerreros y a los monstruosos reptiles shakaren de la Constelación de Draco, sin duda que esclavizar a un puñado de simios mugrosos no es gran logro, pero es la voluntad de nuestro padre y, por tanto, incuestionable.
—Nadie duda de tus ya legendarios éxitos militares, hermano, pero recuerda que esta expedición es científica.
—Esta expedición es lo que yo quiera que sea. El que debería recordar su lugar eres tú. —Enki rechinó los dientes molesto. —Descuida, por hoy he excusado tu ausencia a mi discurso, pero espero no vuelva a suceder. Como comprenderás, es malo para la moral que mi propio hermano no esté presente cuando me dirijo a la tripulación.
Tras esto, Enlil se retiró.
***
Era una mañana ordinaria en la Tierra. Al menos para Ur.
El cavernario percibió la cálida luz solar entrando por la boca de la cueva y la humedad producida por la evaporación del rocío nocturno en la vegetación. Estiró sus robustos músculos y restregó sus ojos para eliminar de ellos las lagañas. De largos cabellos y barba, ataviado sólo con un escueto taparrabo (no necesitaba más en las cálidas tierras tropicales del Medio Oriente que, en aquella remota época, no era un desierto sino un área selvática) y de piel morena. Miró hacia un lado y observó el hermoso cuerpo de Aga, la joven mujer que había llevado a su cueva la noche anterior como premio a su excelente capacidad de cazador.
Ur se levantó y salió de la caverna. Era un lindo día y disfrutó del aromático exterior. Las mujeres ya habían comenzado a azar la carne de alguna de las presas cazadas el día anterior y Ur se saboreó gustoso.
Se aproximó dispuesto a desayunar y ya iba a arrancarle un pedazo al venado que freían sobre una fogata cuando una de las ancianas que servía de cocinera y que además era una excelente recolectora tras toda una vida de experiencia, le propinó un manotazo en el antebrazo que lo disuadió.
—Esta carne no es para ti —dijo en su muy elemental y monosilábica lengua de la cual sólo podemos hacer una traducción aproximada. —Es para el Chamán. Pasó toda la noche consultando con los espíritus en la montaña y está hambriento.
Ur se encogió de hombros y aceptó la explicación alejándose. Tendría que cocinarse algo él mismo o comer pedazos crudos de la ración —que le correspondió de la cacería— que guardaba en su cueva con la esperanza de intercambiar por favores sexuales o esperarse a que más tarde hicieran una comilona común. El Chamán era el más anciano y sabio de la tribu, quien sabía todo, y no era prudente importunarlo. Nunca cazaba pero sí sabía donde se conseguirían las mejores presas, además era curandero e intercedía con los espíritus para tener buena fortuna, así que de alguna manera se ganaba su buena tajada y nadie nunca se lo cuestionó.
Disconforme con su frustrado intento de desayunar decidió ir a darse un baño en las cristalinas aguas de una laguna cercana.
***
Ur se estaba remojando bien en las tibias aguas de una laguna aledaña a la ubicación de las cuevas donde residía su tribu. Colocó cautamente su lanza cerca y de manera apacible se recostó en las rocas y se relajó.
La relajación le duraría poco.
Los estentóreos quejidos de una mujer le llamaron la atención y lo despertaron bruscamente. Ur se incorporó de inmediato y salió del agua a toda velocidad, lanza en mano, siguiendo el ruido.
Parapetado tras unas piedras observó como un grupo de tradicionales enemigos de su pueblo, unos seres grotescos de aspecto simiesco, piel oscura, mechones enmarañados rojizos y cuerpo rechoncho que los científicos miles de años después denominarían neandertales, arrastraban a una infortunada muchacha de los pies. Ur quedó sorprendido por la belleza de la joven de cabellos castaños y piel blanca totalmente desnuda y no podía permitir que los detestables neandertales la lastimaran.
Los siguió furtivamente ocultándose en todo momento. Eran seis neandertales que llevaron a la mujer hasta su guarida en una caverna lejana donde diversas osamentas humanas yacían decorando mórbidamente el rededor como evidencia macabra de su dieta antropófaga.
La muchacha sollozó más fuertemente conforme los neandertales la colocaron sobre una lápida manchada de sangre donde solían destazar a las víctimas humanas que devoraban. Uno de ellos preparó una pesada cachiporra mientras los demás —salvo el que la sujetaba fuertemente— tomaron piedras y palos listos para darle una muerte horrenda.
