Continuación inmediata del capítulo anterior.No, no… ¿Qué carajo…? Miró con un súbito horror al muchachito quien esbozaba una enorme sonrisa. De pronto, sintió la presencia de alguien a su lado y volteó, encontrándose a un señor de unos cuarenta y tantos que paseaba la mirada entre el chiquillo y él.—¿Qué ocurre, Noam? —preguntó el hombre.—Verás, papá, este chico tiene algo que decirte —Maldito mocoso malcriado. Ah, pero si de verdad pensaba en salirse con las suyas… —. Es un cliente regular de la cafetería y me dijo que quería hablar contigo, por eso te llamé.Se removió incómodo en la silla. Alzó la mirada y el señor lo miraba sonriente. El hombre no tenía la culpa de tener un hijo tan descarado, metiche y…—Su hijo no deja de molestarme, señor —Tan pronto como salieron las palabras, vio de soslayo el semblante, antes risueño, totalmente en blanco del chico—. Ha sido una verdadera molestia cada que vengo aquí. Sí, es cierto, soy cliente regular y casi dejo de venir por…—Está bie
Se consideraba una persona con buenas intenciones. Su personalidad dista de ser lo que aparentaba. Su carácter tenía varias facetas. Ordenado, indiferente, pulcro y una pizca de amabilidad frente a situaciones laborales. Risueño, carismático, empático y charlatán en familia. Y luego estaba ese otro lado promiscuo frente a situaciones del día a día fuera del entorno laboral y familiar. Ese lado de su carácter ambiguo que salía a relucir a todo lo referente a circunstancias que tuvieran que ver con la relación para con sus vecinos y a personas ajenas a su círculo cercano.Más allá de poseer una personalidad con diferentes facetas, aún no sabía cómo denominar su carácter frente a ciertas situaciones que creía que podría —fácilmente— dejarlas a un lado y hacer como que nunca nada sucedió. Tal la razón del por qué se encontró nuevamente desahogandose con sus padres. De esa larga conversación emergió el motivo principal del por qué no lograba comprenderse a sí mismo. Su madre lo atiborró co
No sabía cómo sentirse, tampoco quería indagar mucho en la broza de su mente ahora mismo. Una parte de sí le decía que había hecho lo correcto al entablar una pequeña, casi insignificante, charla con el chico. Otra parte de sí aún se encontraba bastante laberíntica, por decirlo de alguna manera. Y la otra… Bueno, le decía que se largara de allí y no mirara hacia atrás. Hizo caso omiso a esto último, no tenía sentido buscar la quinta pata al gato cuando era obvio que no existía una quinta pata. Lo hecho, hecho estaba y si bien había sido la culpa que lo impulsó a volver a la cafetería… Entonces, gracias culpa.Ocupó la misma mesa de siempre. Sacó un libro de la mochila y luego dejó la mochila en la silla libre. Exhalando un ligero suspiro, abrió justo en la página que había dejado un marcador. No sabía explicar a ciencia cierta la tranquilidad que se adueñó de sí porque no se debía a estar en la misma mesa a punto de leer, sino a otra cosa o, mejor dicho, a alguien y ese alguien era…—
Deberían otorgarle un premio por la extrema santa paciencia que tenía, en serio. Llevaba poco más de ocho meses soportando al chiquillo impertinente. Cada día era lo mismo; bueno, algo así.Aquella tranquilidad que disfrutaba cuando bebía el té y leía —después de una exhausta jornada de trabajo— se había esfumado. Su rutina había modificado radicalmente desde aquella tarde en la cual lo conoció y, en algún punto, pensó que se cansaría, que lo agotaría o algo por el estilo. En efecto, lo hizo, se cansó. Sin embargo, aquel cansancio producto del carácter extrovertido del chico había quedado en segundo plano luego de un par de largas semanas cuando se dio cuenta de que, muy a su pesar, le agradaba aquella personalidad tan peculiar. Aceptó el hecho de que le gustaba el singular carácter del chico, pero eso era todo. No era como si ahora fueran a tratarse bien, en lo absoluto. Él era un mero cliente más de la cafetería, el chico —aparte de ser el hijo del dueño— era un empleado más con un
