Ambos celulares sonaban, ninguno de los dos contestó. Seguían discutiendo sobre sus problemas matrimoniales, Layla estaba desesperada por alejarse de Henry y él solo mantenía su firmeza en no dejarla ganar. La rubia se sentó en el sillón bastante cansada de discutir, había perdido una vez más su reunión con Lorenzo, pensarían que era una irresponsable de lo más grande. Henry se sentó frente a ella, justo sobre la mesa ratona de madera que era parte de la enorme y lujosa Sala de estar. —A partir de hoy yo te llevaré a tus clases, no confío en tí, sé que si te doy la oportunidad desapareces metiendome en problemas. —su voz era firme y la joven tragó. —Como quieras, seguiré siendo tu dulce y perfecta esposa.—Layla habló irónicamente y Henry sonrió de lado. —No me desafíes.—susurró entre dientes el hombre, observó los ojos negros brillantes. Esa mirada se lo decía todo, no tenía miedo y estaba a nada de saltar sobre su yugular, Henry se paró camino a la habitación y Layla caminó hasta
—Genial, es negativo. Layla abrió los ojos con rapidez, leyendo las grandes letras en color negro. Su alma se sintió liberada, la pesada carga de llevar a un ser humano en su vientre sin así quererlo se esfumó, sonrió de oreja a oreja y obviamente también lloró de alivio. —No digas nada a mi familia, si preguntan sobre esto cambia el tema, dejemos que piensen que traes a mi heredero en tu vientre. —¿Por qué haría tal cosa?—pregunta siguiendo los pasos de su esposo. —Solo hazlo, por una vez en tu vida haz lo que te digo.—La rubia hizo puchero, siempre tenía que estar siguiendo sus órdenes como si fuera un pequeño cachorro a su merced. —Solo dime la razón, no es tan difícil. —Claro que es difícil.—se detiene antes de abrir la puerta de su auto, observando por encima del techo a su esposa.—No confío en tí, lo único que puedo hacer es tratar de que obedezcas y cooperes. Layla se ofendió, creía que su esposo se estaba victimizando demasiado, él no era quien creyó estar embarazado por
—Disculpa, debo usar el baño—Layla le sonrió falsamente al hombre a su lado antes de pararse y alejarse de él. Pasó una hora caminando de un lado a otro, bebiendo una que otra bebida sin alcohol que encontraba en el camino, por momentos se sentaba a ver a los invitados en aquella reunión, se sentía tan ajena a todos, algunas personas se acercaban a ella para entablar una corta conversación, otros simplemente la miraban de lejos. Layla se sentía bastante incómoda sin su esposo en la casa, su suegro se acercó a ella. —Hija, ¿tu esposo tardará? —a la rubia le sorprendió la forma de ser llamada por su suegro pero, le sonrió. —No, no lo sé con exactitud. —susurra algo incómoda. —Él es bastante difícil. —el hombre bebe de su trago, la joven baja la mirada a sus propias manos. —Pero no es un hombre malo. Layla no pensaba igual, Henry había demostrado no ser de las mejores personas del mundo, era bastante cruel la mayor parte del tiempo y tenía un temperamento hostil para con ella, algun
Layla entró a su antigua habitación, la cama era lo único que ocupaba el cuarto, llorando corrió la manta y sábana que cubrían con firmeza el colchón, aún temblando se acostó y no podía parar de hipar, su llanto era fuerte y desgarrador, cuando estaba pensando en que su esposo no era de tal forma él le demostraba todo lo contrario, le confirmaba que era un ser humano sin corazón, que no piensa más que en sí mismo y no se detiene ni un segundo a pensar en el dolor ajeno, en los sentimientos que pueden ser heridos o en el corazón de su esposa. Cuando el sol golpeó de lleno en su cara ella abrió con lentitud sus ojos, aún estaban hinchados y algo rojos debido al llanto hasta tarde en la madrugada, le costó conciliar el suelo, tenía los nervios a flor de piel, estaba alerta a todo a su alrededor, a la defensiva ante cualquier ataque. No escuchó ningún ruido que le alertara la presencia de su esposo, se levantó y caminó con una nube negra sobre su cabeza, su espíritu se en
