Catherine se había encerrado en su habitación, no había querido hablar ni siquiera con Kit, pese a los años de buena amistad de los que eran poseedores. Por más súplicas que le hizo Alessandro no cambió de opinión. Las lágrimas derramadas toda la noche solo le sirvieron para reforzar aquella barrera que siempre se había puesto para rechazar educadamente a los hombres que se le acercaban con segundas intenciones. Odiaba los cortejos. Cuando se miró en el espejo se dio cuenta del aspecto tan deplorable que tenía, su belleza, ante sus ojos se había esfumado como si el viento hubiera soplado un diente de león.
Ya habían pasado algunos minutos desde que una de las sirvientas había subido a dejarle el desayuno por órdenes de su esposo. Oportunidad que aprovechó para ord
—La conozco mejor que ustedes dos, y te puedo asegurar que cuando Catherine se enfada o está triste, no hay mujer más terca y poderosa que ella, lo mejor es que la dejemos sola, por la noche hablarás con ella y le dirás todo lo que se te apetezca —dijo Kit resignado al dolor que ya estaba sintiendo su mejor amiga.—Andrew, largó de mi casa, ya has conseguido lo que tanto esperabas así que te pido de la forma más atenta que te retires, no quiero verte o de lo contrario juro por lo más sagrado que tengo que te mataré —le amenazó Alessandro.—Está bien, me iré, pero quiero que sepas que no pienso dejarte el camino libre, una parte de mí se había resignado a perderla pero ahora que todos sabemos que no es tu esposa
Sobre su mesita de noche dejó dos cartas destinadas para Alessandro y para Kit, se puso de pie y le echó un vistazo a su alrededor, se despidió de aquella habitación en la que por poco tiempo había sido suya y salió con la frente en alto, solo faltaba el acto final. Descendió las escaleras y cuando llegó por fin al salón principal, entró sin avisar. Dentro, estaban solo Alessandro y Kit, que a juzgar por la expresión y apariencia de ambos, supuso que estaban en medio de una acalorada discusión.—Cath... —Alessandro se puso de pie de forma inmediata.Catherine lo observó fijamente, con una chaqueta azul marino, camisa blanca y pantalones de color gamuza, Alessandro tenía un aspecto masculino, imponente y absolutamente delicioso.
Alessandro se quedó totalmente inmóvil, dejando que su cuerpo y mente asimilaran todo el asombroso impacto que las palabras y actos de Catherine le habían producido. Ella estaba de pie ante él con los ojos brillantes de deseo, las manos posadas sobre su pecho y su lujurioso cuerpo pegado al suyo, el nebuloso timbre de su voz al susurrar aquella sentencia con la que apunto había estado de detenerle el corazón.«Quiero que me hagas el amor»A pesar de las innumerables veces que había fantaseado con oírla pronunciar esas palabras desde que la conoció, nadie lo había preparado para la realidad. El corazón le latía con tanta fuerza contra las costillas que no le habría sorprendido nada. Aun así, bajo las capas de la alegr&ia
Catherine le vio sacudirse la tela azul marino de los hombros y de pronto supo exactamente por dónde empezar. Dando un paso adelante, le cogió del puño. Alessandro se quedó inmóvil, observándola, y por primera vez en su vida Catherine le quitó una prenda de ropa a un hombre, el simple hecho de deslizar despacio la tela por sus brazos la embriagó. Cuando terminó, se quedó con la prenda, que todavía conservaba el calor del cuerpo de Alessandro, contra su pecho. Sus párpados se cerraron y agachó la cabeza para aspirar su olor. Él se quedó totalmente hechizado por la visión de Catherine acunando su chaqueta contra su cuerpo. Dios sabía que nunca había sido más sincero que cuando le había dicho que lo único que deseaba era complacerla y adorarla.&
El torrente de lluvia arrasaba con todo a su paso, los truenos iluminaban la estancia principal, en dónde Alessandro miraba a través de la ventana, ya habían pasado dos semanas en las que incansablemente había buscado a Catherine, sin resultados favorables, era como si de algún modo se la hubiera tragado la tierra, ¿tanto lo odiaba? No, debía haber alguna explicación lógica, después de aquella noche mágica en la que ella se había entregado a él, no podía olvidarla, y no quería, juraría de ser necesario que la encontraría y le haría pagar el corazón roto que le dejó después de su partida. Y por supuesto... mataría a Andrew.—Ya no sigas pensando, te tengo buenas noticias.La voz d
Alessandro dejó escapar un largo suspiro y se mesó los cabellos mientras observaba atentamente las calles de París antes de llegar a una de las propiedades de los Revensly, Kit había prometido alcanzarlo en una semana, ya que como Archiduque tenía responsabilidades. Su mente proyectó el brillante suelo de tarima y las paredes profusamente revestidas con paneles de madera muy parecidas a las de un museo. Y al mirar detenidamente todas aquellas hermosas ventanas de cristal viselado... no podía dejar de pensar en que cada vez estaba más cerca de Catherine. ¡Maldición! había pasado días enteros sumidos en una total y atrayente oscuridad, se sintió preso de las náuseas y doblemente culpable por no haber corrido antes a Ofelia, aún recordaba con claridad la discusión acalorada que tuvieron aquella noche cuando Kit lo despertó y
Las voces del cotilleo de la alta alcurnia se mezclaban con el sonido estridente del campanar en la iglesia, había terminado la misa y Catherine estaba más que ansiosa por llegar y alejarse de las miradas petulantes e intrigadas de las damas que hasta ahora no tenía la intención de entablar algún tipo de conversación, en donde las banalidades salieran a flote por sobre lo que ella consideraba verdaderamente importante.Cuando Andrew le propuso de manera poco ortodoxa asistir a la misa en compañía de la ahora duquesa Sterling, supo que algo no andaba bien, y es por ello que decidió morderse la lengua y actuar como una sama sumisa ante la que para el mundo, es su suegra. Y ahora, de vuelta a la propiedad de Andrew, se encontraba arrellanada en su dormitorio en el confort de su sillón de orejas favorito, junto al fuego de la chimenea, pensando en las consecuencias de sus actos, aún tenía el coraz
Alessandro observaba a su mejor amigo Kit coquetear con un par de damas de la alta alcurnia en Francia, moviéndose como un pavorreal, siempre atento a lo que las aludidas le decían entre risas que denotaban poca sencillez. Las ansías comenzaban a carcomer su alma y el deseo imperioso por tener a Catherine entre sus brazos solo hacía que se remojara los labios un par de veces más antes de chasquear la lengua.Las damas que pasaban a su lado, al verle el traje de capitán, le sonreían y él por educación solo les hacía una ligera reverencia, otras más atrevidas lanzaban sus pañuelos para que si tenían suerte, él levantara alguno dispuesto a darle su afecto a la afortunada, pero él no necesitaba de eso, porque la única mujer a la que no podía sacarse de su cabeza, era a Catherine.El sol estaba en pleno apogeo y en la plaza el ruido de los carruajes se hizo