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Me tomó un tiempo dormir esa noche. Pensé mucho en Luciano y en la forma en que me hablaba. Comprendí que había bebido demasiado. De hecho, nunca lo vi bebiendo como esa tarde. Sin embargo, nada justificaba el hecho de que me hubiera hablado de esa manera. Mucho más que el trabajo que me ofrecieron, yo estaba allí para ayudarlo y hacerle compañía. Ser pagado por eso fue solo una bonificación. Realmente disfruté estar con él y había aprendido mucho en los últimos días. Pero tampoco quería encariñarme demasiado. A pesar de que éramos amigos, lo encontraba muy guapo y atractivo y ver el otro lado de él, incluso borracho, no era agradable. Para mí Luciano era perfecto, un ángel que estaba ahí para hacerme olvidar todo lo que había pasado.

Cuando me desperté al día siguiente, sentí que había estado bebiendo. Le dolía la cabeza. Me duché y mientras tanto tomé la decisión de ir a la casa de Luciano y renunciar. No funcionaría para mí trabajar con él. Ya ni siquiera estaba segura de quererlo
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