Ur no tenía mucho tiempo, así que se lanzó impulsivamente contra los neandertales e insertó su lanza inmediatamente en el pecho del que se disponía a aplastar a la joven con su cachiporra. Ur sabía que los neandertales eran más fuertes físicamente que los humanos pero que eran más lentos mentalmente así que el factor sorpresa era su única ventaja.
Y en efecto, conforme se desplomó muerto su líder, los demás neandertales sorprendidos no parecieron reaccionar de inmediato, su letargo duró fracciones de segundo, pero cruciales.
Ur entonces golpeó al neandertal hincado que sujetaba a la joven y este la soltó. Tomó a la muchacha de una mano y escapó con ella a toda velocidad perseguidos por sus enemigos. Otra ventaja de Ur y su acompañante era la velocidad pues los achaparrados neandertales eran muy lentos. La pareja humana logró poner suficiente distancia entre ambos y cuando Ur reconoció que estaba cerca de su gente profirió unos alaridos pidiendo auxilio que llamaron la atención de los feroces cazadores quienes tomaron sus lanzas y se dirigieron a brindarle ayuda. Los neandertales al ver esto optaron por desistir y se alejaron no sin que uno más muriera atravesado por una lanza que le tiraron.
La muchacha era de alguna otra tribu diezmada por neandertales y no hablaba la lengua de Ur, sin embargo, era perceptible su agradecimiento mediante el lenguaje corporal.
Por el alboroto, al lugar llegó el anciano Chamán de larga barba blanca y todos acallaron la algarabía por respeto.
—¿Qué sucede? —preguntó el anciano.
—He salvado a esta muchacha de los otros.
El Chamán la inspeccionó de pies a cabeza y le aferró el mentón con la mano derecha contemplándola bien, pero con mirada inquisitiva. Luego declaró:
—Bien hecho, Ur.
—¿Puede quedarse?
—Si así ella lo quiere. Si necesita ser curada dímelo y le daré algunas hierbas.
—Sí, señor, gracias.
A partir de entonces fueron inseparables.
***
Enki rabiaba de la ira al recordar la forma en que su hermano le habló hacía algunas horas y esto a su vez invocó recónditos resquemores del pasado.
La mente de Enki retrocedió muchos años en el pasado y sus recuerdos viajaron hasta su mundo de origen y capital de un imperio que gobernaba sobre cientos de planetas en toda la Galaxia; el Planeta Nibiru.
El Palacio imperial donde residía el monarca y la Familia Imperial era un complejo de pirámides cercadas por seis enormes atalayas y algunos edificios más pequeños de arquitectura variables como la Guarnición militar y el Puerto Espacial.
—No llores más, mi amor, no llores más —decía la Reina Nammu, madre de Enki, mientras le acariciaba el cabello a Enki cuando era un niño. Ambos se encontraban en los jardines del Palacio en donde abundaban las flores y la vegetación tropical. Enki, un niño tímido y ensimismado, que desde pequeño mostró más interés en el estudio que por las proezas físicas, sin duda había sido lastimado de alguna forma por los frecuentes maltratos físicos y psicológicos del bravucón Enlil. —Ya tranquilo, ponte de pie.
Enki obedeció y levantó la cabeza del regazo de su amorosa madre quien le limpió las lágrimas de las mejillas. Nammu tenía el cabello rubio sedoso y largo que era removido por la brisa.
—¿Por qué tiene que ser tan malo conmigo siempre? —preguntó el infante.
—Quizás siente celos de ti.
—¿Celos? ¡Pero si es el preferido de mi padre!
—Eso no es verdad. Tu padre te ama y también está muy orgulloso de ti.
Enki no podía quejarse demasiado de su padre, pues debía admitir que era un hombre firme pero apacible que siempre reprendió a Enlil cuando consideraba que se extralimitaba en sus accionares bélicos y que también promocionó las ciencias, la filosofía y la espiritualidad. El Rey Anu era, a su manera, un pensador y felicitaba a Enki públicamente por su ingenio científico. Cuando fuera adulto, lo reconocerá poniéndolo a cargo de grandes proyectos de investigación, colocándolo al mando de las universidades y buscando su opinión en temas políticos y administrativos lo que en alguna medida incrementó el odio y el recelo de su hermano Enlil.
