Mariposas en el estómago

Las cosas no podían ir de mal en peor o… Bueno, quizá sí.

No sabía cómo denominar a la nueva etapa que estaba experimentando, no sabía cómo ni de qué manera explicar las emociones que nacían en su pecho cada que lo tenía cerca y, la realidad —por ahora—, tampoco quería saber. Él estaba bien, se sentía bien y mientras continuara de esa forma no tenía por qué razón buscar la quinta pata al gato.

Desde de que aceptó conocer al chiquillo fuera del entorno común de ambos (la cafetería), había descubierto un par de cosas que antes las pasó por alto o que no le había dado mucho interés.

Aquella tarde-noche que lo invitó a cenar a su casa, no esperó llevarse más de una sorpresa. Primero, si antes creía que Noam era el niño más bonito que había visto en su vida estado vestido con el uniforme de trabajo, verlo vistiendo ropa casual, bueno, digamos que contener la respiración ante semejante vista fue poco. El chico era la viva imagen de inocencia, a simple vista y percepción, pero luego de que a
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