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Al interior de la oficina, David estaba en el mismo sitio y con la misma expresión de antes. Las palabras de Diana no habían hecho sino poner el dedo en la llaga. ¡Cómo quería creer él eso! ¿Acaso por qué había soñado casi cada noche con que ella nunca se había ido?, ¿que de verdad lo amaba?

Se sentó en el sofá que Diana había dejado libre y trató de sacudirse la melancolía. Miró a su escritorio tratando de volver a la realidad, pero el escuchar que ella llamaba a su amiga para preguntar por él lo confundía y lo llenaba de esperanza.

¿Tan idiota era? Ella lo había rebajado y humillado de tal manera que no debía ya ni dedicarle un pensamiento. Su cerebro parecía ignorar voluntariamente y por momentos que ella había sido cruel cuando le había terminado.

Los seres humanos p

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