—Algún día, hijo mío —profetizó su madre— algún día te darás cuenta de que el Universo tiene destinado algo grande para ti.
Luego de esto su madre lo abrazó tiernamente sin saber que un resentido Enlil los observaba de lejos.
Pero los recuerdos de Enki fueron interrumpidos cuando la computadora central de la nave dio la noticia de que en algunos minutos saldrían del hiperespacio.
Una distorsión en el espacio comenzó a gestarse justo a las afueras del sistema solar, a unos miles de kilómetros del cinturón de Kuiper. Una afluente de gravitones, partículas interdimensionales que producen la gravedad, rasgó el espacio-tiempo generando una especie de umbral cósmico y la desembocadura de un agujero de gusano artificial que asemejaba un aro resplandeciente rompió la negrura del cosmos. De ella emergieron incalculable cantidad de taquiones y además, la nave piramidal de los anaki.
—Cuatro planetas rocosos —enumeró Enki leyendo la información que brindaban los sensores de la nave en las consolas— cuatro gigantes gaseosos y cinco planetas enanos. Interesante.
Tras esto, los anaki impulsaron su nave con los potentes motores gravitónicos hasta llegar finalmente al tercer planeta del sistema solar y aterrizar en su interior.
***
Los días habían pasado desde que Ur había rescatado a una jovenzuela de las hambrientas intenciones de sus captores y desde entonces se habían convertido en amantes. La joven, cuyo nombre era Kima, aprendió rápidamente el idioma de su nueva tribu y aprendió a volverse útil para su comunidad adoptiva, especializándose en recolectar.
Sin embargo, Ur era muy cotizado y esto despertó celos en algunas mujeres. En cierta ocasión, Kima se encontraba recolectando junto al resto del grupo y, por algún motivo, se separó bastante de las demás. Cuando estaba suficientemente lejos, Aga —la que había dormido con Ur la noche anterior a su llegada— se la abalanzó encima dispuesta a matarla. Ambas mujeres se sumieron en una aguerrida contienda muy violenta girando por el piso, golpeándose, rasguñándose, mordiéndose y jalándose las mechas.
Pero su conflicto interpersonal fue interrumpido súbitamente y por un suceso que cambiaría sus vidas y la vida del planeta entero. Atónitas escucharon un ruido atronador y observaron bajar del cielo una enorme montaña que se abría paso entre las nubes. Aterradas ante la visión que las hizo detenerse y levantarse para mirar el cielo, contemplaron la enorme y gigantesca estructura voladora que bajaba hasta un desolado valle semidesértico haciendo correr a los animales y espantando también a las aves, y a ellas, que inmediatamente partieron rumbo a su tribu a toda prisa.
Cuando llegaron en cuestión de instantes hasta donde los suyos relataron la historia al Chamán, a Ur y al resto. Al principio su narración fue atolondrada e incomprensible, pero cuando estuvieron más ecuánimes explicaron mejor el asunto. El Chamán decidió investigar de inmediato aquel fenómeno increíble y partió junto a Ur y los demás cazadores hacia el lugar del avistamiento.
Cautelosamente se aproximaron hasta las inmediaciones del valle y en efecto pudieron ver que una montaña de aspecto extraño súbitamente apareció de la nada. Más sorprendente aún fue observar como la montaña se abría produciendo una luz cegadora y de ella emergían unos hombres de aspecto increíble.
—¡Los espíritus! —adujo el Chamán con la única explicación que le era plausible, y se postró ante ellos imitado por todos sus fieles hombres.
***
Desde el primer momento en que Enki conoció a Sud quedó prendado de ella. Claro, la muchacha era muy joven (varios años más joven que él), una adolescente apenas, y por decoro debía esperar. Pero pensaba pedirle la mano formalmente a la familia de la muchacha en cuanto ella tuviera edad suficiente. Sud provenía de un hogar plebeyo y sin ningún vínculo con la nobleza pero no importaba, al fin y al cabo él no era el heredero al trono.
Aunque respetuoso de las normas sociales anaki que le impedían cumplir sus anhelos románticos y tórridos pensamientos, Enki si cultivó una amistad con Sud. La muchacha era muy inteligente y curiosa y le encantaba que Enki le hablara de temas científicos.
