Continuación inmediata del capítulo anterior.Como lo supuso, esto recién comenzaba. Y por la mirada de sus padres, intuyó que había algo mas…—Papá, mamá, les agradezco que sean buenos y que tengamos este tipo de charlas, pero no…—Cierto, esa charla ya la hemos tenido hace tiempo —imperó su padre, con el semblante serio, pero las facciones firmes poco duraron. Una sonrisa nostálgica esbozó su padre, como si estuviera recordando algo y… no, no, eso no—. Recuerdo aquella tarde, ¿lo recuerdas, querida? Noam llegó a casa todo pensativo, con la mirada perdida y nos asustamos mucho.—Sí, pensamos que algo grave había sucedido —comentó su madre—. Pero luego de muchos balbuceos incoherentes, Noam nos dijo que le gustaba un chico.—Que recuerdos, querida —¿Por qué sus padres estaban conversando de esas cosas cuando deberían estar desayunando?—. Aún siento ganas de matar al niño ese, ¿cómo se le ocurrió rechazar a mi hijo?—No vale la pena, querido —Paseó la mirada entre su mamá y su papá, el
A pesar de la confianza que sus padres tenían en él y de que él se desenvolviera ágilmente en las tareas, todo aquello se hizo añicos cuando lo vio por primera vez. Simplemente no pudo contenerse. Desde el mismísimo instante en el cual lo vio, supo que quería conocerlo, supo que era el chico correcto para que fuera su amigo. Sacó a relucir su mejor carácter, pensando que causaría una buena impresión y fue un golpe muy férreo cuando se dio cuenta de que no fue así. Lo rechazaron y no negaría que se sintió menospreciado por esa persona.Posterior a los siguientes días, se concentró deliberadamente en realizar un buen trabajo, pero a medida que pasaban las semanas, aquel chico se inmiscuía cada un poco más dentro de sus pensamientos. Y era descabellado que justo se hubiera interesado en una persona cuyo nombre ni siquiera sabía; por más que intentó averiguarlo, no hubo caso, pero si había algo que lo caracterizaba, era su persuasión para conseguir lo que quería y él quería que ese chico
Continuación inmediata del capítulo anterior.Decidió restar relevancia y concentrarse en la preparación de la infusión. Posterior a un par de minutos, se dirigió hacia el chico cara de póker.—Aquí tiene, señor —espetó alegre, dejando la taza frente al muchacho—. Y esto es por cortesía de la casa.—No pedí nada para acompañar —La voz neutra caló en sus oídos; su mirada chocó con la ajena y esbozó una media sonrisa—. En serio, no pagaré por algo que no pedí.—¿Qué parte de «cortesía de la casa» no entiende, señor? —preguntó, manteniendo el tono jocoso.—Deja de decirme señor —Por fin obtuvo una reacción y su sonrisa creció—. Eres una molestia. Y no quiero esto. Llévatelo.—Pruébalo, sé que te gustará —insistió, colocando su mejor carita de cachorrito.Nadie nunca se resistió ante eso y este chico no sería la excepción o…—No. No me gustan las cosas dulces —sentenció el chico.Bueno, al parecer este chico sería la excepción. ¡De ninguna manera! No lo permitiría.—Pues, que pena —Echó un
Se despidió de sus padres, prometiendo que iría más seguido a verlos. Su mente estaba atosigada de pensamientos enredados. Quizá fue mala idea contarles sobre los acontecimientos que vivió en los últimos meses (sus jóvenes vecinos, el longevo que le recordaba a su abuelo y el chiquillo de la cafetería), pero realmente necesitaba desahogarse y contarlo todo. Por supuesto, su madre lo reprendió al enterarse del trato que él brindaba al —según palabras de su progenitora— «pobre muchachito» de la cafetería. En su opinión, ese mocoso no tenía ni un pelo de pobre y no se debía precisamente a que tuviera una buena posición económica, en lo absoluto. El chiquillo era descarado, impertinente, metiche, muy extrovertido, decía lo que pensaba sin importarle nada, con un ego por las nubes y sumando a todo ese conjunto, la voz aguda, chillona, que lo sacaba de quicio. En resumen, el chico podía ser de todo, pero no estaba ni cerca de ser un pobre muchachito.Exhaló un suspiro cansino y detuvo un ta