Lorenzo colgó la llamada, Henry tenía el ceño fruncido, se acercó al auto estacionado a unos metros y entregó las llaves a su esposa. La rubia algo confundida las tomó, Henry no dió mucha explicación pero Layla dejó ir un suspiro en cuanto su esposo volvió a entrar al edificio. Un mensaje por parte de Walter llegó a su celular, un programa publicitario se encontraba en sus manos, esta era su oportunidad de mostrar uno de sus tantos talentos, después de todo el presidente de Ternac era bastante listo a la hora de seguir su teatro para escapar, Layla le estaba agradecida. La rubia condujo el auto de su marido hasta la casa de Matías, el hombre aún no llegaba pero la esposa de éste la recibió, se sentó en el sillón de la sala observando como la bonita joven se sentaba frente a ella con algo de dificultad debido a su vientre hinchado, un embarazo de ocho meses no parecía nada fácil para aquellas joven que era más panza que persona. Layla sonrió, Marissa era bastante baja de es
Después del almuerzo Henry llevó a su esposa a un pequeño parque que hacía tiempo no frecuentaba. Se sentó en uno de los tantos bancos y Layla a su lado, la joven tiritaba de frío, al caer la tarde el frío se intensificó, la rubia se acercó aún más al cuerpo de su esposo, Henry sonrió, se quitó tu saco y lo colocó con cuidado sobre los pequeños hombros de la chica. —¿Y este milagro? ¿Por qué de la nada me cuidas tanto? —Pregunta, colocando de forma correcta el abrigo sobre sus hombros. —Tú misma lo dijiste, lo mejor es llevar la fiesta en paz. —sus brazos se estiraron a lo largo del respaldo del banco. —Si te trato bien y te cuido, será más fácil fingir que...nos amamos. Layla agachó la mirada, sus ojos pasaron del suelo a su esposo, trago y dejó ir un suspiro, los ruidos de los vehículos pasando a sus espaldas era lo único que podían oír, la rubia abrió la boca para hablar pero no estaba segura de qué palabras usar. Su cabeza se apoyó en el hombro del
En cuanto Layla cerró la computadora, su celular sonó. Al ver el nombre en la pantalla maldijo por lo bajo, su plan se había complicado un poco y lo que menos necesitaba en esos momentos era que su suegra la llamase. Apoyó su cabeza en el asiento, con sus ojos cerrados atendió. —¿Hola? —habló. —Pasa por casa temprano, tenemos que comprobar todo para la fiesta de mañana. —Layla se sentó recta de golpe. Había olvidado la maldita fiesta de cumpleaños, sus ojos miraron a su primo, llorosos, lo que menos quería Layla era salir a planear cosas con esa gente. Lo peor de todo era que debía de felicitar y ver que todo salga perfecto para una de las tantas personas que arruinaron su vida, fingiendo una voz alegre contestó: —Claro, nos vemos en un rato. La rubia colgó la llamada, Matías, con mucho cuidado de no despertar a su bebé, lo metió en su sillita. En cuanto su esposa se sentó en la parte trasera junto a su hijo el hombre tomó su pu
Henry no podía apartar la mirada de la mujer frente a él, tal vez había bebido demasiado vino, la luz de las velas le estaban jugando en contra, veía a su esposa de una manera diferente, las largas pestañas oscuras se movían con lentitud, las mejillas blancas se encontraban en color carmesí, sus ojos se habían vuelto pequeños gracias al alcohol y su respiración era pesada. Layla, por su parte, veía a su esposo como aquél niño del que estuvo enamorada, lo dulce y amable de su voz, su graciosa forma de buscar hacerla reír, su peculiar forma de referirse a las frutas como algo de otro mundo. La rubia se había quedado con esos bonitos recuerdos en su mente, esa persona había desaparecido pero gracias al alcohol en su sistema él aún vivía en su interior, y lo tenía frente a ella. El primero en dar un pasó fue Henry, el hombre la tomó con cuidado en sus brazos, sus ojos se encontraron y con lentitud la distancia se fue acortando, Henry probó los labios ajenos, eran suaves como u