—Explíqueme más, Dr. Enki, por favor —le suplicaba dulcemente— ¡Usted sabe mucho!
—Gracias Sud, pero no me digas Dr. Enki, dime Enki a secas.
—Sí, Doc… es decir… si Enki. Cuando sea mayor quiero estudiar biología como usted.
—Excelente, sin duda serás una gran científica.
—¿Qué hace con la sangre de estos salvajes? —preguntó Sud.
—No los llames así —corrigió Enki severa, pero amistosamente— son menos desarrollados que nosotros pero son personas también. Les extraigo sangre para estudiar sus genes. Soy genetista.
—¿Y eso servirá de algo para el Imperio?
—Talvez. Pero en todo caso es importante acumular información para el saber científico porque nunca se sabe cuando se necesitará. Ahora, tengo un regalo para ti… —dijo extrayendo de entre sus bolsillos un objeto que parecía un camafeo emperlado. Se trataba de un óvalo, Sud los conocía bien, eran instrumentos que guardaban en su memoria imágenes de hologramas, grabaciones, música, etc., y generalmente se usaban como regalos para suministrarle a alguien especial algún bonito recuerdo. En cuanto Sud accionó del dispositivo oprimiendo una de las perlas centrales, este dispersó una agradable tonada musical. La conmovida Sud abrazó a Enki.
***
Ur no sabía porqué debía introducirse a la enorme montaña voladora de los dioses a que le picotearan todo, pero obedecía las indicaciones del Chamán que había girado órdenes de satisfacer las demandas de las divinidades. Indiferente a estos seres la mayor parte del tiempo, Ur prosiguió con su vida, tuvo muchos hijos con Kima y continuó cazando animales con gran pericia.
***
—Mi comandante —dijo el visir Nusku al pedante Enlil que yacía aburrido tomando el sol en una silla plástica en el jardín— los trabajadores se niegan a seguir laborando.
—¿¡Que!? —fue la reacción de Enlil incorporándose. Ya estaba de mal humor por encontrarse asignado a esa insípida y aburrida misión cuando debería estar librando batallas en algún rincón de la Galaxia ¡y ahora esto!
—Dicen que el trabajo es demasiado duro.
—¡Claro que es duro! Los robots de trabajo se dañan fácilmente con este clima polvoso y alguien tiene que construir los campamentos si es que queremos colonizar este planeta alguna vez.
—Bueno pues, rehúsan proseguir con sus labores. Lo lamento.
Entonces Enlil se puso pensativo algunos momentos.
—¡Claro! —se dijo— los nativos.
—¿Los primates?
—Sí. Por qué no. Pónganlos a trabajar. Tienen mentes simples y con algunas indicaciones será suficiente para darles órdenes…
—Sí, mi señor…
A los trabajadores, que en su gran mayoría eran militares de bajo rango pues el personal civil era principalmente de científicos, les pareció una idea espléndida y pronto todos los humanos de todas las tribus aledañas fueron obligados a trabajar.
Cavaban pozos, levantaban campamentos, construían acueductos. Naturalmente las labores eran muy elementales y siempre estaban violentamente supervisados por los soldados que, en caso de notar algún ánimo rebelde, los doblegaban con golpes. A los hombres les designaron las labores más pesadas y las mujeres les llevaban agua y comida. Sin embargo, la presencia femenina en el campamento despertó ímpetus más oscuros y pronto los anaki impusieron un nuevo yugo a los humanos.
***
—¿¡Que está pasando, Enlil!? ¡Exijo una explicación! —fueron las palabras enardecidas de Enki cuando se enteró de lo que sucedía y fue a interpelar a su hermano.
—¿Estás olvidando a quien le estás hablando?
—Dejémonos de fachadas, hermano, ambos sabemos lo que sentimos el uno por el otro y no te temo. No te atreverías a lastimar a un miembro de tu propia familia mientras nuestro padre viva.
—Te arriesgas demasiado, Enki, pues nuestro padre no vivirá por siempre.
—Me preocuparé por eso en su momento. Por lo pronto te recuerdo que esta expedición científica se encuentra bajo mi mando…
—En lo referente a lo administrativo, pues en lo militar yo soy el comandante.
—¿Y desde cuando convertir a estas personas en esclavos es una decisión militar?