Continuación inmediata del capítulo anterior.No pudo concentrarse en la lectura; por más que trató, no hubo caso. Eso y que su mirada viajaba sin querer hasta el otro extremo del salón. Comenzó a tamborilear los dedos sobre la superficie de la mesa, en un gesto impaciente. La espera se alargaba con cada segundo que pasaba y le urgía beber su té. ¿Por qué ese mocoso no le…?—Disculpa la demora —No, no era la voz chillona que esperaba oír—. Aquí tienes.Una taza humeante de té fue depositada con cuidado delante de él. Alzó la mirada y descubrió que era la misma chica que acostumbraba a atenderlo… antes.—Si necesitas algo mas, no dudes en pedirlo. Puedes pagar luego, no hace que…—No. Está bien. Cancelaré la cuenta ahora mismo —imperó mientras hurgaba en la mochila.Posterior a cancelar la cuenta y dejarle el vuelto como propina, la chica se marchó nuevamente a su puesto de trabajo. Decidió no dar mayor relevancia a lo que veía de soslayo. No era de su incumbencia si el chiquillo insol
Continuación inmediata del capítulo anterior.Bueno, era realmente sugestivo percatarse del cambio en el rostro y voz del chiquillo.—¿Y tú sí? —preguntó, solo… por mera curiosidad.—¡No! —Oh, ¿y ahora qué bicho le pico al mocoso?—. Bueno, sí, pero no es como lo estás pensando. Él es…—No me interesa —interrumpió—. Me voy. Ya desperdicié mucho tiempo aquí.—¿No puedes quedarte un poquito más? —Se colgó la mochila en el hombro derecho—. Puedo traerte otra taza de té y será por cortesía de la casa, ¿qué dices? Además, yo, como que quería hablar contigo.—Pero yo no quiero hablar contigo —replicó—. Escucha, si no fuera porque estuviste toda la tarde alrededor de ese chico, posiblemente me hubiera quedado un poco más. Te lo perdiste.Ups, lo último no era necesario decirlo en voz alta… Error. Y vaya que tremendo error. Una sonrisa descarada esbozó el chiquillo. Todo rastro de escepticismo o lo que fuera, se esfumó del rostro salpicado de pecas. Esas mismas que parecían constelaciones que
—Es insolente, metiche, molesto, grosero y dice las cosas sin filtros —imperó con desdén mientras gesticulaba con las manos al aire—. No lo soporto. Se la pasa diciendo que gusta de mi y encima de todo tiene la desfachatez de soltar sus perversiones —Exhaló un largo suspiro—. Me saca de quicio, pone al límite mi paciencia. Es descarado. ¿Y sabes qué dijo el otro día? —preguntó, yendo de un lado al otro, paseándose por el living—. Me dijo que tocaría sus cositas mientras gime mi nombre. Qué se cree, ¿eh?—Pues, creo que…—«Oh, sí, sigue así, Eliel, no pares, no pares» —espetó, imitando la voz chillona—. Y después me dice pervertido —Fregó las manos a su rostro—. Me dijo pervertido, ¡a mí! Él es el jodido pervertido, no yo. Maldito mocoso insolente.—¿Acabaste de maldecir y despotricar contra ese chico?—¡No! —exclamó enervado—. Al niño le hace falta mano dura. Le hace falta una estricta educación; alguien capaz de enseñarle modales apropiados, alguien que, de ser necesario, le dé unos
No pudo concentrarse en el trabajo, al menos no del todo. Cometió un par de errores al hacer una lista con pedidos de insumos. Era como si su mente se hubiese dividido en dos partes desiguales. Sí, desiguales porque el treinta o cuarenta por ciento de sus pensamientos se trataban de dar lo mejor de sí para realizar un buen desempeño laboral y el restante de sus pensamientos eran referentes a centenares de imágenes del chiquillo insolente y de todo lo que imaginaba hacer si tuviera… No, nada de cavilaciones inmorales, en lo absoluto.Carajo, él era un chico centrado y eficiente. No necesitaba distracciones… Algo así.Como pudo, despejó la cabeza. Lo nefasto era que pensar en los cachorritos lindos ya no funcionaba porque, de alguna retorcida manera, ahora comparaba lo tierno y bonito de esos perritos con la actitud dulce del mocoso insolente y...—Eliel, mandaste la misma lista dos veces al departamento de ventas.La voz de su jefe lo sacó de sus reflexiones.—Lo siento, no volverá a o