SESENTA Y SEIS

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Matanza era difícil de describir. Parecía una ciudad desarrollada, pero a la vez, estaba rodeada de suburbios que opacaban los planes del gobernador de lograr lo que Menfis había conseguido hace más de diez años: convertirse en una de las ciudades más prosperas del país y del continente. Aun así, era mucho más agradable que Melbur en cuanto a la calidad del aire y las áreas verdes, y definitivamente tenía lo que les faltaba a Dalton y Melbur: un puñado de jueces dispuestos a luchar por el respeto irrestricto de la Ley, a pesar de que, no pocas veces, alguno que otro juez caía en las turbias aguas de la prevaricación.

Después de tres horas y media de viaje, Aaron propuso primero comer algo, charlar sobre lo que ha

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