—¡No son esclavos!
—No uses eufemismos conmigo, Enlil. ¿Sabes que tus soldados están abusando de las mujeres?
—Me enteré. Me parece repulsivo. Raya en la zoofilia.
—¿No vas a detenerlos?
—Ya giré una orden prohibiéndolo. No puedo imaginar peor blasfemia que una de estas criaturas quedara embarazada de un anaki. Mezclaríamos nuestra sangre con unas alimañas. Para tu tranquilidad y la mía ya ordene que no traigan más mujeres a las áreas de trabajo.
—No es suficiente. Quiero que detengas esta servidumbre.
—Antes abdicaré al trono y me lanzaré al espacio sin traje que seguir una orden tuya… hermano.
***
—¡Estos seres no pueden ser dioses! —rabiaba Ur a su tribu tremendamente resentido, aprovechando que el Chamán no estaba y todos los demás se reunían dentro de la caverna en la noche a iluminarse con el fuego de una fogata. Él, como los demás hombres, estaba agotado de las extenuantes labores e indignado por el abuso del que Kima, como las demás mujeres jóvenes, había sido objeto.
—¿Cómo sabes que no son dioses? —preguntó la anciana.
—Los espíritus de los que hablaba el Chamán antes eran bondadosos y amables y nos brindaban alimento y lluvia. Estos seres son crueles.
—¿Y quien dice que los dioses no pueden ser crueles? —insistió la anciana.
—Ustedes saben lo que han hecho —recordó Ur y Kima bajó la mirada.
—Es verdad —dijo la voz del Chamán adentrándose sorpresivamente a la caverna— Ur tiene razón. Estos seres no son dioses.
—¿Y que podemos hacer? —preguntó Kima, temerosa.
—Nada. No hay forma de escapar de ellos pues pueden volar a cualquier parte del mundo y no podemos rebelarnos porque su magia es poderosa y todos los hemos visto disparar rayos mortales. Deberemos soportar este yugo, en silencio.
***
—Debo decirle algo, Dr. Enki —le notificó el visir Nusku adentrándose a sus aposentos.
—Adelante, que sucede.
—Juré no decir nada pero, la infamia de su hermano es ciertamente imperdonable.
—¿Qué sucede? ¡Hable!
—La joven… su amiga…
—¿Sud? —preguntó ya airadamente el científico— ¿Qué pasó? ¿Le ha hecho daño Enlil?
—Eh…
—¡Hable ya!
—El comandante Enlil la observó bañándose desnuda en un río y me ordenó que le llevara un transporte acuático, luego la introdujo al transporte y me ordenó que me fuera…
—¡Maldito seas, Enlil! ¡Maldito seas! ¡Esta vez pagarás por esto!
Enlil estaba acostumbrado a hacer lo que quería y a utilizar la violencia si no lo conseguía por las buenas, y Sud no fue la excepción. Su posición como heredero al trono de la Galaxia lo protegía de sus múltiples excesos pero, todo tiene su límite, y el haber violado a Sud era algo certeramente imperdonable, aún para un príncipe.
Enki comunicó el crimen a sus padres en Nibiru mediante un sistema de comunicación que transmitía los mensajes vía hiperespacio produciendo una agujero de gusano en miniatura. Esto permitía a dos personas en lugares distantes de la Galaxia tener una comunicación fluida pero el proceso consumía demasiada energía y debía usarse sólo en casos de urgencia.
Los padres de Enki le dieron luz verde para manejar el asunto, asumir el control de la misión y sancionar a Enlil de acuerdo a las leyes anaki.
Aunque dudosos al principio, los militares finalmente reconocieron la autoridad que los reyes habían depositado en Enki y arrestaron a Enlil.
La pena debió ser el envío de Enlil a un planeta penal de inmediato pero la agravada, Sud, declinó testificar así que la Corte Marcial —ya que Enlil era militar— decretó una sanción menor y lo condenó a prisión domiciliaria obligándolo a recluirse en una de las bases subterráneas mineras donde conservaría su rango.
Decepcionado, Enki quiso hablar con Sud para entender porqué había tomado esa decisión y para confesarle su amor sin importarle lo sucedido, pero Sud le dijo:
—Creo que no es correcto que nos veamos de nuevo, Dr. Enki.