Continuación inmediata del capítulo anterior.No, no… ¿Qué carajo…? Miró con un súbito horror al muchachito quien esbozaba una enorme sonrisa. De pronto, sintió la presencia de alguien a su lado y volteó, encontrándose a un señor de unos cuarenta y tantos que paseaba la mirada entre el chiquillo y él.—¿Qué ocurre, Noam? —preguntó el hombre.—Verás, papá, este chico tiene algo que decirte —Maldito mocoso malcriado. Ah, pero si de verdad pensaba en salirse con las suyas… —. Es un cliente regular de la cafetería y me dijo que quería hablar contigo, por eso te llamé.Se removió incómodo en la silla. Alzó la mirada y el señor lo miraba sonriente. El hombre no tenía la culpa de tener un hijo tan descarado, metiche y…—Su hijo no deja de molestarme, señor —Tan pronto como salieron las palabras, vio de soslayo el semblante, antes risueño, totalmente en blanco del chico—. Ha sido una verdadera molestia cada que vengo aquí. Sí, es cierto, soy cliente regular y casi dejo de venir por…—Está bie
Se consideraba una persona con buenas intenciones. Su personalidad dista de ser lo que aparentaba. Su carácter tenía varias facetas. Ordenado, indiferente, pulcro y una pizca de amabilidad frente a situaciones laborales. Risueño, carismático, empático y charlatán en familia. Y luego estaba ese otro lado promiscuo frente a situaciones del día a día fuera del entorno laboral y familiar. Ese lado de su carácter ambiguo que salía a relucir a todo lo referente a circunstancias que tuvieran que ver con la relación para con sus vecinos y a personas ajenas a su círculo cercano.Más allá de poseer una personalidad con diferentes facetas, aún no sabía cómo denominar su carácter frente a ciertas situaciones que creía que podría —fácilmente— dejarlas a un lado y hacer como que nunca nada sucedió. Tal la razón del por qué se encontró nuevamente desahogandose con sus padres. De esa larga conversación emergió el motivo principal del por qué no lograba comprenderse a sí mismo. Su madre lo atiborró co
No sabía cómo sentirse, tampoco quería indagar mucho en la broza de su mente ahora mismo. Una parte de sí le decía que había hecho lo correcto al entablar una pequeña, casi insignificante, charla con el chico. Otra parte de sí aún se encontraba bastante laberíntica, por decirlo de alguna manera. Y la otra… Bueno, le decía que se largara de allí y no mirara hacia atrás. Hizo caso omiso a esto último, no tenía sentido buscar la quinta pata al gato cuando era obvio que no existía una quinta pata. Lo hecho, hecho estaba y si bien había sido la culpa que lo impulsó a volver a la cafetería… Entonces, gracias culpa.Ocupó la misma mesa de siempre. Sacó un libro de la mochila y luego dejó la mochila en la silla libre. Exhalando un ligero suspiro, abrió justo en la página que había dejado un marcador. No sabía explicar a ciencia cierta la tranquilidad que se adueñó de sí porque no se debía a estar en la misma mesa a punto de leer, sino a otra cosa o, mejor dicho, a alguien y ese alguien era…—
Deberían otorgarle un premio por la extrema santa paciencia que tenía, en serio. Llevaba poco más de ocho meses soportando al chiquillo impertinente. Cada día era lo mismo; bueno, algo así.Aquella tranquilidad que disfrutaba cuando bebía el té y leía —después de una exhausta jornada de trabajo— se había esfumado. Su rutina había modificado radicalmente desde aquella tarde en la cual lo conoció y, en algún punto, pensó que se cansaría, que lo agotaría o algo por el estilo. En efecto, lo hizo, se cansó. Sin embargo, aquel cansancio producto del carácter extrovertido del chico había quedado en segundo plano luego de un par de largas semanas cuando se dio cuenta de que, muy a su pesar, le agradaba aquella personalidad tan peculiar. Aceptó el hecho de que le gustaba el singular carácter del chico, pero eso era todo. No era como si ahora fueran a tratarse bien, en lo absoluto. Él era un mero cliente más de la cafetería, el chico —aparte de ser el hijo del dueño— era un empleado más con un