—¿Por qué me dices Dr. Enki?
—Debo irme, con su permiso… —y comenzó la partida de inmediato, pero Enki intentó detenerla diciéndole:
—¡Sud! ¿A dónde vas? ¡Yo te amo! ¡Sud! ¡SUD!
***
Los siglos pasaron. El Chamán falleció, Ur falleció, así como lo haría Kima. Sin embargo los hijos de Kima, de Aga y de todas las demás mujeres de la tribu que habían sido víctimas de la lujuria de los dioses, no resultaron ser niños normales. La sangre anaki los hizo mucho más grandes y fuertes y desarrollaron las habilidades intelectuales superiores de sus padres biológicos. Y también los hizo temidos por ser semidioses.
Cualesquiera que fueran las razones que motivaron a Sud (probablemente presiones familiares) esta se casó con Enlil. La afrenta de esta manera quedó “subsanada” y Enlil pudo salir de su exilio en el inframundo. Enki entonces se alejó a una base científica que estaba ubicada en altamar repleto de resentimiento y encono.
Odiaba a Enlil, no sólo por todo el trasfondo de su caótica relación fraternal, no sólo por haber violado a Sud, sino, y principalmente, porque le hizo perder el amor de su vida. La mujer que amaba terminó casada con ese fanfarrón criminal que debía de estarse jactando en estos momentos.
Así, Enki realizó innumerable cantidad de experimentos genéticos en los humanos que recolectaba. Creó muchos clones intentando mejorar a los humanos con una finalidad algo turbia.
Durante muchos siglos su hermano Enlil había estado intentando solapadamente exterminar a la humanidad. Propagó un virus artificial diseñado especialmente para que solo matara humanos, pero el ingenio de Enki le permitió crear un antídoto con el que salvó a las personas. Luego, Enlil utilizó los sistemas de manipulación climática de las naves para evitar precipitaciones y así impedir la lluvia en ciertas áreas para matar a la gente con sequías, pero Enki nuevamente contrarrestó el efecto con su sapiencia meteorológica. Esto hizo que los humanos —cuya civilización había comenzado a evolucionar hasta la construcción de ciudades— sintieran un gran aprecio por Enki que se volvió un dios muy popular, quizás el más querido entre los llamados “Annunaki” (los que bajaron del cielo).
***
Enlil, enfurecido y humillado por la preferencia que los humanos sentían por su hermano, decide dejar la Tierra.
—¡Empaquen todo! —dijo a Nusku— desarmen las bases y prepárense para la partida. Dejaremos por siempre este salvaje planeta.
—Pero… mi señor… —quiso intervenir Nusku, sin embargo, Enlil prosiguió:
—¡Silencio! No extraeremos nada valioso de esta roca inservible. Nos largamos. Informaré a mi padre que este mundo no tiene nada de valor. No tiene ningún recurso que no podamos conseguir en otros planetas y sus habitantes son poco más que bestias. ¡Estoy harto! Merezco glorias militares y políticas, no estar asignado a un planeta olvidado de la Galaxia.
—Si, señor. ¿Y su hermano, Enki?
—¿Cuál hermano?
En cuestión de semanas los anaki se habían preparado para irse. No quedaba prácticamente nada que evidenciara su presencia salvo el laboratorio de Enki. Enki se enteró de la partida de los suyos pero declinó irse porque sabía que Enlil tramaba algo. Aunque si le dejó un regalo de despedida.
Cuando la nave nodriza se elevó hacia el cielo y dejó la atmósfera terrestre, Enlil ordenó que dispararan torpedos de fotones a los océanos. Nusku sabía que tal acción provocaría maremotos que inundarían los continentes devastando la vida en la Tierra, incluyendo a Enki, pero no tenía más remedio que obedecer.
Mientras, Enlil se introdujo en su lujoso aposento dentro de la nave, el más grande de todos. Allí se encontraba su esposa Sud que había llevado una vida bastante infeliz atada a su temperamental y violento marido.
—¿Qué es esto? —preguntó Enlil observando un óvalo que dejaron sobre la cama.
—Es un regalo que me dio Enki. Se supone que contiene un mensaje.
—¿A sí? Pues dámelo, quiero ver que te dice ese idiota.
—¡No! ¡Es mío! —pero ante las amenazas de golpiza de Enlil, Sud accedió. Enlil tomó el óvalo que parecía una piedra ovoide de color negro y lo apretó con su mano. El aparato debía de producir algún mensaje, generalmente un holograma o una grabación, cuando era oprimido, pero este lo primero que hizo fue inyectarle mediante una aguja hipodérmica un suero en el torrente sanguíneo de Enlil.
—¡Pero que…! —alcanzó a decir y tiró lejos el óvalo que, ahora sí, pronunció su mensaje.
—Sabía que serías tú el primero en activar el óvalo —dijo la voz gravada de Enki— porque te conozco bien. De todas maneras, el líquido que te inyecté está programado para funcionar solo con tu ADN. Bueno, no es sólo un líquido, sino una mezcla del ADN de los nativos y de nanites diminutos, nanorobots que se introducirán a tu organismo y que tienen órdenes de modificar tu código genético. Sí, en pocas horas los nanites alterarán tu ADN hasta volverte como los primates que tanto desprecias. Descuida, que mi intención nunca fue matarte. Eso si, te advierto, los nanites están programados para que cualquier intento por expulsarlos de tu sistema desemboque en causarte la muerte, así que será mejor que aceptes tu nuevo destino. Transformarte en algo que odias es el peor castigo que puedes sufrir.
“Ah, por cierto, sé que planeabas provocar un diluvio, así que tome algunas precauciones resguardando a numerosos ejemplares de la fauna y las personas de este planeta en lugares seguros. Eso sí, te sugiero que ordenes que se detenga el bombardeo porque… quien sabe, talvez este sea el único lugar donde puedas vivir en un futuro (entre los tuyos).
—¡NO! —clamó enfurecido Enlil. La metamorfosis comenzaba a producirse y radicales alteraciones tremendamente dolorosas sucedían en su cuerpo conforme se transmutaba en humano, muy para su desdicha. Antes de perder la conciencia por el dolor, ordenó que cesara el bombardeo.
Después de todo, algunos dioses pueden, a veces, ser muy humanos.
Nebulosa de Carpac, año 17.550 A.C.Los brazzky y los cártagik habían estado en guerra durante varias décadas. Nadie recordaba ya cual era la razón de aquel conflicto entre ambos pueblos pero la esperanza de paz estaba muy lejos.La Batalla de la Nebulosa de Carpac fue quizás una de las más sangrientas en la historia de la Guerra Cártagik-Brazzky y la negrura del cosmos fue coloreada por numerosas naves espaciales que se destruían mutuamente produciendo explosiones luminosas y atestaban el espacio sideral de escombros y vestigios de las naves despedazadas. Finalmente, la refriega se decantó a favor de los brazzky causando así que sus enemigos cártagik escaparan mediante la producción de pasadizos interdimensionales que los transportaron rápidamente hacia otro punto en la Galaxia.Las naves sobrevivientes br
Provincia romana de Britania, año 71 d.C.Los rayos del sol se filtraban a través de las tupidas copas de los árboles en aquel Bosque Sagrado al que nunca habían talado o profanado de ninguna manera. En una hermosa gruta cercana a una cascada y a un riachuelo, podía apreciarse a la singular pareja constituida por un viejo druida y su aprendiza.El Druida era un hombre mayor, de larga barba tan blanca como su túnica y su capucha. Se sentaba sobre una piedra con un rústico báculo de torcida madera en su mano derecha. A sus pies y sobre el suelo se sentaba Vivian, una joven de cabellos rubios, ojos verdes y tersa piel blanca que escuchaba con atención las enseñanzas de su maestro.—Y así, la muerte no es el final del camino —le dijo el anciano— sino simplemente un cambio porque al morir nuestro espíritu renace una vez más en un nuevo cuerpo
Inés era una adolescente india muy guapa. Huérfana desde joven, su única forma de sustento era buscarse trabajo como sirviente para la aristocracia.Inés llegó a pie, caminando interminables kilómetros por senderos pedregosos, hasta llegar a una descomunal mansión de tres pisos. Una casona ostentosa y pretenciosa. Tuvo que entrar por la puerta de atrás y la recibió a las seis de la mañana una cocinera gorda y malhumorada que la trató con desprecio y racismo por su origen indígena.—Los indios no son confiables —murmuraba— son tontos, sucios y salvajes, además de que pueden robarse las cosas.Debía dormir en una derruida y fría habitación sobre un catre viejo y destartalado, en una habitación compartida por otras sirvientas. Apenas tuvo tiempo de acomodarse —su equipaje era exiguo— y ya la pusieron
Londres, mediados del siglo XIX.—¿Conoce usted a un hombre denominado Edward Hyde, señorita? —me preguntó el inspector Bradshaw de Scotland Yard, un sujeto tosco y frío, quien me interpelaba en una lóbrega y asfixiante sala de interrogatorios.—Sí... sí señor, lo conozco.—¿Qué sabe de él?—No mucho, señor. Sólo que mi amo, el Dr. Jekyll, dio órdenes a todo el personal de la Mansión de obedecerlo como si fuera a él mismo.—¿Y lo ha hecho?—¿Qué, señor?—Obedecerlo.—¡Por supuesto! Por órdenes del Dr. Jekyll... yo...—Señorita —dijo inclinándose sobre la mesa, provocándome una ruborización— ¿tien
Alberto odiaba su vida.Todos los días se dedicaba a trabajar en aquella oficina a la que detestaba, rodeado de personas que no soportaba. Las extensas y agotadoras horas de su tedioso y repetitivo trabajo no le dejaban mucho tiempo libre y su personalidad ensimismada y retraída le impedía socializar. Pasaba de ocho a doce horas diarias, seis días a la semana bajo la enfermiza luz nacarada de los fluorescentes del sótano catalogando y digitando interminables datos aburridos bajo la supervisión de un fanfarrón idiota insoportable.Ese era su jefe, Jonathan.Jonathan era el típico deportista descerebrado y musculoso que sólo pensaba en ligarse mujeres y que presumía con su automóvil último modelo y sus hazañas sexuales y deportivas. Jonathan era terriblemente estúpido pero aún así había logrado ascender a supervisor y se encaprichó en hacer
Francia, tiempo moderno.Entre los grupos de científicos que realizaban un continuo lobby para la legalización de la investigación genética humana y la clonación, el más entusiasta siempre fue el Centro Moreau de Investigaciones Genéticas con sede en Francia. El centro fue fundado por el Dr. Alphonse Moreau a finales del siglo XIX con el nombre de Sociedad Moreau de Biología Experimental, aunque después la hija de Alphonse Moreau le cambiara el nombre. La hija y heredera de Moreau se llamaba Charlotte Moreau, y también era doctora en biología molecular, como su padre. Era una figura misteriosa, ya debía ser anciana, pero rara vez se le veía. Era una excéntrica multimillonaria misántropa que pasaba sus días recluidos en su laboratorio. Algunos aseguraban que sufría de una enfermedad deformante, de allí su obsesión por la in
Los recuerdos y las posibilidades son siempre más terribles que la realidad.El ReanimadorH.P. Lovecraft¿Quién en mi situación no habría hecho lo mismo? Me encontraba con mi alma atormentada y con mi corazón lacerado por la insoportable pena de contemplar a mi amada prometida muerta una semana antes de nuestra boda. Eurídice era una hermosa mujer joven, de cabellos castaños rizados y unos ojos verdes encantadores. Su muerte había calado terriblemente en todos los que la amábamos y conocíamos como una especie de ángel terreno.Es por esto que nadie puede culparme por haber hecho lo que hice. Algunos pensarán que cometí un crimen atroz, una blasfemia o una pecado capital contra el orden divino. Pero, después de todo, soy un hombre de ciencia ajeno a los criterios religiosos que imperan en l
Bernard se desempeñaba como un miembro del Partido Interior, la élite dentro del Sistema del Gran Hermano que regía el superestado conocido como Oceanía y que abarcaba todo el continente del mismo nombre más América y las Islas Británicas, aunque sus reclamos territoriales eran más extensos.Bernard vivía en la Zona Aérea Cuatro que en tiempos prerrevolucionarios correspondería con alguna región de Latinoamérica y trabajaba para el Ministerio del Amor.—Y en otros asuntos —dijo el secretario de un comité al que pertenecía Bernard y que estaba encargado del manejo de los datos históricos que eran declarados oficiales por el gobierno— tenemos el problema del Archivo. Está consumiendo mucho espacio en los subsótanos y tenemos necesidad de moverlo de sitio. Mi criterio es que su contenido debería se